De la escasez a la abundancia – III Domingo Adviento Año C

De la escasez a la abundancia – III Domingo Adviento Año C

Escasez y abundancia

En este tercer domingo de Adviento hay varias palabras clave sobre las que podríamos reflexionar, pero todo lo que voy a escribir tiene que ver con nuestra sensación de escasez o de abundancia.

Antes que nada, es necesario recordar, una vez más, que este periodo de preparación no es algo puntual con fecha de caducidad en el 24 de diciembre. Porque el Adviento, además de ser un tiempo fuerte en nuestro año litúrgico, nos recuerda que todos los días debemos predisponernos para vivir en plenitud el don de la vida que recibimos y seguimos recibiendo constantemente, así como la posibilidad de transformar nuestra vida en un don para nosotros y los demás.

No temerás mal alguno

En este sentido, la primera lectura, del profeta Sofonías, nos recuerda que el Señor está en medio de nosotros y que, por esta razón, no debemos temer mal alguno. Quizás algunos de vosotros os preguntéis qué significa esto. Pues, en primer lugar, que el Señor siempre está con nosotros, como el aire en nuestros pulmones. Incluso si en algún momento no hubiera más aire porque hemos muerto, aun así no hay posibilidad de estar lejos de Dios.

Dicho esto, ¿en qué sentido no debemos temer mal alguno? No en el sentido de que, si Dios está con nosotros, entonces el mal, el sufrimiento o la derrota no puedan tocarnos. Pensar esto sería irreal y absurdo. Justamente porque Dios está con nosotros y su amor nunca nos abandona, esta conciencia nos permite confiar en la Vida y darnos cuenta de que todo lo que nos ocurre es una oportunidad para usar en plenitud nuestra libertad, para crecer y hacer crecer. Desde esta perspectiva, aquello que vivimos como un mal también puede ser transformado en bien.

La alegría que nos libera

Darnos cuenta de esta verdad pone en entredicho todo el miedo que nos paraliza y nos centra en nuestro ego. Si no tengo razones para defenderme ni motivos para temer, ¿por qué dejarme guiar por el miedo? De repente, me siento liberado, redimido, salvado de las trampas y de los ídolos que son resultado de mis creencias. Y esto no puede sino llenarme de alegría, gozo y esperanza, que son precisamente el tema central del Adviento y, más aún, de este tercer domingo, conocido como el domingo del Gaudete.

El término Gaudete es, de hecho, el comienzo de la segunda lectura, de la carta de Pablo a los filipenses: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito, alegraos». También el apóstol nos recuerda que no hay motivo para temer o preocuparnos, porque estamos en Dios, y esto significa que estamos a salvo. Si no tememos de verdad, entonces desaparecen las causas de la envidia, la rabia, el odio, el rencor, la codicia, la violencia y los juicios.

Del miedo a la paz

En otras palabras, el cese del miedo y la preocupación nos llena de paz, de esa toma de conciencia de que, si vivo mi existencia en Dios, todo se puede transformar en aliciente para reconciliarme conmigo mismo y con los demás, para aceptarme y quererme tal como soy, para aceptar y acoger a los demás con sus virtudes y defectos, y para abrazar lo que vivo, porque mi vida abunda de ese amor que me rodea y me llena.

Sin embargo, si vivo fuera de esta paz y de esta unión interior, desde la óptica de la escasez, es decir, pasando del YO al yo, de la visión unificadora y abundante en Dios a la divisoria y reductora del ego, caigo nuevamente en la dinámica diabólica que nos separa, convirtiéndonos en competidores, enemigos o socios solo mientras convenga.

Custodiar el corazón y los pensamientos

Por esta razón, Pablo insiste en la importancia de custodiar el corazón y los pensamientos en Cristo Jesús. Vivir en esta paz requiere trabajar en esta dimensión, llegando a ser más sensibles al sufrimiento y las dificultades de los demás, más compasivos y empáticos, dándonos cuenta de todo lo bueno que nos rodea y por lo que podemos estar agradecidos y alegres.

El ejercicio diario contra la escasez

Este es un ejercicio que debemos practicar a diario para crecer en esta sensibilidad, ya que, por defecto, estamos configurados para sobrevivir y defendernos, centrándonos en la escasez y en lo que nos falta. Sin embargo, el Señor nos llama a pasar de nuestro ser instintivo a nuestro ser auténtico y maduro, hecho para amar, y esto se cultiva dejando que el Espíritu Santo hable en nosotros.

Juan Bautista y su antídoto a la escasez

En esta misma línea encontramos el Evangelio de Lucas. La gente acude a Juan Bautista para comprender qué hacer para vivir en santidad, es decir, para vivir plenamente. El Bautista no les dice en qué deben creer ni les propone dogmas o verdades de fe, sino que les invita, con la pasión que lo caracteriza, a transformar sus corazones y mentalidad para ser más fraternos con los demás, especialmente con quienes enfrentan mayores dificultades.

¿De qué se trata? Pues de compartir, ser honestos, no crear hostilidades y evitar fomentar actos violentos y de injusticia. En otras palabras, el evangelista nos recuerda que un corazón renovado busca la unión, vive en paz porque está en paz consigo mismo, y se ha reconciliado con su sombra y con los pensamientos y sentimientos que nuestro instinto primario de supervivencia nos inculca, priorizando nuestro bienestar por encima del de los demás.

La alegría y el papa Francisco

El papa Francisco, en su exhortación apostólica Evangelii gaudium, nos recuerda que hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua (nr.6). Cuando la esperanza se apaga y con ella la ilusión, los proyectos y las ganas de seguir adelante, todo se vuelve oscuro y triste. Entramos entonces en la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo (nr.83).

Esta es la dinámica de la escasez, que se traduce en el victimismo y la defensa contra un mundo vivido como hostil. Es también la opción que nos lleva a interpretar la realidad como enemiga, en lugar de verla como una oportunidad para poner en marcha nuevos caminos y activar ese don de Dios que todos tenemos: la creatividad, que nos permite buscar soluciones nuevas a los retos que enfrentamos.

Conclusión

Las dinámicas de la escasez nos encierran en el ego, empujándonos a mirar únicamente nuestras necesidades. Este tercer domingo de Adviento, sin embargo, nos invita a cambiar el rumbo de nuestro corazón y pensamientos, porque vivir en Dios significa vivir ya en plenitud: todo lo que tenemos, y también lo que no tenemos, es lo que necesitamos para ser lo que somos.

Muchas veces pensamos que, si no nos hubiéramos equivocado tanto, habríamos ahorrado tiempo y estaríamos más adelantados respecto de donde estamos ahora. Esta es la lógica de la escasez. Sin embargo, en la óptica de la abundancia, reconocemos que no seríamos lo que ahora somos sin nuestro pasado y nuestras experiencias vividas. Es la lógica adecuada que transforma nuestra tristeza en alegría y nos recuerda que todo Viernes Santo tiene su Pascua de Resurrección. Vivir esperanzados, con los pies en la tierra y con la alegría del Evangelio, nos hace más fuertes y hace brillar con más intensidad la luz que ilumina nuestra vida y puede contagiar a los demás.

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