¿Un Dios que castiga? – XIX Domingo T.O. Año C
Sb 18,6-9: Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Sal 32,1.12.18-19.20.22: R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Hb11,1-2.8-19: Esperaba la ciudad cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios
Lc 12,32-48: Lo mismo vosotros, estad preparados.
Las lecturas de este domingo me llevan a reflexionar sobre tres conceptos que no siempre tenemos claros en nuestra vida de fe. La razón creo que se debe a que leemos la Biblia y la interpretamos en sentido literal, porque siempre nos han enseñado que ella es Palabra de Dios. Sin embargo, muy pocos nos han contado que más que identificarse con la Palabra de Dios, la Biblia más bien la contiene y es necesario acercarnos con prudencia, con herramientas adecuadas, con espíritu de contemplación y siguiendo el criterio fundamental de interpretación que es la caridad. Vamos, entonces, a céntranos en estos tres temas.
- Con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti.
Así dice un versículo del libro de la Sabiduría, de la primera lectura. El capítulo 18, de hecho, recopila la epica liberación de Israel de la esclavitud de Egipto. La idea que muchas veces subyace en las Sagradas Escrituras, así como en este capítulo, es que los enemigos de Israel terminan castigados por Dios, mientras que Éste salva a su pueblo escogido, liberándole de la muerte. Son los egipcios que mueren ahogados en las aguas del Mar Rojo, así como son sus primogénitos que mueren por el paso del ángel exterminador, mientras que los hijos de los hebreos no mueren y todo el pueblo de Dios supera las aguas del mar, saliendo ileso.
Una lectura que se queda en la superficie nos da la imagen de un Dios violento, que no se detiene delante de nada, para que su plan se cumpla, aunque esto cueste la vida de centenares de personas. Un Dios violento, pero, casi exclusivamente con aquellos que se alían en contra de Israel. Es un Dios omnipotente y que castiga a los malos, premiando a los buenos.
2. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Si el primer tema va de un Dios que castiga y premia, el segundo tema, sacado del salmo, va del pueblo que Dios escoge y que, como bien podemos imaginar, representa a los buenos. Yo puedo entender la idea que está a la base de un Dios que escoge a un pueblo entre todos los que existen: escoge al más débil, al pequeño, al frágil, para que él sea (gracias al poder de Dios y no a sus méritos) luz de las naciones, testimonio de Su grandeza. El peligro que entraña esta visión es la de un Dios que toma partido por un pueblo, declarándose a favor de éste, estando a su lado, mostrandole su favor. Esto implica que primero Israel y luego la Iglesia, nos hemos creído detentores de los favores divinos, porque “fieles” a Su palabra y anunciadores de Su mensaje. Además, porque fieles a Su palabra, entonces tenemos Su favor, porque al no ser así la consecuencia sería perder Su apoyo.
A lo mejor, pero, nos hemos equivocado; ni Dios castiga a los malos y exalta a los buenos (Dios hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos, cf Mt 5,45), ni el pueblo escogido tiene en exclusiva la misión de enseñar y guiar, porque el Espíritu de Dios está en los bautizados como en aquellos que no lo están y entre todos estamos llamados a ayudarnos e instruirnos, caminando en humildad y con miente abierta.
3. Lo mismo vosotros, estad preparados.
El tercer tema va de la meta del cristiano, conectándome así con el evangelio de Lucas. Antes se hablaba de salvar el alma, algo que afortunadamente hoy se ha superado; sin embargo, queda la idea que la meta del cristiano es la vida eterna, algo que obviamente está fuera de nuestro alcance y es exterior a nosotros, algo a que anhelar. Pero, y es aquí que quiero dar mi visión, el objetivo del cristiano y de cada ser humano, no puede quedarse en esta meta última, sino más bien en realzar el recorrido intermedio.
Para explicarme mejor, voy a hacer un ejemplo: los que somos padres, a veces nos encontramos con que nuestro hijo quiere crecer rapidamente, porque su objetivo es ser independiente o poder salir con sus amigos, o ser ya adulto, trabajar y ganar dinero y un sin fin de metas más. Nosotros, que ya hemos vivido y pasado por lo mismo que ellos, sabemos que no es buena opción la de quemar etapas y que lo mejor es saborear cada momento de ese recorrido. La verdadera sabiduría, que nos lleva a ser felices, no está tanto en desear lo que no se tiene y que no se es, sino en disfrutar lo que somos, tenemos y vivimos, agradeciendo todo esto porque sabemos que es un regalo que, si usado bien, nos puede hacer mejor personas.
Volviendo al tema que estaba tratando, entonces, la meta en que fijarnos no es la vida eterna o estar con Dios, como si pudiéramos estar en algún sitio o en alguna etapa de la vida sin que Él esté cerca de nosotros. La meta es más bien el recorrido de la vida que se nos ha regalado y que no solamente estamos llamados a reconocer como don, sino que estamos llamados a disfrutar, saborear, aprovechar para crecer y hacer crecer a los demás con frutos abundantes. Es esto el tesoro inagotable que ningún ladrón puede robarnos ni ninguna polilla puede roer.
¿Un Dios que castiga?
Una unica parabola resume estos tres temas y es la del padre misericordioso de Lc 15. Aquí es el hijo mayor que se cree el hijo bueno, el pueblo elegido, cuya meta es tener todo lo que tiene el Padre y que espera que éste castigue al hermano menor, pecador e infiel. Sin embargo, el Padre ama a ambos hijos y no hace preferencias, sino que da más a quien más necesita, sin castigar a presuntos malos ni alabar a los buenos, según nuestros humanos criterios. Además, el hijo mayor y “bueno” no ha comprendido que la meta no es tener un día lo que tiene el Padre, sino que es disfrutar ya ahora lo que tiene del Padre, porque “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Lc 15,31). El primogenito, el “buen” hijo, el escogido tiene que entender lo que significa ser más humilde y estar dispuesto a aprender siempre, así como el segundo, el “mal” hijo, él también tiene que entender lo mismo que el mayor y ambos hacer experiencia de lo que es sentirse amados por igual.
Mi deseo para todos nosotros, entonces, es hacer experiencia de este Dios que no hace distinciones entre malos y buenos, que nos ama tal como somos y nos llama a disfrutar del don de la vida, para que en este sendero que todos recorremos sepamos salir de nosotros mismos y dar frutos, amando porque nos descubrimos amados.