José, portador de salvación – IV Domingo Adviento Año A
El nacimiento de Jesús
Si miramos al Nuevo Testamento, podemos comprender como las distintas fuentes allí presentes no son unánimes en hablarnos del nacimiento de Jesús. San Pablo nos comenta simplemente que Jesús ha nacido de una mujer (“Dios envió a su Hijo, nacido de mujer”, Gal 4,4). Este texto de San Pablo a los Gálatas es el primer testimonio escrito de fuente cristiana sobre el origen de Jesús. Pablo no nos da más pistas.
Según los estudiosos del Nuevo Testamento, el evangelio más antiguo es el de Marcos que, con toda probabilidad, fue escrito después de la epístolas a los Gálatas. Sin embargo, Marcos no nos dice nada del nacimiento de Jesús. Su primer capítulo nos presenta el bautismo de Jesús por parte de Juan el Bautista, en el que se escucha una voz del cielo que así reza: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (Mc 1,11). Nada se dice de Jesús como Hijo de Dios antes de este hecho.
Mateo y Lucas, por su parte, adelantan la filiación divina a la misma concepción. En Lucas, es el ángel que anuncia esta novedad a María (Lc 1,26-38), mientras en Mateo se nos cuenta el punto de vista de José que, a punto de repudiar a María por estar embarazada, tiene un sueño en el que el ángel le explica que el hijo de María viene del Espíritu (Mt 1, 18-24). Finalmente, el cuarto evangelio adelanta esta filiación divina de Jesús al principio de los tiempos: Jesús es ahora el Verbo encarnado (Jn 1,1-14).
José, portador de salvación
Estas fuentes parecen reflejar un dato: Jesús no nació sabiendo quién era, sino que lo aprendió poco a poco, así como poco a poco lo fue aprendiendo la primera comunidad cristiana.
Esta reflexión nos tiene que hacer pensar en algo universal y fundamental para todo nosotros: muchas veces los hechos que nos ocurren nos resultan incomprensibles con los datos que disponemos en ese momento puntual; sin embargo, el paso del tiempo, nuevos acontecimientos y nuestra maduración personal y comunitaria nos permiten reinterpretar, entender mejor y dar una nueva explicación a algo que hasta ahora no se había comprendido o no se había comprendido plenamente.
Nos es un caso que José, el de María, se llame exactamente como otro José, el hijo de Jacob. Los dos tienen sueños particulares y saben interpretarlos. Los dos, cada uno de forma distinta, aprenden la humildad, la paciencia, la sabiduría y el amor que les permiten ser conductores, transmisores, portadores de salvación, un rio invisible que empuja hacia la vida, el amor, la comprensión, la armonia personal y entre los pueblos.
Adviento, espacio del Espíritu
José, María y Jesús no aprendieron de golpe, sino que lo hicieron con humildad, conservando todo lo que les pasaba en su corazón (cf. Lc 2,29), abiertos a la novedad, permitiendo que el Espíritu trabajara en ellos. Esto fue posible porque vivían en actitud de vaciamiento; en otras palabras, es claro que ellos tenían su forma de pensar e interpretar, pero aprendieron que “su” forma podía no ser la más adecuada y, haciendo espacio en su interior (vaciamiento/humildad), se dispusieron a hacerse moldear por el Espíritu, que encontraba en ellos espacio para poder actuar.
Este periodo de Adviento, entonces, es el periodo que da nombre a toda nuestra existencia; ella es adviento, porque siempre está llena de cosas, de eventos que van a llegar. Algunos podrán sernos más familiares, porque deseamos que se cumplan, pero otros nos podrán desconcertar y hacer tambalear la tierra bajo nuestros pies. Sin embargo, el tiempo, la humildad, la paciencia y el amor nos permitirán ver todos estos eventos con otros ojos y, con la mejor de nuestras actitudes, comprender que nada de todo esto ha ocurrido en vano, sino que todo nos ha servido para ser mejores y permitirnos ser portadores de salvación.
Is 7,10-14: Mirad: la virgen está encinta.
Sal 23: R/. Va a entrar el Señor; él es el Rey de la gloria.
Rom 1,1-7: Jesucristo, de la estirpe de David, hijo de Dios.
Mt 1,18-24: Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David.