El poder de las expectativas – III Domingo Adviento Año A
Las expectativas
En el Evangelio de este tercer domingo podemos identificar las dinámicas que frecuentemente caracterizan nuestro día a día. Cada uno de nosotros tiene unas creencias sobre lo que se espera conseguir del futuro o de las personas y así trabajamos en perspectiva a este futuro. En este sentido, el presente no tiene mucha importancia, sino porque es propedeutico a la realización de lo que esperamos que se cumpla: nuestros proyectos, sueños, deseos, expectativas.
En esta linea se nos presenta Juan el Bautista. El hijo de Zacarías e Isabel, de hecho, estaba totalmente involucrado en su misión de preparar los camino del Señor. Por esta razón, bautizar en el rio Jordán era la manera visible para que los judíos recapacitaran y cambiaran de rumbo, antes de que llegara Dios o su Mesías, porque ese día habría sido él de su juicio, que separaría el grano y quemaría la paja.
La vida se impone sobre las expectativas
Y, sin embargo, el Bautista se encuentra de repente con su proyecto patas arriba: ha sido encarcelado. Ya no puede anunciar, ya no puede bautizar, ya no puede preparar las vías del Señor. Los evangelios nos cuentan que el Bautista había bautizado a Jesús y que este último es probable que hubiese seguido en parte el mensaje que Juan estaba anunciando.
Juan, entonces, ahora confiaba en Jesús. Él, desde la cárcel poco ya podía hacer, pero Jesús podía seguir justo dónde el Bautista lo había dejado. Sin embargo, Jesús no anuncia a un Dios que se impone con la fuerza, a un Dios que se muestra con poder, castigando y premiando.
El evangelista Mateo se hace eco de la dificultad de comprensión del Bautista y de la primitiva comunidad cristiana: si el plan de Dios está muy cerca de realizarse, si el día del juicio está a la vuelta de la esquina, ¿porque Jesús se muestra tan cercano a los pecadores, justo ellos que están lejos de Dios? Es por esta razón que el Bautista pregunta: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”
Del futuro al presente
Si las expectativas nos hacen trabajar de cara al futuro, en perspectiva a un futuro que nosotros deseamos que se realice, el riesgo es que menospreciemos el presente y todo lo que en él se puede construir. De hecho, Jesús quiso que a Juan le llegara su mensaje: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.
Solamente tenemos el presente. El futuro está en nuestra cabeza y no es real. A veces podrá coincidir con nuestros proyectos, otras veces será muy diferente. No estoy diciendo que no es necesario tener objetivos y proyectos que realizar, sino que mi intención es mostrar muchas veces nos fijamos en la meta, perdiendo de vista lo importante que es el camino. Es en el camino que ya se está realizando la meta.
El poder liberador del Evangelio lo es ya en el aquí y en el ahora. Aquel que se abre a él y se deja transformar por él podrá él también ser como el ciego que ahora ve, el sordo que ya oye, el cojo que por fin puede andar, el muerto que finalmente se pone de pie.
El Adviento como tiempo presente
El futuro, ¿quién lo conoce? Este periodo de Adviento, entonces, nos tiene que servir para reafirmar la fuerza del tiempo presente, que es la única oportunidad que tenemos para dejarnos transformar por el Evangelio y transmitir su alegría a los demás. Nuestra responsabilidad se encuentra aquí, en dejarnos retar por los signos de los tiempos (como Juan con Jesús) y construir en el aquí y en el ahora esa propuesta siempre válida de una nueva manera de vivir, la del reino de Dios.
Is 35,1-6a.10: Dios viene en persona y os salvará.
Sal 145: R/. Ven, Señor, a salvarnos.
Sant 5,7-10: Fortaleced vuestros corazones, porque la venida del Señor está cerca.
Mt 11,2–11: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?