Humildad y gratuidad – XXII Domingo T.O. Año C

Humildad y gratuidad – XXII Domingo T.O. Año C

Eclo 3,17-18.20.28-29: Humíllate, y así alcanzarás el favor del Señor.

Sal 67: R/. Tu bondad, oh, Dios, preparó una casa para los pobres.

Hb 12,18-19.22-24a: Vosotros, os habéis acercado al monte Sion, ciudad del Dios vivo.

Lc 14,1.7-14: El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.

Las lecturas de este domingo van contracorriente; y es que hablan de humildad y gratuidad.

Humildad

Humano y humildad vienen de la misma raíz latina, de “humus”. Sabemos que significa tierra, suelo, lo que ya nos recuerda la narración bíblica (y de otras culturas antiguas), según la cual Dios creó al hombre del barro del suelo. Este detalle nos da ya una pista fundamental de lo que es el ser humano: un ser conectado con el planeta en el que vive, un ser que no puede concebirse como algo distinto de la naturaleza y superior a ella, sino que forma parte de ella. El destino de la Tierra está estrechamente vinculado al ser humano, así como éste depende fundamentalmente del planeta que le da cobijo.

Humildad, entonces, es ser consciente de que no somos autosuficientes, sino que somos de verdad si nos concebimos en relación y vinculados con el contexto en el que vivimos y con la gente que nos rodea.

Sin embargo, humus no simplemente significa tierra. No es cualquier tierra, sino que es tierra fértil. No es un elemento secundario eso de ser fértil, porque nos dice que el ser humano es constitutivamente un ser hecho para generar, para dar fruto.

Pero, ¿cuándo la tierra es fértil? Desde luego no cuando está compacta y hecha un bloque, dura y seca, sino cuando ha sido trabajada, ha sido removida, se le ha dado tiempo para reposar y recibir el agua y los minerales necesarios para dar luego fruto. 

Lo mismo nos pasa a nosotros. Es necesario que nos dejemos trabajar y remover por las personas y los acontecimientos que vivimos; es necesario que nos demos tiempo para comprender quiénes somos y a qué estamos llamados; es necesario que vayamos abandonando la coraza del ego que nos hace duros, compactos, secos, porque falsamente convencidos que nos bastamos a nosotros mismos, que nuestra manera de vivir, razonar, hablar, comportarnos es la mejor.

Humildad, entonces, es ser fértil, porque es la capacidad de vaciarse, de librarse del ego que quiere ocupar todos los espacios, por miedo a no poder controlar, a qué pueden decir los demás de mí, a qué pasará si no me quedo entre los primeros y no me ocupo de mi reputación.

Humildad es, entonces, la capacidad de quitar es velo, ese manto que cubre la tierra y no le permite recibir. Quitar el manto del ego significa quedar desnudo, dejarse ver como uno es, sin roles ni papeles que fingir, sino tal como uno es, dispuesto a recibir los rayos del sol y las gotas de lluvia, junto al polvo y a las semillas que transporta el viento, junto a los excrementos y a las semillas que traen los pájaros.

Caminar hacia una humanidad plena y madura, entonces, es caminar en la senda de la humildad, en la senda que me lleva a recordar un hecho que me contó mi suegro: un día él se fue a preguntar a un campesino cuáles eran las mejores semillas para plantar tomates. El campesino le contestó que ellas las podía encontrar en los tomates más cercanos al suelo. 

Esta historia me recordó las palabras de Jesús: “El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Es decir que aquel que quiere despuntar, alardeando de si mismo y dejándose guiar por el ego, cae en la trampa de creerse mejor, pensando que es por lo que muestra a los demás, que es por lo que tiene y que es por el poder de influenciar; eso lo hace estéril. Sin embargo, las semillas mejores se encuentran en los tomates que más bajos están, porque se vuela alto, se llega a ser fértil y humano auténtico si no nos olvidamos que somos tierra que necesita de ser trabajada, que necesita deshacerse de la mascara del ego que nos distrae y confunde.

Gratuidad

En evangelio de este domingo, Jesús es invitado a casa de un famoso fariseo y le llama la atención el ver como los invitados se daban prisa para escoger los mejores sitios, o sea, los primeros. Jesús, entonces, aprovecha para mostrar como lo prudente sería buscar lugares más secundarios, porque es mejor que el anfitrión te llame para subir más arriba a que te diga: “Cédele el puesto a este”.

