Conservar en nuestros corazones – Santa María, madre de Dios
Los relatos de la infancia, una narración teológica
Ya sabemos muy bien que los relatos de la infancia, de Mateo y de Lucas, no son una crónica de hechos históricos, cuanto una narración teológica, una manera para transmitir a las comunidades cristianas los pilares de una fe que estaba formándose.
En este marco interpretativo, Lucas nos habla de Jesús que nace en Belén, porque esta es la ciudad de David, el rey que en el imaginario colectivo judío es aquel que había liberado Israel de los filisteos, del gigante Goliat y asentado las bases para que prosperara el pueblo de Dios y su santa ciudad, Jerusalén. Todo esto y más es lo que evoca Lucas situando el nacimiento de Jesús en Belén. Él es el nuevo David, más que David, el Mesías, el rey libertador de Israel, de una libertad que no tiene que ver con la política, como luego se comprenderá con el desenlace de la muerte en la cruz.
David, los pastores y la extraña lógica de Dios
Si vamos a ver lo que nos cuenta el libro del profeta Samuel, allí encontramos a David, el último de ocho hijos, el único que no estaba en casa cuando llega el profeta Samuel en busca de un nuevo rey que va a sustituir a Saul. Él estaba pastoreando el rebaño. Es interesante ver como también en el relato de Lucas hay pastores, que son los últimos, los parias de la sociedad judía, los impuros por estar siempre en contacto con los animales y los menos dignos de estar en sociedad porque pasan todo el tiempo con las bestias y no con los humanos.
También David era el último, el más pequeño de sus hermanos, que ni siquiera había estado presente al llegar Samuel, porque era humanamente impensable que el profeta, es decir Dios, pudiera escoger justo a él, “digno” de pastorear las ovejas, de trabajar mientras los demás hermanos estaban en casa, esperando ser elegidos por Samuel.
Y es así que encontramos, en mi opinión, la clave que nos permite comprender la lectura del evangelio de este domingo. Esta es la frase de 1 Sam 16,7 en que la Dios pone en guardia a Samuel a la hora de elegir correctamente al nuevo rey: “Pero el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su apariencia ni en lo elevado de su estatura, porque lo he descartado. No se trata de lo que vea el hombre. Pues el hombre mira a los ojos, mas el Señor mira el corazón».
Conservar en nuestros corazones
Lo que iba cociéndose en la historia de David es lo mismo que se iba preparando en la historia de María, de José, de los pastores, de Jesús y es la misma dinámica que se va desarrollando con nosotros. “No se trata de lo que vea el hombre”, porque a simple vista las cosas que nos pasan no tienen sentido o pueden no ser justas según nuestros criterios. El secreto, entonces, es la actitud que Lucas nos cuenta de María: “María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”.
Conservar en nuestros corazones significa darse cuenta de que muchas veces no comprendemos lo que nos ocurre y que necesitamos tiempo, paciencia, silencio y confianza para comprender, para que se haga luz en nuestras historias, porque una lectura apresurada, superficial y “del aquí y ahora” es solo una perspectiva fragmentada, pobre y que no alcanza la esencia más profunda de las cosas.
Lucas escribe estos relatos de la infancia desde el final, porque conoce ya la historia de Jesús y por esta razón puede darnos una visión más amplia, con más respiro, desde un horizonte de mayor plenitud. Nosotros también conocemos en parte nuestro final. Nos lo dice Pablo, hablando a los Gálatas: “Cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, […] para que recibiéramos la adopción filial. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios”.
Conscientes de nuestra condición divina
En otras palabras somos hijos, herederos de Dios y nada nos falta, solo ser cosciente de ello. Como María, entonces, estamos llamados a hacer silencio, a conservar en nuestros corazones, dejar espacio para que Dios se manifieste en nosotros y para que podamos hacerle nacer en nuestras vidas. Se hace necesario , pues conservar todo lo que vivimos en nuestros corazones, en la humilde y confiada esperanza que todo lo que nos pasa sirve para nuestro bien, es decir, ser cada vez más imagen del Dios invisible.
Que en este nuevo año podamos ser conscientes de esta nuestra condición.
Feliz 2023 a todos vosotros.
Nm 6,22-27: Invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré.
Sal 66: R/. Que Dios tenga piedad y nos bendiga.
Gal 4,4-7: Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer.
Lc 2,16-21: Encontraron a María y a José y al niño. Y a los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.