Divinización de todo lo creado – Cuerpo y sangre de Cristo

Divinización de todo lo creado – Cuerpo y sangre de Cristo

Unas lecturas poco favorecedoras

En esta fiesta del Corpus Christi, las lecturas no son las que evocan el mejor de los imaginarios. Escuchando la primera lectura, del libro del Éxodo, no puedo no imaginar este sangre de los animales sacrificados derramada sobre el altar y esparcida sobre los creyentes allí presentes. 

Todo me lo imagino rojo, manchado, incluido las personas, con su ropa, sus caras, su pelo…Sin duda, desde el punto de vista teológico todo esto se puede explicar, pero los fieles que van a misa y escuchan esta lectura, seguida por “Palabra de Dios”, no se hasta que punto entiende todo ello o, al contrario, puede ser contraproducente.

La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, también nos habla de sangre, de sacrificio, de ofrenda, pero ya no en tono tan cruento y directo. Y, sin embargo, nos ofrece una lectura según las categorías del mundo bíblico y de la experiencia religiosa del tiempo, donde para estar en comunión con Dios son necesarios los sacrificios y estos rituales permiten el perdón del pecado y restablecer la alianza con la divinidad. En este caso, es Jesús que es presentado como la víctima y el sacerdote, en su papel de único mediador ante Dios.

La última cena y nuestra divinización

El evangelio, según Marcos, nos presenta la última cena de Jesús con sus discípulos reunidos en el Cenáculo. Aquí Jesús coge los alimentos más típicos de una cena con amigos, el pan y el vino y realiza un proceso de divinización, a saber, los transforma en su cuerpo y en su sangre. Es aquí que mi corazón inquieto y preocupado se apacigua: nada de acciones heroicas o méritos que presentar, así como tampoco sacrificios y sangre que requerir.

La acción de Jesús sobre el pan y el vino nos dice que todos los elementos están llamados a la divinización, lo que solemos llamar “santidad”. Santidad no es un estado de vida que el ser humano consigue a golpe de esfuerzos, ascesis y fuerza de voluntad. La santidad es un estado del ser humano que se alcanza cuando dejamos de querer alcanzar algo y nos dejamos llevar y llenar de Dios.

Divinización es dejarse vaciar para luego llenar

Así como nos pasa que cuanto más nos movemos locamente y con muchos esfuerzos en el agua, lo que conseguimos es solo cansarnos, agobiarnos y ahogarnos y solo si nos tranquilizamos y nos dejamos relajar es allí que empezamos a flotar, algo parecido actúa en nosotros cuando dejamos el eficientismo espiritual para entrar en otra perspectiva: depende de mi dejarme llenar, depende de él que me llene. Lo segundo está más que garantizado en la medida en que yo comprenda que es la hora de abandonarme y dejar que él actúe.

Las imágenes evocadoras de Jesús

Me resuenan las palabras de Jesús en relación con los lirios y las aves, preciosas por su belleza y despreocupadas por lo que vestir; son el modelo de la confianza, del abandono, del bebé en brazo de su madre. Así como me vuelve a la cabeza otra parábola, la del fariseo que presenta todos sus méritos, palabras vacías porque solo hablan de un gran YO, en realidad muy pequeñito, mientras el publicano es consciente de su pequeñez y se deja llenar de Dios.

En otras palabras, estar con Dios (santidad) es un hecho, descubrirlo es nuestra tarea, hacerlo presente en nosotros es la misión y el cumplimiento, haciendo fluir en nosotros la dinámica del amor. De esta forma, todo es susceptible de divinización, pan, vino, seres humanos, el mundo y el universo entero, a través del despojo de sí (fuera orgullo) y de la entrega desinteresada y apasionada, lo cual implica también sacrificio, sin lugar a dudas (abandonarse cuesta e amar tiene su precio).

Conclusión

La fiesta del cuerpo y sangre de Cristo, entonces, es para mi, entonces, un memorial de todo esto que acabo de resumir: lo que somos es un don, este don hay que reconocerlo, con fe, asumiéndolo, masticándolo, digiriéndolo, no según la logica común (fuerza, imposición, rapidez, eficiencia), sino según otra lógica (paciencia, confianza, abandono, despojo, entrega). Porque solo muriendo a uno mismo podemos resucitar y solo haciendo limpieza y paz dentro podemos dejar que nosotros también seamos hechos presencia visible del Dios invisible, cuerpo y sangre del Señor, vida entregada que genera nueva vida, a saber, la divinización que empieza sabiendo que ya estamos a la derecha del Padre.

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