Del like a la realidad profunda – XXXII Domingo T.O. Año B

Del like a la realidad profunda – XXXII Domingo T.O. Año B

El «like» que me hace sentir mejor

Las apariencias, la búsqueda de aplausos, el dar visibilidad para obtener un «like». Hoy, Jesús ensalza a la pobre viuda que echa en el tesoro del templo unas monedas de valor ínfimo, pero que representan todo lo que ella posee. Otros, sin embargo, se enorgullecen del ruido que hacen al depositar muchas monedas en el tesoro, para que se sepa que ellos aportan mucho.

¿Valgo por los «likes» que recibo?

Desafortunadamente, esta dinámica de la eficacia y la eficiencia está muy de moda en nuestros tiempos. Podríamos resumirla en la fórmula: vales en la medida de lo que aportas, donas o trabajas. Cuanto más haces, cuanto más aportas, más se te valora. Es el principio de la meritocracia: la ley «invisible» que te guía hacia el éxito no se encuentra en los contactos que tienes o en lo que posees por herencia, sino que depende de los méritos personales.

La meritocracia y sus límites

En sí, este sistema meritocrático tiene su lógica, ya que evita los abusos de quienes buscan vivir del asistencialismo, un modelo que puede crear dependencia y no siempre ayuda a desarrollar las potencialidades de cada persona. Por otro lado, también previene ciertas dinámicas en las que personas ocupan lugares de responsabilidad solo por amistad o por tener el contacto perfecto que los «coloque» donde desean.

El esfuerzo, la constancia, las habilidades, las competencias y los talentos personales son clave en un modelo basado en los méritos. Sin embargo, estos no se deben únicamente al esfuerzo individual, sino a un conjunto de factores muchas veces ajenos a la persona, como la educación recibida, así como el contexto familiar y social de pertenencia. Estos elementos también juegan un papel clave en el desarrollo personal, lo que nos sugiere una realidad fundamental, que es la siguiente:

Somos el fruto de los dones que hemos recibido

Desde la vida misma, que nadie ha merecido o escogido, todo lo recibimos gratuitamente de nuestros padres, familiares y amigos, ya que nacemos totalmente dependientes. Esto significa que también los logros personales y el esfuerzo que cada uno pone para alcanzar sus objetivos son fruto de una educación recibida. Pero, lejos de ser determinista, lo que aquí se quiere afirmar es que nuestra libertad se despliega dentro de un espacio que nos ha sido regalado.

Entonces, reflexionar sobre esto nos lleva a tomar conciencia de que lo más acertado es desarrollar una actitud de gratitud hacia todo lo que somos y tenemos, y aprovechar esta realidad para aprender a dar de nosotros mismos.

Del «like» al agradecimiento

Ser agradecidos nace del reconocimiento de que nos hemos sentido amados y arropados, y que nuestro valor no depende de lo que somos o hacemos, sino simplemente de existir. Esto es lo que ocurre con un bebé: no puede hacer nada y es totalmente dependiente, pero sus padres le dan todo, no porque se lo merezca, sino porque está allí con ellos, fruto del amor que da vida nueva.

La mochila que nos pesa

Con dificultad, sin embargo, logramos aplicar esta dinámica familiar al entorno laboral o social en el que nos movemos. Allí nos percibimos como desconocidos los unos respecto de los otros. Nuestra mirada no consigue penetrar en la realidad más profunda de las relaciones que nos vinculan y se queda en la superficie. A esto se suma que, a veces, nos resulta difícil aplicar esta verdad incluso dentro de nuestra propia familia, porque cada uno de nosotros carga con una mochila llena de su historia, hecha de heridas y de egoísmo, que nos arrastra y limita nuestra capacidad de amar.

En este sentido, ni vale más la pobre mujer que echa todo lo que tiene en el tesoro del templo ni valen menos aquellos que se enorgullecen de lo que son o de lo que tienen, buscando el «like» del espectador de turno.

Es cierto que el evangelio de este domingo nos recuerda la importancia de la humildad, fruto de reconocer que todo lo hemos recibido y que, así como gratuitamente hemos recibido, de la misma forma estamos llamados a dar.

Una invitación a mirar más allá

Pero, además de todo esto, el relato de este domingo nos invita a detenernos y hacer un ejercicio de reflexión e inmersión profunda, para no quedarnos en la superficie de lo que perciben nuestros sentidos, y captar otra realidad invisible a los ojos que nos recuerda que todos somos miembros de la misma familia, todos somos dignos de ser amados. No debería ser necesario aparentar para buscar elogios, es decir, para obtener atención y sentirse apreciados, porque ya somos el fruto del Amor que nos ha dado vida y que nos sigue haciendo florecer.

Conclusión

La pobre viuda no vale más que otros; Jesús la toma como modelo de persona «pobre en espíritu» porque ha entendido, ha visto más allá, ha sabido leer entre los pliegues de la vida (inteligencia – “inter legere”), descubriéndose amada por un Dios que libera y vivifica, un Dios que ya nos da su «like» simplemente por lo que somos, que no pide sacrificios, sino que nos invita a crecer, a mirar en nuestras mochilas para deshacernos de aquello que sobra y ser más valientes, maduros, confiados, capaces de amar.

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