Adulterar la Palabra que salva – V Domingo Cuaresma Año C
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
– «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
– «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
– «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
– «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
– «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Jn 8,1-11
La interpretación de la Biblia con frecuencia ha creado largos debates, que a veces han llevado a la misma comunidad de creyentes a rupturas internas, lo que se conoce como cisma.
Siempre existe un riesgo más o menos latente en aquellas religiones que fundamentan su ser y obrar sobre uno o más libros sagrados. El peligro es el de quedarse encorsetados en las palabras del texto sagrado, sin reconocer, entonces, la posibilidad de poder ir más allá de él, como reinterpretación o actualización.
El riesgo, según algunos, es el de modernizar la fe, traicionando su mensaje más preciado, o sea, aquel que siempre se ha confesado así, sin ningún cambio ni concesión. Una pequeña transformación significaría adulterar lo que es la fe auténtica, dejar de ser fieles a ella y crear, así, una religión a imagen y semejanza de la moda o del sentir del momento.
En esta óptica, el evangelio de este domingo nos presenta a unos escribas y fariseos que llevan a una mujer adultera delante de Jesús. Sabemos que la Ley de Moisés contemplaba una muerte segura para la pecadora, por lapidación. Ellos lo saben y quieren poner en dificultad a Jesús, para así neutralizarle.
Sin embargo, Jesús actúa de una forma inesperada: él no afirma que Moisés se ha equivocado y que ya no hace falta ejecutar la condena, sino que lleva a sus contrincantes a un terreno que no es el de la Escritura, sino el de la experiencia de vida. La forma que Jesús tiene de interpretar la palabra de Dios tiene un criterio absoluto, que es el ser humano.
Dicho de otra forma, la palabra de Dios contenida en la Biblia tiene necesariamente que confrontarse con las distintas situaciones y realidades que conforman la persona y los colectivos. Porque la Palabra está pensada para el ser humano y está a servicio suyo, para su liberación integral y no puede ser al revés, es decir el ser humano al servicio de la Palabra. Si fuera éste a servicio de la Palabra, estaríamos frente a un claro caso de idolatría de la Biblia o “bibliolatría». Pero nosotros no seguimos a un libro, ni a su contenido, sino a una persona, Jesús el Cristo.
Esto tiene serias repercusiones sobre la manera de entender las Sagradas Escrituras. Ellas, de hecho, han sido fruto de un largo periodo de formación, en el que sufrieron cambios, glosas, nuevas incorporaciones e interpretaciones. En ellas se iba recogiendo la sabiduría de un pueblo y su experiencia de Dios, dos elementos sujetos a modificaciones y reajustes. Se cree poder afirmar que el canon de la Biblia, así como la conocemos hoy, se pudo establecer cerca de la segunda mitad del siglo III, aproximadamente.
Cerrar la Palabra de Dios de forma definitiva, indudablemente cristaliza algo que por si mismo es fruto del Espíritu y que, entonces, es dinamismo y Palabra Viva. Fijarla una vez por todas abre al peligro de quedarnos en la letra de la que ella está compuesta, mirando así al pasado y olvidándonos del Espíritu que está detrás.
Es por eso que en el evangelio de este domingo, los escribas y los fariseos que hablan a Jesús no son capaces de ver otra cosa que lo que les manda Moisés, sin darse cuenta que han decidido obedecer a unas palabras sin ni siquiera preguntarse hasta que punto ellas pueden ser eficaces en estos casos. Parece que se han adherido a una fe que poco tiene que ver con las luces de la razón y del sentido común. Que algo esté presente en la Biblia no implica que se le deba adhesión absoluta y ciega, porque así está escrito. Esta manera de actuar es un suicidio del pensamiento, es adulterar el poder libertador de la Palabra de Dios.
Este riesgo está también entre nosotros. Son muchas las ocasiones en las que queremos defender lo que está escrito en la Biblia, sin darnos cuenta que estamos echando una carga fatal sobre los hombros de ciertas personas: es el tema de las parejas homosexuales, del acceso a la eucaristia para los divorciados, de aquellos curas que han decidido casarse y han sido abandonados por la Jerarquía, por poner solo unos ejemplos. En mi opinión, aquí como en el caso de Jesús y la pecadora, el verdadero adulterio no se encuentra en las personas que señalamos, sino en nosotros mismos que adulteramos, es decir, falseamos el sentido auténtico de la Palabra de Dios, una palabra (la de Jesús) que acoge, que arropa, que seduce, que anima, que no juzga.
Jesús no usa la Palabra para separar, marginar, dar muerte a aquellos que encuentra sino todo lo contrario. Es por eso que deseo para todos nosotros que podamos hacer un cambio en nuestra manera de ser y vivir, y también de interpretar las Sagradas Escrituras a la luz del criterio del amor y de la misericordia, para no terminar siendo como los más ancianos del pueblo que estaban entre la multitud. Ellos de hecho, fueron los primeros en irse, después de haber escuchado Jesús decir: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra», porque los que más habían vivido eran los que más habían adulterado el mensaje de Dios.