El agua viva – III Domingo de Cuaresma año A

El agua viva – III Domingo de Cuaresma año A

Cuaresma, un camino de divinización

Llegamos al tercer domingo de Cuaresma. El recorrido hasta ahora nos ha presentado varios temas: el primer domingo hemos visto Jesús tentado, seducido, algo que nos dice como el mismo Jesús, a lo largo de su vida, ha tenido que pasar por momento de crisis, de dificultad, de prueba. Jesús es un ser humano como nosotros, que ha ido aprendiendo las vías del bien, pagando con su misma vida.

En el segundo domingo hemos salido al monte Tabor. Aquí, el Jesús humano se nos ha mostrado en su naturaleza divina, pero de una forma que desconcierta, que desbarata nuestras previsiones. Jesús no se deja encasillar en nuestras categorías, ni se le puede usar para fundamentar nuestras ideologías, así como hacía Satanás con él en el desierto y Pedro buscando un mesías glorioso. 

Ahora estamos en el tercer domingo. El Jesús humano del primer análisis y el Jesús divino del segundo ahora se unen en la visión de este tercer momento, según san Juan. Aquí Jesús está cansado, junto al pozo de Jacob, en Samaría y transforma a aquella que encuentra, la samaritana, con un agua que quita toda sed. En otras palabras, este recorrido hecho hasta ahora nos ha mostrado a un Jesús que no se deja enredar por el poder, la fama, la gloria y cuya divinidad se manifiesta de una forma inesperada, hasta llegar a una nueva fase: este Jesús nos endiosa. 

El agua que quita toda sed

Los antiguos padres griegos de la Iglesia solían hablar de deificación o divinización, el proceso que nos transforma y nos introduce en la unión con Dios, en la relación íntima entre el Padre y el Hijo, por medio del Espíritu Santo. Esta transformación es posible gracias a tres momentos.

La primera etapa se constituye por la lucha contra todo aquello que nos quiere alejar de Dios (primer domingo). Es la fase en la que nos encaramos con nuestra sombra, para conocernos mejor, asumir lo que somos y dejar de condenarnos y sentirnos culpables o rencorosos. A esta fase de aceptación se añade una segunda etapa, que nos introduce al conocimiento mismo de Dios (el Tabor). Es la fase de la iluminación, que según San Juan de la Cruz es también la noche oscura, que no es algo puntual en el crecimiento espiritual, sino el continuo descubrir que este Dios, que es Presencia, se nos revela como Ausencia, indisponible, ingobernable, desbordante cualquier concepción que tenemos de él. Finalmente, la tercera etapa es la definitiva transformación del creyente por medio de la resurrección y de la unión definitiva con Dios.

La vida divina en el Espíritu

El evangelio de este tercer domingo, entonces, nos muestra a Jesús como aquel que es capaz de donar el Espíritu a aquel que está dispuesto a escucharle y hacerle espacio. El Espíritu es el agua viva que nos convierte en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. Este mismo Espíritu despliega nuestra auténtica identidad, ser hijos de Dios, y nos permite el acceso a la Realidad, a saber, ser miembros de la familia divina. Esta filiación nos hace ser “dioses”, que es la plenitud del ser humano, no por nuestros méritos sino simplemente por la gracia, el poder y el amor de Dios, que no hace de su Divinidad algo precioso y exclusivo, destinado solo para él, porque su dinámica es la de la comunión, de la participación, de la inclusión. 

Conclusión

Es así que la comunión transformativa e inclusiva de Dios se proyecta y refleja en la comunión transformativa e inclusiva de la familia humana. Ahora, la samaritana no se queda en la intimidad con Jesús, como si de un privilegio se tratara, sino que va hasta el pueblo y comparte lo que sabe, llevando más gente hacia Jesús; ella ya se ha convertido en surtidor de agua que salta hasta la vida eterna. La deificación, es decir, el dejarse inhabilitar por el Espíritu y colaborar con Él, lleva al ser humano a su plena realización.

Ex 17,3-7: Danos agua de beber.

Sal 94: R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:

Rom 5,1-2.5-8: El amor ha sido derramado en nosotros por el Espíritu que se nos ha dado.

Jn 4,5-42: Un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

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