Dios, la libertad que da vida – XI Domingo T.O. Año A
El Dios libertador
Las lecturas de este domingo nos muestran la experiencia que de Dios tiene el pueblo de Israel. En la primera lectura se recuerdan los cimientos de lo que es la identidad de un pueblo: de esclavo, abandonado a su suerte, humillado porque insignificante en el mapa “político” antiguo, los judíos se sientes escogidos, elegidos no por algún merito en particular, sino por simple gracia de Dios. A través de varias vicisitudes y pruebas, comprenden que Dios siempre está con ellos, a pesar de sus debilidades y traiciones y que él es el libertador, aquel que devuelve a su gente la libertad que a lo largo de su vida se va pisoteando y perdiendo.
Jesús, la libertad de Dios que da vida
Seguir a Dios significa tener esperanza en una vida libre y prospera, no libre de las angustias, sino libre de una postura personal y comunitaria que se cierra al amor, a la vida, al futuro, como ocurre a los egipcios que, negándose a escuchar a Dios rechazan la prosperidad y la fecundidad, simbolizadas con la muerte de los primogénitos.
El evangelio de Mateo, entonces, se hace portavoz de esta experiencia, en las palabras y gestos de Jesús: la gente está exhausta y parece abandonada, como si no tuviera pastor, un guía que les recuerde cuán fuerte es el amor que Dios tiene por su pueblo y que haga otra vez circular con fuerza y energía la sangre en las venas de esa gente.
La Iglesia y la autoridad
Jesús, entonces, da poder a los doce para que hagan lo mismo que hace él. Pero ¿qué es este poder o esta autoridad? La palabra autoridad deriva del latín auctoritas y del verbo augere, que significa aumentar, magnificar, promover. Quien ejerce su autoridad sobre otra persona, entonces, lo hace porque consigue que el otro progrese, se desarrolle hacia un bien mejor, lo acompaña hacia su plenitud. La autoridad, pues, no se debe confundir con la coacción o sumisión por acatamiento, sino que implica un cierto prestigio moral que atrae y transforma. Ello les da no un “poder sobre” (dominio), sino un “poder para” (servicio).
Este servicio es el de comunicar vida, de ayudar a redescubrir los talentos sepultados, vendar las heridas de aquel que ha sido atracado y cuidarle para que recobre la salud, acompañar para que nos podamos librar de aquellos espíritus que nos poseen como el egoismo, la venganza, el interés personal, el deseo de fama y poder, la gana de ser reconocido y aceptado a cualquier precio.
Conclusion
Las lecturas de este domingo, entonces, nos recuerdan que la Iglesia está llamada a acercarse a las periferias existenciales de la vida de cada hombre y mujer, poniéndose a su lado no porque estos viven acordes a unos parámetros que han sido establecidos de antemano, sino porque “lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis”. La Iglesia, en otras palabras, está llamada a amar por pura gratuidad a imagen del Padre, que transforma con un Amor que nos ama primero y sin condiciones.
De esta forma la Iglesia podrá recuperar la credibilidad que ultimamente ha ido cayendo bruscamente, a saber, sabiendo mostrar el rostro bondadoso y cercano del Señor de la vida, permitiendo que se descubra con un mensaje llenos de gestos concretos que “el reino de los cielos está cerca”.
Ex 19,2-6a: Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa.
Salmo 99: R/. Nosotros somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Rm 5,6-11: Si fuimos reconciliados por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón seremos salvos por su vida!.
Mt 9,36–10,8: Llamó a sus doce discípulos y los envió.