El Cuerpo de Cristo, una comunidad habitada por la Trinidad
El Cuerpo de Cristo y la historia de la salvación
La solemnidad de esta semana, junto a sus lecturas, nos invitan a reflexionar sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo y, entonces, sobre la eucaristia. Muchas veces tenemos la tendencia a pensar y vivir la misa desde una visión que solo subraya la presencia y la acción de Jesús y, además, en reconocerla solamente presente en la persona del ministro ordenado.
Siempre tenemos que tener presente delante de nosotros la historia de la salvación, en la que el Padre envía a su Hijo, a través del Espíritu (la Encarnación), para divinizarnos, es decir, abrazarnos y hacernos participes de la íntima comunión con el misterio de la Trinidad que, de hecho, celebramos justo la semana anterior.
El Cuerpo de Cristo y su dimensión trinitaria
En la eucaristia, de forma parecida, se realiza la misma dinámica: el Padre, a través de la fuerza del Espíritu, hace presente a su Hijo, para continuar su labor de divinización. En el mismo momento, todo el pueblo de Dios, aquel que preside como los demás miembros de la comunidad, movido por el Espíritu, es también el cuerpo de Cristo, que se siente hijo de un Padre generoso, le pide ser escuchado, le da las gracias por los dones recibidos, y en cuanto Cristo total, cabeza y cuerpo, sigue su misión en el mundo al terminar la misa, en cuanto Cristo y en cuanto su Iglesia.
En esta dimensión trinitaria, se puede apreciar que el Hijo no juega el único papel que, además, en una óptica occidental con fuerte talante individualista, termina por identificarse solamente con el presbítero. El momento eucarístico es, más bien, una realidad fundamentalmente relacional, de dimensión trinitaria y comunitaria. Es la Trinidad que se hace presente. como don, en su relacionarse entre las personas divinas y en su entramado con el pueblo de Dios que allí celebra.
El presbítero, simbolo de la realidad divino-umana de cada bautizado
Por su parte, el presbitero que celebra, no tiene un poder sagrado personal que lo hace superior a los demás, casi-divino. Él ha sido escogido de entre los miembros del pueblo de Dios para expresar una forma particular de vivir la fe en Cristo y es el símbolo de lo que es toda la comunidad de creyentes: a la vez humana, pero también divina, sin confusión ni división. Es por esta razón que decimos que el ministro ordenado, administrando los sacramentos, representa a Cristo y también a la Iglesia, porque en él actúa Cristo (sin identificarse con él, provocando así que se le considerara un semidiós) y actúa la misma Iglesia, de quien forma parte.
El Cuerpo de Cristo, la comunidad creyente
De esta forma, cuando el celebrante levanta el cáliz y la patena, está mostrando a la vez el don de Dios que se hace disponible a nosotros y que nos nutre y nos está mostrando a nosotros mismos que, bautizados, somos el cuerpo de Cristo, reflejado en aquel primero que está sobre el altar.
Al comer del cuerpo y la sangre de Cristo, entonces, estamos invitados a vivir lo que ya somos y lo que estamos siempre llamados a ser, presencia del amor del Padre que genera vida, levanta, crea, cuida; presencia del amor del Hijo, que se pone a la escucha del Padre, de su Palabra, con humildad y con valentía; presencia del amor del Espíritu, que nos permite sentirnos hermanos, unidos los unos a los otros.
Dt 8,2-3.14b-16a: Te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres.
Salmo 147: R/. Glorifica al Señor, Jerusalén.
1 Cor 10,16-17: El pan es uno; nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo.
Jn 6,51-58: Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.