El fuego del profeta – XX Domingo T. O. Año C
Jr 38,4-6.8-10: Me has engendrado para pleitear por todo el país.
Sal 39 R/. Señor, date prisa en socorrerme.
Heb 12,1-4: Corramos, con constancia, en la carrera que nos toca.
Lucas 12,49-53: No he venido a traer paz, sino división.
No he venido a traer paz, sino división, dice el evangelio de Lucas. Las lecturas de este domingo nos recuerdan que Jesús no ha venido a traer la paz, entendida como el evitar las confrontaciones, poner buena cara aunque lo que se está haciendo es pisotear la verdad, la justicia, la dignidad de los seres humanos y de la creación.
Tampoco hay que caer en la equivocación de pensar que para que haya paz hay que preparar la guerra, porque una paz fruto de violencia es una tregua que está destinada a durar muy poco. La verdadera paz es armonía, que empieza desde dentro de cada uno de nosotros y que se expande hacia fuera. Es estar en línea, en sintonía conmigo mismo, a pesar y a través de las dificultades que el día a día me presenta.
Pero no hemos sido creados para ser islas, para estar simplemente en paz con nosotros mismos, sino para estar con los demás y construirnos como personas, junto a nuestros compañeros de viaje. Esto implica un continuo y profundo trabajo de reflexión y cuestionamiento hacia dentro (en la vida que estoy viviendo, ¿me estoy transformando en mejor persona?) y hacia fuera (¿estoy y estamos construyendo un mundo mejor?).
Me has engendrado para pleitear por todo el país, nos recuerda el libro de Jeremías. Es que Jeremías antes y Jesús después han sido personajes incómodos, que ponían en duda ciertas formas de pensar, actuar y vivir de sus contemporáneos y por esta razón ellos creaban división, entre aquellos que estaban a su favor y otros que se les oponían.
Su cometido era sacudir las conciencias, muchas veces adormiladas por los intereses personales y por nuestra naturaleza que tiende a buscar seguridad en lo que todo el mundo dice y hace. Y hoy también necesitamos de profetas que despierten nuestras conciencias y nos recuerden lo que somos y a qué estamos llamados. Es el fuego al que Jesús se refería diciendo: He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!
Es este fuego que necesitamos para no vivir de forma automática, como zombies; y es un fuego que recibimos al nacer, sin excepciones. Un fuego que está en lo más profundo de nosotros, esperando a que lo descubramos, a que lo conozcamos y lo usemos.
No hay que confundirlo con el fuego que Prometeo robó a los dioses para dárselo a los hombres. Este fuego del que habla Jesús es la chispa divina en nosotros, es la imagen divina reflejada en nuestras identidades y que arde cuando dejamos de centrarnos sólo en nosotros mismos, descubriéndonos en el otro.
Una vida que arde es el fuego de aquellos que deciden hacerse solidarios con los marginados, los invisibles, los olvidados y se implican haciéndose prójimos de la gente que encuentran, en la verdad, en la justicia y en el amor.
Es por eso que deseo para todo nosotros poder descubrir este fuego que arde dentro de nosotros. Que podamos desempolvarlo y aprovechar todo su potencial. Ello nos permitirá comprender lo que somos, vivir en línea con nuestra identidad, coherente con nuestro ser más profundo; este fuego nos permitirá crecer como personas y contribuir con nuestras vidas para construir un mundo mejor, aunque esto signifique incomodarnos e incomodar.
2 comentarios sobre “El fuego del profeta – XX Domingo T. O. Año C”
Cuando descubrimos que habita en nosotros una fuerza que nos permite ser el motor del cambio interior y, por tanto, social, entonces ese fuego se enciende y arde, cobra fuerza a nuestro alrededor. Esto descubrieron muchos personajes, como Martin Luther King, Madre Teresa de Calcuta, Gandhi, Francisco de Asís y muchos otros.
Así afirma papa Francisco: “Quien ama tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, ningún acto de amor a Dios, ningún cansancio generoso, ninguna dolorosa paciencia. Todo eso circula por el mundo como una fuerza de vida.”
También está fuerza de vida es ese fuego que calienta, que pasa de un corazón a otro y contagia el virus de la caridad que trasforma a nosotros y al mundo entero.