El vino bueno de Cristo – II Domingo T.O. Año C

El vino bueno de Cristo – II Domingo T.O. Año C

Al tercer día, hubo una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.

Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:

«No tienen vino».

Jesús le dice:

«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? ¿No ha llegado mi hora todavía?».

Su madre dice a los sirvientes:

«Haced lo que él os diga».

Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.

Jesús les dice:

«Llenad las tinajas de agua».

Y las llenaron hasta arriba.

Entonces les dice:

«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».

Ellos se lo llevaron.

El maestro de ceremonias probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:

«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Jn 2,1-11

“Tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora”

Estamos en un ambiente de fiesta, un banquete, una boda; todas éstas son imágenes que representan, en la historia bíblica, la relación de amor entre Dios y su pueblo. En esta relación, Dios siempre hace el primer movimiento, el del don gratuito de su amor que quiere involucrarnos en su comunión plena. Del otro lado estamos nosotros, siempre en vilo entre bien y mal, entre ser y no ser. Nuestros intereses condicionan nuestro ser y actuar, hasta tal punto que nuestra libertad puede salir mermada y nuestras relaciones muchas veces muestran las heridas que llevamos dentro. 

Es así, entonces, que en esta relación de amor, Dios está siempre dispuesto a dar, mientras nosotros no siempre lo tenemos tan claro. De hecho, poco a poco nos dejamos llevar por las muchas cosas que hacer y dejamos de cultivar esta frágil plantita que necesita ser regada constantemente. De repente la boda se empieza a estropear, la música ya no suena como antes y el vino, que es el amor entre el esposo y la esposa, entre Dios y su pueblo, se va acabando.

¿Qué ha pasado? Nos hemos dejado arrastrar por el río de la vida, sin control y sin rumbo, porque hemos ido detrás de lo superfluo, de lo que no llena y no satisface. Algo, sin embargo, nos dice que no estamos bien, no nos convence esta manera de vivir y nos paramos. Es así que nos damos cuenta de que nosotros, como estas tinajas, estamos vacíos. Hechos para la plenitud, nos hemos ido empobreciendo y hemos errado el blanco. Esto es exactamente lo que significa la palabra “pecado” en griego, hamarthía, a saber, no dar en el blanco, fallar el objetivo, el de una existencia plenamente humana.

Todo parece decir que la fiesta va hacia el final, que esta relación entre Dios y el ser humano está destinada a fracasar. No hay más vino, no más amor, no más alegría ni bailes, porque el corazón se ha vuelto duro y ningún invitado a la boda se ha dado cuenta. Y es así que aparece la madre.

¿Quién es ella? Podríamos identificarla con María, pero Juan no la llama por su nombre, así que yo opto por entenderla como la historia que da vida a Jesús, todo el conjunto de patriarcas, reyes, profetas y hombres y mujeres de Dios que han precedido a Jesús y ahora saben que es él aquel que puede dar un giro radical a esta relación rota.

¿No ha llegado mi hora todavía?, contesta Jesús a todo el peso de una historia que le precede y le empuja. Claro que si, porque estamos en el sexto día (cuatro días del Jn 1 más los dos días después, que es el comienzo de este otro capítulo de Juan). El sexto día es el día de la creación del ser humano, así como lo relata el libro del Génesis y Jesús ahora está en el sexto día, listo para hacer nuevo al ser humano, con el vino bueno que él mismo trae, el vino del amor y del Espíritu Santo, el vino bueno que está llamado a llenar las tinajas que somos nosotros, templos de este Espíritu. Éste es el vino que devuelve la alegría a la boda, que prefigura el banquete escatológico en el que todas las necesidades estarán apagadas. 

Éste es el vino bueno que trae Jesús, la receta para curar al ser humano enfermo, porque éste se ha olvidado de sí mismo, adulterando su existencia con el egoísmo, el afán de poder, de dominio, de venganza y vaciándose de su verdadero ser, un ser divino en auténtica relación con los demás y con Dios. A esto estamos llamados nosotros, si nos llenamos del vino espiritual que Cristo no da, detrás de él, a la escucha de su palabra.

Es por eso que mi deseo, para todos nosotros hoy, es el de poder descubrir que Dios es Aquel que en nuestras vidas no deja de donárnoslo todo, gratuitamente, sin quedarse con nada en el tintero. Él siempre nos precede y pacientemente espera que nos abramos a su Espíritu, a este vino bueno que nos llena la vida de la alegría de sabernos hijos amados, cuidados y elegidos. Que podamos sentirnos llamados a vivir de forma creativa y más humana. Que podamos descubrir lo mismo que el maestro de ceremonias, para que así, maravillados, experimentemos las grandes obras que el Señor cumple en nosotros.

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