El gran abismo – XXVI Domingo T.O. Año C
Un error de comprensión
Leer la parábola del pobre Lazaro y del rico sin nombre nos puede llevar a un posible error de comprensión: si yo sufro en esta vida a causa de las injusticias de las personas o de la sociedad, puedo estar seguro que en la vida eterna encontraré el consuelo del Señor y aquellos que me han hecho sufrir tendrán su merecido.
Si recordamos la lectura de la semana pasada, Pablo a Timoteo le recordaba que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Esto significa que no hay lugar en Dios para la venganza. Aunque muchas veces en la Biblia se nos habla de Dios como de aquel que desbarata a los malos y hace justicia a los oprimidos, no podemos pasar por alto la enseñanza y la vida de Jesús, aquel que nos muestra a Dios: el lenguaje de Dios rechaza la violencia y nos habla de misericordia, de dialogo, de compromiso y de amor.
El gran abismo entre Lazaro y el rico
La parábola de este domingo nos habla de un gran abismo, de una separación entre Lazaro, el pobre mendigo, y el rico sin nombre, a quien parece que le falta hasta su identidad. En realidad, este abismo y la falta de identidad no son casuales, sino que tienen un vinculo muy estrecho entre si.
Cuando estamos centrados solo en nuestros intereses y en nuestra realización personal, no hay espacio para relaciones personales auténticas, sinceras, sin dobleces. Cuando voy por la vida con el único objetivo de cuidar de mi mismo y soy incapaz de mirar más allá de mi ombligo, hasta las relaciones se transforman en funcionales: te haré caso hasta que me sirvas, de lo contrario no tendré remordimientos en dejarte atrás.
Esta forma de actuar crea un abismo entre las personas, una separación que se hace aún mayor cuando mi realización personal está planteada a costa de los demás: buscaré, entonces, afirmarme a través del dinero, de la fama, del poder, porque estoy convencido que mi bien está por encima de todo.
Este estilo de vida es solo aparentemente un bien, porque en realidad me deshumaniza, me hace indiferente al sentir y al vivir de las demás personas que, hasta, se pueden transformar en un estorbo en mi camino. Es así que voy creando un abismo, fruto de un egoismo sin control, que me conduce a perder mi identidad de hijo de Dios, me lleva a sepultar mi humanidad, constituida por aquella Vida que brota en el Amor.
El gran abismo de hoy
Me pregunto, entonces, cómo es posible que, después de veinte siglos de Evangelio, siga existiendo este gran abismo entre millones de Lazaros que viven una vida en el umbral de la pobreza y por debajo de ella, y un pequeño grupo de ricos que, a veces, individualmente, superan en riqueza al producto interior bruto de los países más industrializados.
Algo va bastante mal en los ajustes de nuestro sistema económico y que no se puede solucionar simplemente a golpe de limosna. Es necesario reformular las reglas del juego, para que nuestras políticas y nuestros planteamientos no se basen sobre el dinero y los beneficios, sino sobre el bien de la persona.
Es necesario rellenar este abismo entre Norte y Sur, entre países industrializados y muchos otros subdesarrollados y endeudados. No se trata de hacer beneficencia, sino de reajustar los equilibrios para que todos podamos disponer de los recursos que nuestro planeta nos pone a disposición. Eso requiere una política que mire al bien común, el de todos, con objetivos a largo plazo y no limitados a tener el mayor número de votos. También requiere de una política cada vez más internacional, que implique la colaboración de todos los países, hacia un trabajo de equipo que vaya más allá de los intereses nacionales y de las finanzas.
Es ridículo ver como por un lado las ciencias naturales nos muestran un universo siempre más grande, mientras nosotros nos limitamos a nuestro pequeño horizonte nacional o local, intentando que no nos quiten lo que tenemos; señal de que no hemos conseguido abandonar una mirada reducida, pobre y empobrecedora, incapaz de reconocer en el otro una persona como yo, con la misma dignidad, necesidades y sentimientos.
Es por esto que ruego para todos nosotros, para que cambiemos de mentalidad, para marchar hacia un mundo distinto, donde yo me pueda reconocer en el rostro del vecino, del conocido, como del lejano y extranjero. Que sepamos construir el gran sueño de una única humanidad, en la que las brechas se puedan sanar con el óleo del compromiso, de la tolerancia, de la empatía, abandonando la indiferencia, los egoísmos y el miedo al imprevisto y a los nuevos escenarios. Solo unidos y comprometidos podremos crear una verdadera casa común en este pequeñísimo planeta que, gratuitamente, nos da cobijo.
Feliz fin de semana
Am 6,1a.4-7: Ahora se acabará la orgía de los disolutos.
Sal 145: R/. Alaba, alma mía, al Señor.
1 Tim 6,11-16: Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor.
Lc 16,19-31: Recibiste bienes, y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.