Considéralo como un gentil o un publicano – XXIII Domingo Tiempo Ordinario

Considéralo como un gentil o un publicano – XXIII Domingo Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si tu hermano peca contra ti, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» (Mt 18,15-20)

Todas las lecturas de este domingo van hacia una misma dirección, el amor al hermano. Por eso dice San Pablo a los Romanos: Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera. (Rom 13,10)

Amar significa “cuidar de” y si nos encontramos con que una persona actúa mal (si tu hermano peca contra ti) ¿qué podemos hacer? ¿Nos damos la vuelta, haciendo como si nada hubiera pasado? ¿O le regañamos con aire de superioridad, sabiendo que nosotros poseemos la verdad y el otro no? Nada de eso suena a cuidar del otro, sino más bien es cuidar a mi ego.

Pero para poder comprender es necesario empezar por el principio. Y eso pasa por comenzar a definir lo que es pecado. 

Pecado es todo lo que retrasa nuestro crecimiento, nos deshumaniza, nos rebaja, todo lo que no nos permite alcanzar nuestra plenitud como seres humanos. 

En esta óptica es fácil entender que nadie se puede sentir superior a los demás porque todos tenemos una experiencia común: la de preferir, a veces, nuestros intereses antes que los de los demás. A veces aunque eso pueda ser dañino para nosotros mismos o para el otro. 

Es por esto que siempre la corrección fraterna debe de ser hecha con humildad y para el bien del otro, con el fin de que el hermano recapacite. Además el evangelio es claro en afirmar que no hay que esperar a que sea el otro el que venga a nosotros para pedir perdón, sino que el primer paso para restablecer la relación está en nuestras manos. 

¿Y si él no cambia de actitud? ¿Tiramos la toalla? ¿Tensamos la cuerda hasta que la relación se rompa y luego cada uno por su cuenta? 

Mateo nos da la solución: considéralo como un gentil o un publicano. Eso no significa expulsarlo del grupo o abandonarlo a su suerte porque no quiere escuchar, como podría pensarse con el uso de la palabra “pagano” (gentil) o  “pecador público” (publicano). Esto significa esforzarse más, multiplicar los esfuerzos, estar ahí con más ahínco, como Cristo hacía. Él, en lugar de rodearse de aquellos que se lo ponían todo fácil, se rodeaba de los excluidos, de los parias de la sociedad, de los que no significaban nada para el resto. 

Si tu hermano no te ama primero, sigue tú amando a tu hermano, aunque sea esta vez de forma unidireccional, porque es él esta vez quien no quiere saber nada de ti. 

Al fin y al cabo la persona y la comunidad no pueden no ser otra cosa más que el reflejo de Cristo porque donde se reúnen dos o tres en su nombre, Jesús está presente. Y quien va detrás de Él sabe que la medida del amor es amar sin medida. 

¿Qué hizo Cristo con Judas cuando éste le traicionó ¿Acusarle, maldecirle, regañarle?  Pues nada más lejos de la realidad. Simplemente le miró y le dijo: Judas, ¿con un beso traicionas al Hijo del hombre? (Lc 22,48). Y ¿con Pedro que le negó varias veces y los demás apóstoles que le abandonaron? En ningún momento les dio la espalda sino que se les hizo presente después de su resurrección en primer lugar.

Porque el Amor del Padre para nosotros no depende de lo que hagamos o dejemos de hacer. Como dice San Pablo, nada podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor (Rom 8,39); y nosotros, igualemente, somos los que tenemos que manifestar este flujo eterno, incansable y divino de amor. 

Por eso dice Jesús: Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Porque Dios, que nos conoce, ya nos ha perdonado. Pero este perdón se hace tangible, presente y real en el perdón entre hermanos, que son los que pueden cortar este flujo (atar) o dejarlo fluir (desatar).

No caigamos entonces en la trampa del juicio, de la condena o del orgullo. Vaciémonos de todos estos obstáculos y saquemos el Dios que llevamos dentro. 

Porque cada reconciliación, cada gesto de amor, cada palabra de perdón, de aceptación y apertura hacia quien nos ofende, es un gesto que devuelve la vida, que salva, que recupera al otro, que quita las cadenas y los barrotes, que libera.

Sólo amando y amando más, nos hacemos Dios para el otro, encontrando en nuestros hermanos ese mismo Dios que amamos.

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