Esta reflexión que se conecta con la humildad de la que se hablaba antes, puede llevarnos a otra trampa, que es siempre la misma en la que actúa el ego: me siento en el último puesto para que me llamen hacia arriba, me hago el humilde para que me alaben, me transformo en verdadero discípulo de Jesús para que vean que bien lo hago. 

Ahora ya no trabaja mi orgullo y mi soberbia a nivel material, buscando los primeros puestos como en el episodio del Evangelio, pero el mecanismo es el mismo, ahora pero a nivel espiritual. Los primeros puestos ahora son algo superficial, material, que carecen de importancia; lo realmente valioso es estar en la última fila, justo donde estoy yo.

Para desmontar al ego, muy hábil en adaptarse a las situaciones que cambian para quedarse como antes o afianzarse más aún, Jesús propone el antidoto de la gratuidad: actuar y hablar sin esperar nada a cambio, sin dobles intenciones que buscan el provecho propio. Ni siquiera invocando a Dios, añado yo: hago esto y luego el Señor me recompensará.

Gratuidad es descubrir que todo lo que tengo no es simplemente fruto de mi esfuerzo, sino de un conjunto de factores y de personas que me han permitido llegar donde estoy ahora y que sin ellos no podría disfrutar de lo que soy y que tengo. 

Gratuidad, entonces, es la capacidad de ser lo bastante humilde para reconocer que lo que tengo y que soy es un don y como tal estoy llamado a compartirlo con los demás, gratuitamente, independientemente de la respuesta que pueda recibir. Como un árbol, que da sus frutos de igual manera a un joven ignorante que no los aprovecha y los tira como a un sabio campesino que los reparte entre sus familiares para que los coman.

Una lógica sin sentido

Vivimos en una época en la que estamos acostumbrado y educados a dar si recibimos, a recibir si lo merecemos, a estudiar y esforzarnos para ser alguien en esta vida, donde ser alguien se mide por el trabajo que tienes, el sueldo que recibes, el poder que tienes sobre los demás, la productividad que demuestras. En esta lógica, la humildad y la gratuidad parecen no tener sentido, no tener cabida, porque lo que vale es tener (más tengo, más valgo), aparentar (aún más hoy con las redes sociales) y controlar (poder económico, político, religioso…).

Sin embargo, hoy más que nunca es necesario cambiar de rumbo. Pandemia, guerras, migraciones, hambre, pobreza; todas estas realidades no se arreglan consumiendo más o ganando más dinero o consiguiendo más poder, más votos, más “me gusta” y más visualizaciones.

La receta, o por lo menos parte de ella, está en los ingredientes que hemos visto antes: humildad y gratuidad. Sabernos vinculados entre todos, trabajar juntos para el bien común, incluyendo el planeta, que es la casa que nos da cobijo; estar dispuesto a renunciar a parte de lo nuestro para el bien de los demás, en especial de los más necesitados. 

A nivel macro como a escala micro, en el día a día, todos actuamos con la lógica de la utilidad: los países ricos prestan a los pobres y luego quieren devuelto todo y con los intereses, cuando estos países pobres lo son también a causa del Occidente europeo y norteamericano. Dentro de un mismo país, el norte rico quiere separarse del sud más pobre. Pero, ¿de qué forma se ha intentado ayudar al sud pobre para que se desarrollara y fuera más rico? A lo mejor no interesaba mucho. 

Vivimos todos en una misma casa, como una familia que, sin embargo, no busca la unidad y la armonia para vivir mejor, sino que cada uno se obstina a vivir encerrado en su pequeña habitación, velando solo por sus intereses personales.

Deseo para todos nosotros que podamos abrir nuestro corazón al amor, que nos lleva a la gratuidad y a la humildad, para que sepamos descubrirnos todos hermanos y empecemos a trabajar juntos, superando las hostilidades y las diferencias, porque un cuerpo no tiene una larga esperanza de vida si algunos de sus miembros no están sanos y no se toma ninguna medida seria y a largo plazo para buscar una cura. Los parches no sirven de nada.

Deja una respuesta