La Trinidad es alteridad – Santísima Trinidad Año C
Prov 8, 22-31: Antes de que la tierra existiera, la Sabiduría fue engendrada.
Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9.:Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!
Romanos 5, 1-5: A Dios, por medio de Cristo, en el amor derramado por el Espíritu.
Juan 16, 12-15: Lo que tiene el Padre es mío. El Espíritu recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará.
El domingo después de Pentecostés es la solemnidad de la Santísima Trinidad. Es un día en el que toca tratar un tema siempre muy difícil de explicar, que es el misterio de Dios, uno en la sustancia, trino en las personas.
Con el termino persona, no tenemos que imaginarnos a un ser humano, sino remitirnos al termino griego “hypostasis”, que podríamos traducirlo como aquello que está por dejado, el fundamento, el soporte, el pilar que sujeta.
La Realidad, en otras palabras, se fundamenta sobre tres pilares, personas o hypostasis que constituyen la dinamica interna de la vida misma: la donación (el Padre), la recepción que a su vez (se) dona (el Hijo) y el don/la transformación (el Espíritu Santo). Así como no hay donación sin recepción y sin un don que “entregar”, de la misma manera no hay Padre sin Hijo y Espíritu Santo.
Si quisiéramos hacer un ejemplo muy sencillo, podríamos decir que todo lo que experimentamos podemos vivirlo como algo que se nos da, fruto de una donación que implica muchísimos factores que nos hacen entender que muy poco depende de nuestros “esfuerzos”. Dicho de otra forma, nuestros esfuerzos se fundamentan sobre una base que ya se nos da a priori. Esta donación no sería plena si no estuviésemos nosotros para recibirla, saberla valorar y hacerla crecer para compartirla y donarla a los demás, transformada como don a su vez.
En este sentido, la donación (el Padre) siempre actúa, constantemente, como una fuente inagotable y nosotros podemos ejercer el papel del que recibe (el Hijo), que se da cuenta de lo que tiene entre manos y se abre para que crezca. Si paramos esta dinámica y pensamos que el don recibido es solo para nosotros, es entonces cuando ese don no se transforma para bien, sino que se vuelve un lastre para nosotros mismos, volviéndose un escondrijo donde se crian el egoismo, la envidia y la competitividad.
Esta dinámica muestra claramente que la Realidad es relacional. Decimos que el Dios que es uno en la sustancia divina, es trino en las personas. En otras palabras la Realidad que es una, cuya identidad es la unidad, es al mismo tiempo alteridad. El Padre dona todo lo suyo al Hijo (“todo lo que tiene el Padre es mío”) y éste dona todo lo que recibe al Padre y esto intercambio de dar y recibir mutuo es el Espíritu Santo.
De la misma manera, y de forma análoga, la Vida se nos da a nosotros y nuestra tarea es volver a poner en circulación nuestra vida hacia la fuente que nos la ha dado y hacia nuestros hermanos que con nosotros la comparten. Es aquí que, entonces, la unidad se comprende solo desde la alteridad, una alteridad que constituye a Dios mismo como constituye también al ser humano y a toda la creación.
Llegamos a ser plenamente nosotros solo abriéndonos al otro, haciéndonos cercano a él, caminando juntos en la humildad, en la comprensión, en la solidaridad y en el amor. Es esto que representa la frase del Genesis cuando comenta que somos creados a imagen y semejanza de Dios: estamos llamados a vivir según esta dinámica trinitaria, porque somos auténticos solo si nos comprendemos en relación. De pequeños aprendemos quienes somos oponiéndonos a los demás y de mayores llegamos a ser maduros solo si aprendemos a crecer y caminar junto al que tenemos al lado.
En la Biblia encontramos muchos modelos de esta dinámica trinitaria, donde esta dinámica de la alteridad puede interrumpirse (modelo negativo) o seguir su curso a pesar de todo (modelos positivo). Aquí voy a presentar solo dos de cada: por un lado tenemos a Adán que huyendo de Dios por haber comido del árbol prohibido (“¿Dónde estás?” Gn 3,9), en realidad huye de si mismos, negándose a florecer; también está Caín que, después de haber matado a su hermano Abel, se muestra como aquel que no se preocupa por el hermano que, en cambio, hubiera tenido que cuidar. (— ¿Dónde está tu hermano Abel?— No lo sé, ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano? Gn 4,9).
En el versante positivo, encontramos a Esaú y a José. Los dos, de forma distinta pero siguiendo un mismo esquema, contestan a la vida, que les pone a prueba, perdonando a sus hermanos, sin buscar una compensación por los daños sufridos, sino dando, así como a su vez habían recibido y produciendo vida en abundancia.
Es por eso que deseo para todos nosotros que seamos capaces de introducirnos en esta dinamica de la alteridad, de la cual la Trinidad es su fuente y símbolo. Solo si estamos dispuestos a recibir sin condiciones y nos abrimos para donar sin egoísmos, estaremos en la senda que nos permitirá caminar juntos, los unos con los otros, para construir una humanidad de hermanos, del rostro trinitario.