El precio de la libertad – XXIII Domingo T.O. Año C

El precio de la libertad – XXIII Domingo T.O. Año C

Sab 9,13-18: ¿Quién se imaginará lo que el Señor quiere?

Sal 89: R/. Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.

Flm 9b-10.12-17: Recóbralo, no como esclavo, sino como hermano querido.

Lc 14,25-33: El que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.

¿Cuál es el precio de la libertad? Algunos nos hemos acostumbrado en pensar que somos libres cuando decidimos lo que hacer, lo que decir, lo que comprar sin que nadie nos ponga pegas y no nos obstaculice. Somos libres, entonces, si no encontramos impedimentos. Si alguien me dice lo que tengo que hacer o pensar es que ya no me deja libre de escoger lo que yo quiero.

En realidad, hay muchas formas de vivir nuestra vida, pero se las puede resumir en dos filosofías: sobrevivir y vivir en profundidad.

Sobrevivir

Como el mismo término nos comunica, sobrevivir significa vivir en la superficie de las cosas, vivir de una forma primaria, dejándonos guiar por nuestros instintos. Aquí el instinto fundamental es el de la supervivencia. Este instinto me dice que, para vivir, basta con cuidar de mis intereses; bueno, también de los intereses de los míos, si esto representa una recaída positiva, una ventaja para mí. 

En esta forma de vivir, tengo que cuidar de mi espacio, de mi casa, de mis cosas, de mis derechos, de mi familia, de mi grupo, de mis amigos, de mi país, de mis fronteras. Me aliaré con otros si hay que defendernos de un enemigo común que pone en riesgo mis comodidades, pero si no hay enemigo común, entonces habrá que prestar especial atención a estos otros con quienes me iba a aliar, no vaya a ser que sea de estos que yo me tenga que defender.

Sobrevivir significa, entonces, que el criterio para tomar decisiones correctas es mi propio bien. Pelearé si esto implica mejorar mis condiciones y sino, me callaré, para no comprometerlas. Objetivos como la verdad, la honestidad, la justicia, el amor aquí no se niegan, pero se doblegan a los intereses personales: seré sincero, honesto, justo, bondadoso, honrado, generoso si esto no me pone en dificultad, no compromete mis comodidades. Aquí, ¿cuál es el precio de la libertad? Todo lo que hago, lo estoy haciendo convencido de ser una persona libre, pero ¿de verdad lo soy¿ y ¿a qué precio?

Vivir en profundidad

Las lecturas de este domingo, sin embargo, van en otra dirección: ser cristianos, seguir a Cristo implica ver la realidad de otra forma. Así lo explica Pablo a Filemón: a este último se le había escapado Onésimo, esclavo suyo y que ahora estaba con Pablo. El Apóstol, ahora, escribe a Filemón para que acepte recuperar a Onésimo, sin castigarle, sin rechazarle, sin pensar en sus derechos pisoteados. Si Filemón recupera a Onésimo “no ya como esclavo, sino como algo más, como hermano muy querido” (Flm 1,16), esto será algo positivo para todos: para Filemón porque habrá sido capaz de ir más allá de su rabia y de su rencor, creciendo en el amor, para Onésimo, porque recuperará a su familia, ahora como hermano en Cristo y también para Pablo, porque habrá contribuido a solucionar una situación complicada.

Luego encontramos el Evangelio de Lucas, en el que Jesús dice: “Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío”. En otras palabras, quien no consigue poner en segundo lugar lo suyo e incluso a sí mismo, su proprio bien, para el bien de los demás, no puede ser discípulo de Jesús.

Vivir en profundidad, entonces, significa pagar el verdadero precio de la libertad, es decir, no dejarse guiar por el instinto de supervivencia.

El precio de la libertad

Vivir en profundidad implica luchar para no permanecer en la superficie de los instintos que nos llevan a pensar solo en nosotros y sumergirse en el profundo, misterioso, imprevisible mar del amor, de la entrega, de la donación. Aquí nos rodea el miedo a perdernos, porque el ego se da cuenta que descentrarse quiere decir dejar de considerarse a si mismo todo el rato como prioridad para dejar paso al otro.

En esta otra lógica, la libertad no es herramienta para la autosatisfacción, sino medio para construirse como persona, ser en relación, ser en cuanto me relaciono y a través del otro me descubro.

La verdadera sabiduría, entonces, está en descubrir el camino que nos hace mas humanos, personas en su sentido autentico, de aquellos que hacen sonar su voz, su vida para el bien de los demás. Es por esta razón que ruego para todo nosotros que podamos ser capaces de soltar los lazos que nos enredan en lo “nuestro”, en la óptica de la supervivencia y así decir con nuestra vida aquellas preciosas palabras que afirmaba un día Frida Kahlo: “Veo horizontes donde tú dibujas fronteras”.

Imagen original de Lorena Galarza, Un nuevo amanecer, Oleo su tela.

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