El Dios entre los últimos – Cristo, Rey que se pone a servir

El Dios entre los últimos – Cristo, Rey que se pone a servir

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas, de las cabras. Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme.» Entonces los justos le contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?» Y el rey les dirá: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis.» Y entonces dirá a los de su izquierda: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. Entonces también éstos contestarán: «Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te asistirnos?» Y él replicará: «Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.» Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.»

Si miramos un poco en los evangelios y nos fijamos en cómo pasaba los días Jesús, nos damos cuenta que por las noches él se retiraba, desaparecía en algún lugar aislado para quedarse a solas. Allí, en la intimidad, rezaba, en contacto con el Padre que tanto amaba y sentía cerca.

Quién sabe cómo rezaba y qué decía. Nadie lo sabe y es correcto así, porque al final cada uno tiene que buscar su forma de entrar en comunión con lo divino; no hay fórmulas ni atajos que valgan para todos, sino que cada uno necesita buscar su camino hacia Dios, su camino hacia sí mismo.

La oración de Jesús, entonces, lejos de ser una escapatoria para alejarse del mundo, es justo lo contrario. De hecho, de día los evangelios nos presentan al Nazareno siempre rodeado de gente; otras veces es él mismo que se acerca a un mendigo, un enfermo, un pecador. Siempre lo vemos relacionándose con alguien, para enseñar, cuidar, curar, animar, consolar.

Su mirada es atenta a la mirada de los que están cerca de él, porque con su mirada él comunica su amor, como con el joven rico: «Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.»» (Mc 10,21).

Durante el día su objetivo son los pequeños, los olvidados y rechazados por la sociedad.
Si ser mujer, pecadora, con la regla, te coloca más allá del límite de la aceptación social, entonces allí encontramos a Jesús hablando y enseñando a las mujeres, escándalo para los guardianes de las normas sociales de la época.

Si tener la lepra o ser ciego o pobre es una maldición de Dios por los pecados tuyos o de tu familia y por eso mereces vivir así, entonces allí encontramos a Jesús abrazando al leproso, curando al ciego, hablando con el mendigo, todo un escándalo para los guardianes de las normas sociales de la época.

Si ser pecador público es una falta grave hacia Dios, porque significa ir contra su ley y por eso eres impuro, entonces allí encontramos a Jesús comiendo y bebiendo con estas personas, compartiendo mesa con ellos, todo un escándalo para los guardianes de las normas sociales de la época.

El objetivo de Jesús está claro: es devolver la dignidad a todos aquellos a los que un cierto tipo de sociedad ha intentado negar, porque son considerados no dignos conforme a sus criterios.

Pero para Jesús, el único criterio que vale es el ser humano y su dignidad, que ninguna ley, supuestamente divina o humana puede pisotear.

Sólo así entiende Jesús el significado de “hacer la voluntad de su Padre”, y es por eso que él se siente tan cercano a los más débiles, los olvidados o los abandonados hasta el punto de identificarse con ellos.

Este es el criterio para entender el evangelio de este domingo. Cuidar al que lo necesita, curar al enfermo, dar de comer al hambriento, de beber al sediento, levantar al caído o sostener al que se tambalea, significa unir lo divino con lo humano; porque en el amor horizontal se hace presente el amor vertical. Sólo en el amor a los iguales se puede hacer presente y efectivo el Amor de Dios.

No hay lugar donde encontrar a Dios porque en todos los lugares podemos encontrarle.

No hay persona que represente a Dios porque en todos los seres humanos Él quiere darse a ver.

Pero Su voz clama más fuerte y Su presencia se hace más visible entre los últimos de la sociedad, los olvidados, los malditos por los hombres.

Es allí donde Él se hace más presente y donde nos llama a restablecer una sociedad fundada sobre la igualdad, la libertad y el amor.

Al final, todos por dentro somos un poco como las cabras del evangelio de Mateo, siempre corriendo a solucionar nuestros quehaceres y mostrándonos poco interesados a las necesidades de quien puede pasarlo muy mal.

Seguir de verdad a Jesús, sin embargo, es descubrir que el otro no es un estorbo para mi, sino que es necesario para mi realización y que sólo cuando curo al otro, me curo a mi mismo, es salvando que me salvo, es dando que recibo, es olvidándome de mí mismo como me puedo encontrar con mi verdadero yo.

Sólo ayudando al otro a salir de su pequeñez, yo mismo me transformo, saliendo de mi pequeñez para encontrarme con la grandeza que Dios quiere en mi.

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