Unidad y pluralidad – Pentecostés Año C
Hch 2,1-11: Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas
Sal 103,1ab.24ac.29bc-30.31.34: Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra
1Cor 12,3b-7.12-13: hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo
Jn 20,19-23: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo; Recibid el Espíritu Santo
Las lecturas de este domingo de Pentecostés nos llaman a reflexionar sobre dos puntos importantes:
- La pluralidad. La venida del Espíritu sobre los Apóstoles les hace hablar en otras lenguas, es decir, les permite entrar en comunicación con realidades distintas con respecto a las propias. La Iglesia es misionera no simplemente porque se mueve para anunciar el mensaje liberador de Jesús, sino porque es llamada a salir de sus esquemas y paradigmas para hacerse comprender por sus interlocutores. No son estos que tienen que adaptarse y esforzarse para comprender el mensaje que la Iglesia anuncia, sino que es esta última que tiene el deber de reformular y renovarse, para hablar el idioma de aquel que tiene delante, usando su cultura, su cosmovisión, su historia y contexto para mostrar lo bonito del mensaje de Jesús. Esto significa que una Iglesia que se deja conducir por el Espíritu es una Iglesia de la pluralidad, una comunidad polifacética, en cuanto asume los distintos rostros de la gente con quien se relaciona.
- La unidad. Esta pluralidad vista antes no va en contra de la unidad, sino que está llamada a reforzarla. Una comunidad cristiana cada vez más global no puede que asumir su identidad plural, sin por eso dejar lo suyo, la unidad. San Pablo lo recuerda, cuando dice que en la comunidad son múltiples los carismas y los ministerios, pero todos están ordenados al bien común, que significa ser “un único” cuerpo de Cristo. La unidad, en otras palabras, no se tiene que confundir con uniformidad, donde todos tienen que pensar y afirmar lo mismo. La Iglesia, nos recuerda papa Francisco, no es una esfera, sino más bien un poliedro, cuya característica es que tiene muchas caras, pero que todas componen, unidas, la única figura geométrica del cuerpo de Cristo. De hecho, desde sus orígenes, la comunidad de creyentes siempre ha sido un conjunto de tradiciones y lineas de pensamientos distintas, acomunadas todas por la fe en el único Señor Jesús y por un solo bautismo.
Una comunidad de creyente llena del Espíritu Santo, entonces, es aquella que es capaz de exaltar la pluralidad, manteniendo el equilibrio en la unidad. Bienvenidas sean las diversidades y no la convicción que el modelo cristiano eurocéntrico es él único válido.
El criterio para acoger esta diversidad en una iglesia global y al contempo local es el amor y la liberación. En otras palabras, allí donde la diversidad sirve para edificar la comunidad creyente, allí donde esta poliedricidad está al servicio del amor y de un recorrido que sigue contribuyendo a que los creyentes crezcan en madurez y libertad, entonces esta diversidad nunca dañará a la iglesia, sino que la reforzará hacia dentro y hacia fuera.
Una Iglesia que recibe el Espíritu Santo es una comunidad que no se puede permitir de repetir los mismos gestos del Maestro porque así se quedaría en el pasado, idolatrándolo como único escenario válido.
Aquella que recibe el Espíritu es entonces una iglesia llamada a ser adulta, que ha aprendido las enseñanzas de Jesús en su sentido más profundo, para aplicar su espíritu y no su letra. Es así que la iglesia necesita siempre estar a la escucha de este Espíritu que nunca para de llenarla, para estar al altura de los desafíos y de las problemáticas que resultan de la confrontación con la sociedad y que, en el fondo, esconden la petición de esta última para ser reformada y para ayudar a la continua conversión de la la misma iglesia.
El Espíritu es sinónimo de novedad, de transformación, de invitación a cambiar. Porque la Vida es siempre un continuo fluir de elementos inéditos que sorprenden y nos empujan a salir de una situación para ir hacia otra. No es un caso que la historia de la salvación está sembrada de estas salidas que abren a la Vida: Abraham hará grandes cosas porque deja Ur para seguir hacia senderos inexplorados; José es llevado lejos de su casa para ir a Egipto, desde donde permitirá una nueva historia para si mismo y para su familia; Moisés es llamado a vencerse a si mismo y al faraón, para que el pueblo judío salga de su situación de “cómoda” esclavitud y se encamine hacia el desierto; y los ejemplos se podrían multiplicar.
Es por eso que deseo para nosotros y toda la comunidad creyente que podamos dejarnos llenar por el Espíritu, que es otra forma para decir: dejarnos llenar por las ganas de vivir y de enfrentarnos al mundo con entusiasmo y creatividad, para construirnos sobre la Roca que es Cristo y edificar un mundo más libre y humano, más respetuoso y plural, más uno y más auténtico.