Destinados a la salvación – XXI Domingo T.O. Año C

Destinados a la salvación – XXI Domingo T.O. Año C

Is 66,18-21: De todas las naciones traerán a todos vuestros hermanos.

Sal 116,1.2: R/. Id al mundo entero y proclamad el Evangelio.

Hb 12,5-7.11-13: El Señor reprende a los que ama.

Lc 13,22-30: Vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios.

El libro del Genesis es claro cuando afirma que Dios crea al ser humano a su imagen. Con esta expresión se nos quiere decir que cada uno de nosotros es manifestación de Dios y que con nuestra existencia estamos llamados a mostrar el Ser de Dios, así como una imagen o un reflejo nos revela y pone de manifiesto la presencia de aquel que está representado.

Es en este sentido que debemos de entender la pregunta que un anonimo le hace a Jesús en el evangelio de este domingo: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Porque el proyecto inscrito en nosotros es “estar a salvo”, en cuanto destinados por nuestra forma de ser a la salvación.

Entonces, tres preguntas me pasan por la cabeza: ¿Qué es la salvación? ¿De qué tenemos que ser salvados? Y ¿Cómo ocurre esta salvación?

¿Qué es la salvación?

Con respecto a la primera pregunta, recuerdo lo que he escrito al principio: somos imagen de Dios. Sin embargo, si así lo somos al nacer, estaréis de acuerdo conmigo que muchas veces no lo manifestamos con nuestra forma de vivir. Nuestra fe, de hecho, nos enseña que la imagen perfecta del Padre es Jesús, Aquel que con una vida abierta al Espíritu mostro que Dios había asumido la carne humana, así como Jesús le dijo a Felipe en Jn 14,9: “El que me ve a mí, ve al Padre”. ¿Qué es la salvación, entonces? La salvación es Jesús, porque es aquel que nos muestra como vivir según el plan de Dios, como vivir una vida plena que nos humaniza: amando hasta dar la propia vida por los demás.

¿De qué tenemos que ser salvados?

Es así que, entonces, se presenta la segunda pregunta: ¿De qué tenemos que ser salvados? Nadie se quedará sorprendido si afirmo que nuestra naturaleza humana también esta caracterizada por sentimientos y actitudes como el egoismo, el miedo, la rabia, la envidia, el odio, el rencor, el afán de poder, de control y otros elementos que podrían alargar aun más esta lista. En si mismos, estas emociones y actitudes son naturales, es decir, también forman parte de nuestra forma de ser. Sin embargo, es cuando nos dejamos guiar por ellas que nuestra vida se hace árida, estéril, infructuosa, porque nos centramos en nosotros mismos, en nuestra supervivencia, muy poco interesados al bien de los demás porque orientados solo en buscar lo que es ventajoso para nosotros.

Sin embargo, o nos salvamos juntos o nadie se salva solo. Es, entonces, de este corazón cerrado, de este estilo de vida autoreferencial que debemos de ser salvados; en otras palabras,  de nosotros mismos, cuando olvidamos o desconocemos que cuidando del otro y buscando su bien es lo que nos permite crecer como personas, a imagen del Hijo.

¿Cómo ocurre esta salvación?

Es así que la tercera pregunta se contesta ya ella sola, con lo que hemos dicho hasta ahora. Nadie se salva solo, sino que nos salvamos juntos cuando nos amamos. Hoy más que nunca vemos como todo y todos estamos interconectados y una sana y autentica red de relaciones solo se puede conseguir por medio de la caridad. Ser imagen de Dios significa descubrir que el otro es valioso, tiene un valor inestimable, es caro (de donde viene “caridad”). Esto solo se hará real si  tomamos en serio esta verdad y nos esforzamos en ponerla en practica, de forma concreta, así como dice Jesús: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, pues os digo que muchos intentarán entrar y no podrán”. 

Estamos, así, destinados a la salvación, es decir, estamos orientados a la plenitud, que es la unión, el amor, el cuidarnos mutuamente, el vivir sintiéndonos una unica familia humana, preocupándonos para los más frágiles. Así esta plenitud puede ser para cada uno de nosotros si alineamos nuestra libertad con el proyecto que está en el profundo de nuestro corazón.

Es por esta razón que deseo para todos nosotros poder abrirnos al Espíritu Santo, que es esta fuerza de atracción y transformación que nos habita y nos recuerda lo que somos: imagen de Dios. Que podamos vivir esta realidad de nuestro ser siguiendo el ejemplo de Jesús para que, superando las divisiones y los egoísmos, podamos reunirnos de oriente y de occidente, del norte y del sur y sentarnos juntos como auténticos hermanos.

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