El Espíritu empujó a Jesús- I Domingo Cuaresma Año B

El Espíritu empujó a Jesús- I Domingo Cuaresma Año B

El Espíritu, nuestra fuente de vida

Empezamos la cuaresma y no podemos no vivirla sin el apoyo del Espíritu. Así nos lo recuerda Marcos, cuando nos comenta como Jesús va al desierto empujado por el Espíritu.

El Espíritu, de hecho, es el gran olvidado por muchos de nosotros cristianos. Hablamos del Padre, todas las veces que nos referimos a Dios, nos dirigimos al Hijo, cuando rezamos al Señor, a Cristo, a Jesús y el Espíritu Santo casi nunca aparece en nuestra vida de fe.

Sin embargo, él es la fuente de la vida, el principio de nuestra oración, el que guía nuestras acciones cuando estamos abiertos a su ayuda. Es la gracia que nos ilumina, es el Dios que habita en nuestra existencia, es el tesoro escondido por el que vale la pena vender todo y comprar ese terreno. Es la luz que ilumina nuestros pasos, es la razón de nuestro crecimiento interior y de nuestra sabiduría, es el agente transformador para que podamos ser lo que somos, hijos de Dios.

Jesús, siempre en escucha del Espíritu

Es gracias a él que nosotros aprendemos a amar y a convertir nuestros corazones. El Espíritu no se encuentra exclusivamente en el templo, sino que es semejante a nuestra sombra y aún mejor, porque nunca nos abandona, a diferencia de lo que pasa con nuestra sombra, la cual desaparece cuando ya no hay luz y deja de proyectarse nuestra silueta sobre el suelo o la pared.

Así fue con Jesús: grande era su capacidad para saber escuchar los susurros del Espíritu. Él sabía detectar su voz a lo largo de sus días: allí, si se encontraba en una aldea o cuando estaba a solas con sus discípulos. Algo que, además, los evangelistas nos repiten con frecuencia es que él solía buscar momentos de soledad para “dialogar” con el Padre, para comprender lo que quería el Espíritu.

Es por esta razón que él desaparecía por la noche o volvía con los suyos de madrugada, para estar así a solas y poder discernir, término que muchas veces el papa Francisco repite en sus discursos y que nos es más que la obra iluminadora del Espíritu en nuestras vidas.

El desierto, lugar bíblico de la presencia de Dios

Esta soledad Marcos la describe comentándonos que Jesús va al desierto y pasa allí cuarenta días. El número “cuarenta” y la palabra “desierto” no pueden sino que recordarnos la travesía del pueblo de Dios durante cuarenta años, liberados de la esclavitud de Egipto o los cuarenta días de lluvia mientras Noé está a salvo en el Arca, junto con su familia y las parejas de animales.

El desierto había sido el lugar en el que los judíos habían experimentado la máxima proximidad con Dios. Guiados por Moisés, acompañados por el Arca de la Alianza, el pueblo se sabía asistido por su Dios pero, al mismo tiempo, no dejaba de rebelarse y de murmurar contra él, porque ese Dios les llamaba a salir de sus comodidades, a abandonar sus falsas seguridades, a no dejarse seducir por los ídolos hechos por manos humanas.

El desierto como símbolo de nuestra existencia

Ahora es Jesús que se encuentra en el desierto, así como nosotros como y con él. El desierto es también la representación de la vida de cada uno de nosotros. Allí Dios está siempre presente, guiándonos con su Espíritu y queriéndonos llevar hacia la tierra prometida, aquello que nos hace felices, plenos y auténticos.

Como Jesús, en esta cuaresma y en toda nuestra vida, también nosotros estamos llamados a aprender a hacer silencio, un silencio interior que nos permite escuchar la voz del Espíritu que nos quiere indicar la mejor ruta para nosotros. Esta ruta no está exenta de dificultades y, además, es a través de ellas que también descubrimos quiénes somos y nos abrimos paso junto al Señor.

Las dificultades como oportunidad de crecimiento

Son estas dificultades o tentaciones las que nos ayudan a ser más fuertes y más humildes: ponen a prueba nuestra libertad y nos ponen en la situación de elegir, esta sublime y a la vez compleja condición que nos define como seres humanos. Es aquí que, cayendo, nos vamos haciendo más humildes, limando las asperezas de nuestro orgullo y de nuestro ego que siempre quiere quedar bien. 

Enfrentarnos a estos retos pone en evidencia nuestros límites, nuestras sombras, las fieras que nos acompañan en el desierto y sobre las que solemos centrar nuestra atención, olvidandonos de que allí está también la otra cara de la moneda, los ángeles que nos sirven, la luz más allá de las tinieblas, el Espíritu trabajando para nosotros que nos purifica, como las aguas del diluvio, nos moldea y nos transforma.

Conclusión

En resumen, las lecturas de este primer domingo de cuaresma nos recuerdan que nuestra vida es aquel desierto en el que el Espíritu nos guía y nos empuja a tomar las riendas de nuestra vida, descubriendo activamente a los que estamos llamados. Vivimos con un estilo en el que no paramos de correr y de ser atravesados por miles distracciones que, a lo mejor, nos alejan del verdadero objetivo: una vida plena. El Espíritu, por esto, es nuestro mejor aliado y, por esta razón, es necesario que aprendamos a hablar su idioma.

Gn 9,8-15: Pacto de Dios con Noé liberado del diluvio de las aguas.

Sal 24: R/. Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza.

1P 3,18-22: El bautismo que actualmente os está salvando.

Mc 1,12-15: Era tentado por Satanás y los ángeles lo servían.

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