Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? – XXVIII Domingo Tiempo Ordinario

Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta? – XXVIII Domingo Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «El reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados a la boda, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados, encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas, y todo está a punto. Venid a la boda.» Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios; los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.» Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?» El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.» Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.»

Esta parábola, como la de los viñadores asesinos del domingo pasado, es fruto de una elaboración post pascual que hace el autor del evangelio de Mateo para su comunidad.

Es difícil, de hecho, creer que Jesús, judío y amante de su pueblo, pensara que su gente dejara de ser el pueblo escogido por Dios, así como es difícil creer que Jesús también  supiese que Jerusalén, el centro religioso de Israel, terminaría destruida, como al final ocurrió en el año 70 por las tropas romanas. 

Una vez que el templo y Jerusalén son arrasados y los judíos dispersos por el poder de Roma, la comunidad judeocristiana lee estos acontecimientos a la luz de su experiencia de fe y extrae sus consecuencias: Dios ha escogido, desde el principio, a Israel como su pueblo. Muchas veces lo ha llamado a la conversión, con sus profetas, pero sin éxito. 

Ahora, frente al continuo rechazo de su pueblo, ha decidido extender a todos la llamada a participar en su reino, así que ya no hay distinción entre judíos y paganos, porque todos estamos llamados a su banquete.

El banquete entonces continúa en pie, no se ha anulado; lo que pasa ahora es que los invitados son otros, los que están en la periferia de la ciudad, al final de cada calle, donde termina la ciudad. Aquí están los olvidados, los pobres, los marginados, es decir los rechazados hasta ahora por religión oficial judía.

Esto es un vuelco total para la mentalidad de un judío. A los paganos, de hecho, se les consideraba idólatras y eso les hacía impuros, totalmente lo opuesto al camino deseado para un devoto judío. (Sólo recordar que en la explanada del Templo de Jerusalén había una advertencia explícita para los paganos, en la que se les prohibía la entrada en el recinto, bajo pena de muerte).

Esta apertura del rey hacia los olvidados se debe a que los primeros invitados al banquete dicen que no porque están más interesados en sus negocios, en sus terrenos, en sus cosas.

Cuando la sed de dinero, de poder o de éxito me encierran en mí mismo y me aíslan y prevalecen mis intereses personales sobre la llamada de Dios, que es una llamada a la vida, a la fiesta, al gozo, entonces me encuentro en el camino de la destrucción. Decirle no a la Vida no es otra cosa que dejarle espacio a la muerte.

Pero el rey no se da por vencido, y su gratuidad ahora llama a los olvidados, malos y buenos, porque su amor no hace distinciones y siempre está allí para que nos autorescatemos, para que nos demos cuenta de que su amor no mira a nuestra finitud, sino que nos llama a nuestra plenitud. 

No sentirnos juzgados, pero sí amados, nos abre el corazón a donar este amor de vuelta a Dios, a través nuestros hermanos; éste es el rescate, la salvación, la sanación del hombre. 

Pero ahora resulta que, a banquete empezado, el rey se da cuenta de que hay un invitado sin traje de fiesta y después de haberle preguntado la razón de su conducta y no recibir respuesta, lo expulsa de la fiesta. 

Para entender esta escena, hay que hacer referencia al libro del Apocalipsis, donde se dice que a la esposa de Cordero, es decir a la comunidad de cristianos, “se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura, el lino son las buenas acciones de los santos” (19,9).

Está claro entonces que el traje de fiesta representa revestirse de Cristo, llevar una vida como él la ha llevado, significa poner en práctica las enseñanzas del maestro. Porque no es suficiente pertenecer al grupo de sus discípulos. No todos los que dicen: “Señor, Señor” entrarán en el reino de los cielos, sino los que hacen la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt 7,21).

El riesgo sigue vivo: así como pasó por Israel que, sintiéndose el elegido, terminó olvidando su fidelidad a Dios, lo mismo puede pasar ahora para los seguidores de Jesús. Importa poco la doctrina, lo que es fundamental es el amor, la compasión, una vida dedicada a los demás. Porque muchos son los llamados pero pocos los que viven lo que creen.

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