El otro es mi otro yo – VII Domingo T.O. Año C
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian. Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames. Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen. Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo. ¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros.» Lc 6,27-38
Las lecturas de este domingo estás todas interconectadas. En la segunda lectura, Pablo se dirige a los Corintios y les habla del primer hombre, Adán, y del segundo Adán, Cristo. Con este termino, obviamente, no tenemos que entender un ser concreto. De hecho, Adán no es un nombre común, sino que es representativo de toda la humanidad. Adán significa terrícola o terrenal, porque hecho del polvo del suelo, “adamá”. Este Adán, la humanidad, ha sido creada a imagen de Dios, imagen que encuentra en Jesucristo la realización plena. El hombre Jesús es el modelo de hombre auténtico, puesto que quién ve a él ve al Padre, en cuanto él es el fiel reflejo (imagen) de Dios.
La pregunta, entonces, es la siguiente: ¿Qué imagen tiene Dios? O mejor, ¿Cuál es el Dios que Jesús nos muestra? Una buena introducción nos la dan, en este sentido, la primera lectura y el salmo.
La primera lectura, del libro de Samuel, nos presenta a David perseguido por el rey Saúl. Este último es envidioso porque la fama de David es superior a la suya y este hecho le hace sentir amenazado. El problema, aquí, no es tanto la fama de David, cuanto la manera en que Saúl se siente afectado por esta fama. De hecho, el primer rey de Israel vive esta situación como una amenaza a su trono y cree que David quiere usurparle el poder. Saúl ve lo que cree y su realidad se configura según sus miedos. La solución, para el rey, es quitar del medio a su oponente, antes de que sea demasiado tarde.
Sin embargo, David muestra que la realidad vivida por su rey no coincide con sus intenciones. Él no quiere usurpar el trono del ungido de Dios y se lo demuestra claramente: en un momento de descanso, mientras Saúl y sus guardias duermen, David puede matar a su soberano, porque, de hecho, está allí, delante de él. Pero no son estos los sentimientos que David alberga en su corazón y cuando Saúl se da cuenta de que su vida le ha sido condonada, porque David, en realidad, no nunca quiso matarle, es allí que entiende su error. Sus creencias y sus miedos lo habían engañado todo el rato, haciéndole vivir en una continua mentira. Ahora está dispuesto a pedir perdón a David, porque su amor hacía él lo ha vencido.
Cuando el ser humano no responde a la violencia con otra violencia, es allí que muestra el lado divino de su ser. Es lo que nos cuenta el salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”. Él no nos trata con venganza, devolviéndonos lo que nos merecemos, según una justicia retributiva, sino que así como dista el oriente del ocaso, de la misma manera Su amor dista de la imagen que nos podemos hacer de un Dios que nos hace pagar por nuestros errores. La misericordia y la compasión son el autentico rostro del Dios que la Biblia poco a poco nos revela, a través de la experiencia de los escritores sagrados.
Si Dios, entonces, ama a justos e injustos por igual y no hace preferencia según la calidad moral de sus hijos, se entiende perfectamente la propuesta de valor que Jesús hace a sus discípulos en el evangelio de este domingo. Sin embargo, la propuesta de Jesús es contracorriente, porque va en contra de la forma de pensar común. Porque es una cuestión de honor, lo de hacerse respetar, de poner a las personas en su justo lugar, cuando se pasan y no son justas con nosotros. De lo contrario, el otro acabaría con nosotros, pisoteándonos, riéndose de nosotros y ¿dónde quedaría nuestra dignidad?
Es aquí que se pone a prueba el verdadero significado de ser imagen de Dios. Somos su imagen si reflejamos su forma de ser y actuar; en el momento en que esto se realice, entonces entendemos también que somos hijos suyos, porque el hijo, en la mentalidad semítica, es aquel que se parece al padre, que vive como él.
Si el Dios que Jesús nos propone ama también a quien se opone a Él, si este Dios hace el bien sin mirar si la respuesta por el otro lado es favorable, si sigue preocupándose aún de aquellos que lo maldicen e injurian, entonces los que se dicen ser sus hijos deben de actuar como Él.
Lo que Jesús quiere decirnos es que existe otra manera de hacer las cosas; hay otra forma de vivir, en la que al mal se responde con el bien y con el amor, no para agradarle a Dios u obedecerle, porque así nos lo pide, sino porque ésta es la forma autentica de ser humanos. “A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames”: ésta es la nueva modalidad que Jesús nos propone para establecer relaciones que sanan, que transforman, que enriquecen y que construyen el reino de Dios. Y esto ocurre solo si el otro pasa a ser mi otro yo.
El deseo de poseer, de dominar, de hacernos respetar, cueste lo que cueste, son entre las principales causas de relaciones injustas, marcadas por la violencia, el interés y el egoísmo. Si consiguiéramos vaciarnos de estas actitudes destructivas, quedaría un gran hueco, justo el espacio necesario para que Dios venga a tomar morada en nosotros. Cuando se va el “yo”, entonces aparece Dios.
Lo que deseo para todo nosotros, entonces, es que podamos seguir a la escuela de Jesús, una escuela difícil, porque implica dejar de pensar en salvar lo nuestro, para adquirir una nueva forma de pensar, en beneficio del otro. Nos lo recordaba también John Lennon, con su preciosa canción “Imagine”:
Imagine no possessions
I wonder if you can
No need for greed or hunger
A brotherhood of man
Imagine all the people
Sharing all the world
Si lo que creo configura mi forma de ver la realidad, cambiando mis creencias, cambiará mi forma de ver la realidad misma.
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