Seguir a Jesús significa crecer – VI Domingo de Pascua Año C
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: «Me voy y vuelvo a vuestro lado.» Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.» Jn 14,23-29
Todo el capítulo 14 del cuarto evangelio se estructura sobre unos conceptos claves, que encontramos en el texto de este domingo:
- la invitación de Jesús a no temer,
- Dios que mora en el creyente,
- Jesús como transparencia del Padre,
- el envió del Espíritu sobre los que sigue/aman a Jesús.
La invitación de Jesús a no temer
Que no tiemble, que no se turbe vuestros corazón. ¿Qué significan estas palabras? ¿Es que acaso no tenemos que preparar nuestro futuro y preocuparnos del día a día o de nuestros hijos y seres queridos, para no encontrarnos desprevenidos? Parece que Jesús, hablando de los despreocupados que son los lirios del campo y las aves del cielo (cf. Mt 6,25-31), nos quiere sugerir que todo nos llega de la mano de Dios y, entonces, no hay que hacer mucho más, sino solo esperar que las cosas lleguen cuando tengan que llegar. Pero, ¿es esto el sentido auténtico?
Escribe en este sentido san Ignacio de Loyola: «Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios». La invitación de Jesús a no temer, entonces, no implica descuido y despreocupación, sino compromiso por parte nuestra y confianza, sabiendo que todo lo que va a desarrollarse será lo mejor para nosotros; probablemente no lo mejor según nuestros criterios y deseos, pero lo mejor y lo necesario para nuestro crecimiento y transformación interior, con el fin de hacernos cada vez más contenedor vacío para llenarnos de Dios.
Dios mora en el creyente
Dios vive en nosotros, lo sepamos o no, seamos conscientes o no de esta realidad. Esta inhabitación de Dios en lo humano no es esclusiva del creyente, sino de todo ser que vive. Gn 1 nos recuerda que todos hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios, toda la humanidad; además, toda la creación lleva la huella indeleble de su Artífice, manifestación plural de la Vida que es una y que se da en múltiples formas. En este sentido, aquel que vive acorde a la Vida que es en él, de forma auténticamente humana, descubrirá el sentido de la existencia y brotará como una flor, dejando de sentirse como si algo faltara en él (El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él).
Jesús como transparencia del Padre
“La palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió”. Los discípulos lentamente descubren que el hombre Jesús no habla y actúa por su cuenta. Lo que dice y hace no puede ser simplemente humano porque lo que viene de él cura, salva, sana y, entonces, pertenece a la esfera de lo divino. Finalmente se dan cuenta que estando cerca de Jesús es de Dios que están cerca y cuando escuchan lo que enseña o ven como se porta en el día a día, comprenden que es el mismo Dios que allí está obrando. Es por esta razón que el cuarto evangelista recoge la afirmación de Jesús a Felipe: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Nosotros también estamos llamados a ser transparencia del Padre, encarnando con alegría el mensaje de Jesús, comunicando luz y vida. Sin embargo, si nos dejamos llevar por el día a día y por el simple conformarse a lo que tenemos nos lleva a desarrollar, como afirma papa Francisco “la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo” (Evangelii Gaudium 83).
El envío del Espíritu sobre los que siguen a Jesús
Que es el Espíritu sino la palabra interior que guía a Jesús en su recorrido por la tierra de Israel, la fuerza que lo mantiene de pie, renovándole en su fidelidad al Padre, la luz que le muestra, entre las dificultades de la vida, el camino a seguir. Ese Espíritu es el mismo que también dimora en nosotros y es la linfa que nos nutre y nos da vida, mientras que nos ayuda a liberarnos de lo que nos daña y nos lastra. El Espíritu es lo que nos empuja a aventurarnos hacia lo nuevo, a no estancarnos en lo cómodo y fácil, a huir de la tentación de creernos ya en la meta y de conocer a Dios.
Conclusión
Resumiendo, ¿qué es lo que nos enseña el evangelio de este domingo? A darnos cuenta que Dios ya vive en nosotros y que lo que hacemos y decimos es también fruto de la acción del Espíritu; a seguir a Jesús, para ser también nosotros transparencia de lo divino que somos; a reconocer que nuestras sombras no empañan nuestro camino, si somos consciente de ellas y que no hay que luchar contra ellas sino asumirlas, porque ellas son un elemento fundamental para nuestro crecimiento; a seguir la invitación de Jesús a no temer, a comprometernos, a implicarnos y a dejarnos cambiar por el Espíritu que obra en nosotros, con la misma confianza que un niño tiene hacia sus padres. Esta es la paz que nos propone Jesús este domingo, que no es ausencia de problemas, sino un camino de transformación, de maduración, de aceptación, para conocernos, para perdernos, y para volver a reencontramos.
Esto es mi deseo para todos nosotros, un camino que pasa por la cruz y por la tumba y que termina viéndonos salir de ella, porque resucitados, hechos nuevos por el Espíritu, ya, aquí, ahora.