Servir a Dios y al dinero – XXV Domingo T.O. Año C
Servir a Dios y al dinero
Todas las guerras y los conflictos exteriores son fruto de una lucha interior que cada uno de nosotros no ha todavía solucionado consigo mismo. El ser humano sigue un continuo proceso de desarrollo que tiende a la plenitud, aunque no consigue alcanzar esa meta. En este proceso de evolución, nuestra libertad es clave para un crecimiento positivo, un desarrollo interior que nos abre a los demás, reconociendo nuestra identidad en la diferencia con los otros, sin crear barreras y separaciones.
Con nosotros, obviamente, crece también nuestra libertad, que nunca es absoluta sino más bien limitada, finita. Y es la libertad aquel medio que está en nuestro interior y que usamos para tomar decisiones, pasar del pensamiento a la acción, de la voluntad a los hechos.
Es a ese nivel que se desata la batalla en nuestro interior, a la hora de usar nuestra libertad. Es aquí que estamos llamados a decidir quién queremos ser. En otras palabras, no poder servir a Dios y al dinero significa que no podemos crecer humanamente si escogemos nuestros intereses personales que nos encierran en nuestro caparazón, indiferentes a lo que nos pasa alrededor o, peor aún, implicados en pisotear a otros para sacar una ventaja personal.
¿Servir a Dios…?
En esta tesitura, no se trata de rechazar el dinero, que en sí mismo no es ni malo ni bueno, puesto que es solo un medio. Tampoco se trata de obedecer a Dios, como un siervo hace con su señor. El mensaje de Jesús tiene, entre sus fines, el de ser buena nueva que libera, que sana, que cura, que invita a salir de nuestras seguridades para ver la realidad desde otra perspectiva, la de la compasión, de la hermandad, del cuidado del otro. No hay espacio, entonces, para cumplir normas que un Alguien manda para que se ejecuten; si fuera así, nuestra libertad sería entonces como las de los niños que, al no ser aún capaces de discernir lo que es bueno para ellos de lo que no lo es, se les pide que lleven a cabo lo que se les dicta. En la historia de la Iglesia, de hecho, no han faltado y no faltan ciertas espiritualidades asfixiantes, que no ayudan en la búsqueda de una genuina realización humana y, más bien, se traducen en un obstáculo que degrada y humilla.
¿…o al dinero?
Sin embargo, el Dios que Jesús muestra nos llama a crecer como personas capaces de donarse sin retener, de acoger sin condiciones. Crecer en humanidad es, entonces, el sentido auténtico de la expresión “servir a Dios”, mientras que ello no puede hacerse realidad si decidimos escuchar la voz de los intereses personales, la del ego, que en el evangelio de este domingo se traduce en “servir al dinero”. Si quisiera actualizar esta famosa frase de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero”, entonces, yo la transformaría así: no es posible esforzarse para crecer personalmente y hacer crecer a los demás si contemporaneamente no estamos dispuestos a poner a un lado aquellos impulsos que nos llevan a replegarnos sobre nosotros mismos, preocupados solo por sobrevivir.
En esta lucha espiritual entre crecer y embrutecer, sabemos que no estamos solos. Es por eso que ruego para todos nosotros para que nos dejemos llenar por el mismo Espíritu que guiaba a Jesús de Nazareth. Es este Espíritu que nos hace fecundos si le dejamos actuar, si hacemos silencio para poder escuchar lo que brota de nuestro interior y que nos llama a ser hombres y mujeres felices, capaces de contagiar esta alegría.
Feliz fin de semana.
Am 8,4-7: Contra los que compran al indigente con plata.
Sal 112: R/. Alabad al Señor, que alza al pobre.
1 Tim 2,1-8: Que se hagan oraciones por toda la humanidad a Dios, que quiere que todos los hombres se salven.
Lc 16,1-13: No podéis servir a Dios y al dinero.