Santa María Madre de Dios – Theotokos
Este título, que define a María como la Madre de Dios, es muy antiguo y pertenece al siglo V; en concreto se debe a las conclusiones tomadas por el Concilio de Efeso (431). Con ello se quería afirmar que Jesucristo era verdadero hombre y verdadero Dios, nacido de María y que ella había dado a luz a Jesús en cuanto “persona divina”, en su doble naturaleza divina y humana.
Desde entonces ha habido una auténtica explosión de devoción mariana, con la consiguiente construcción de iglesias, basílicas, catedrales en su nombre, poniendo poco a poco a María sobre un pedestal que la ha ido alejado de aquella experiencia humana que la hacía sentir tan cerca de la comunidad cristiana.
Durante el Concilio Vaticano II, Pablo VI la definió como Madre de la Iglesia, para con esto, también, mostrar como ella está cerca de la comunidad de Jesús, como hermana y como madre. En mi opinión, sin embargo, ella es sentida cercana a nosotros porque vista en su papel de intercesora y mediadora de gracia, sin por esto olvidar que ella es siempre Virgen, Madre Purísima, Madre de Dios y modelo de obediencia a Dios. Estas características las ponen en una posición tan única que la hacen como inalcanzable, tanto que de cualquier cosa hecha por María se podría decir: “Claro, Maria lo pudo hacer porque era la Madre de Dios”.
Por esta razón, a mi me gusta resaltar los aspectos humanos de la fe y de la vida de María que las hacen idéntica a nosotros y nos pueden iluminar en nuestro camino de fe: de hecho, el camino humano y de fe de María no ha sido tan fácil como podría parecer a simple vista, sino que ha sido fruto de un largo desarrollo y de muchas incomprensiones.
Podríamos empezar por la escena en la que María y José pierden a Jesús y luego lo encuentran en el Templo. Ellos van en busca de su hijo, mientras éste va en busca de si mismo, intentando comprender quién es de verdad y descubrir su ser más profundo. Desde luego, no tenía que ser tan fácil para María tener que hacerse cargo del crecimiento de un hijo que ya prometía ser muy particular, como tampoco es fácil para toda madre y todo padre saber encontrar el justo equilibrio entre los que éstos quieren de su hijo y la forma de ser particular de un niño que, en su medida, va respetada y bien encauzada.
Esta difícil relación madre-hijo se vuelve a presentar en el evangelio de Marcos. El evangelista nos muestra como no es tan simple comprender lo que Jesús quiere de nosotros y cómo vivirlo. En esta linea hay que entender Mc 3,21 y 3,31-35: Jesús, después de haber curado a un paralítico y haber hablado delante de mucha gente, se encuentra en una casa para comer y unos maestros de la ley lo acusan de actuar en nombre de Belzebú. Primero, Marcos nos dice que «unos parientes de Jesús salieron a hacerse cargo de él, porque decían: “Está fuera de sí”. Un poco después, nos presenta a María con los hermanos de Jesús fuera de la casa, para llamarle, mientras Jesús comenta que su familia no es tanto la de sangre, sino que está hecha por todos aquellos que hacen la voluntad de Dios. Ciertamente aquí vemos como María (y la familia de Jesús) no es presentada como discípula, porque no comprende lo que está haciendo Jesús y cree que se está metiendo en problemas, con las posibles recaídas para la respetabilidad de la familia.
María es presentada, así, como una madre que también se encara a su hijo; esta dinámica se ve otra vez en Jn 2, 1-5, en el episodio conocido como la boda de Caná. Aquí el evangelista nos presenta a Jesús y sus discípulos invitados a una boda en la que estaba también su madre. Al quedarse sin vino, María avisa a Jesús, para que haga algo y éste no parece aún dispuesto a colaborar. La madre, en lugar de dejar pasar el asunto y volver al papel que podría haber tenido una mujer que no busca problemas, hace todo lo contrario a lo que parecía haberle dicho su hijo; se vuelve hacia los sirvientes y les dice: “Haced lo que él os diga”. María (a pesar de los tiempos en los que vivía) no es una mujer callada y sumisa, sino más bien caracterizada por una personalidad fuerte y atrevida.
Además, María es una chica valiente de acción y de corazón. De hecho, en Lc 1,39, decide ir a visitar a su parienta Isabel (que necesita ayuda por su embarazo) y lo hace sola, cruzando una región montañosa, o sea, pasando por un recorrido difícil y también poco seguro (¿metáfora de la vida?). Lucas, entonces, nos la presenta como una mujer generosamente atrevida, autónoma, decidida, que toma la iniciativa, que sabe pensar con su cabeza y en favor de quién lo necesita.
Finalmente, Lucas nos comenta como “todos, en un mismo espíritu, se dedicaban a la oración, junto con las mujeres y con los hermanos de Jesús y su madre María” (Hch 1,14). Ella, después de haber visto a su hijo morir en la cruz y comprendido con su resurrección la profundidad de la misión y de la identidad de su hijo, ahora es parte integrante de la comunidad que reconoce en él el Señor.
María es, entonces, una mujer que, como cualquier persona de ayer y de hoy, ve madurar su fe y hace un recorrido espiritual que no está libre de dificultades. ¿No es, acaso, ésta una característica del parir? Las mujeres saben lo que cuesta dar a luz a un hijo y “theotokos”, madre de Dios, significa literalmente “la que dio a luz a Dios”, en latín “Dei genetrix” o “Deipara”. Y es que María no solamente dio a luz en sentido físico, con los dolores del parto, sino que también dio a luz y con dificultad a Dios en su personal vida de fe y dio a luz a Dios en Jesús, contribuyendo con su educación y formación a que su hijo descubriera su camino.
En resumidas cuentas y en mi opinión, el sí de María al proyecto de Dios que le llevó a dar a luz a Jesús (y que la llevó a ser “tan alabada”) es el resumen de un complicado y largo recorrido existencial, en el que María ha ido haciendo hueco a Dios en su corazón para así entrar a ser parte integrante de su plan de amor.
Deseo, entonces, para todos nosotros que descubramos como también nosotros somos “Dei genetrix”: entre las dificultades de la vida, la búsqueda de sentido que siempre conlleva fracaso e incomprensiones y seguir a Jesús que no es tarea fácil, estos son los dolores del parto para que podamos dar a luz a Dios en nuestras vidas, hacerle hueco y así ayudar a otros a hacer lo mismo en las suyas.
¡Feliz año, generando a Dios!