Como María, habitados por Cristo – IV Domingo Adviento C
En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá». Lc 1,39-45
Muchas veces el lenguaje y la mentalidad de la Biblia muestran su cara patriarcal y androcéntrica, debido esencialmente a la cultura en la que la misma se fue gestando. Pero, cuando llegamos a la figura de María, se respira todo otro aire.
«Examinaos vosotros mismos si estáis en la fe. Probaos a vosotros mismos. ¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros?” (2 Cor 13,5).
Lucas nos presenta a María, una chica de Nazareth, probablemente jovencita, todavía no casada, aunque prometida a José; ella descubre estar embarazada antes de tiempo, con todo lo que esto podía significar para la mentalidad de aquel entonces. Lucas nos describe este descubrimiento cuando presenta a María absorta en escuchar la propuesta del arcángel Gabriel: ella para nada acepta sumisamente lo que el ángel le propone; de hecho es como si le dijera: “si, acepto lo que Dios quiere de mí, porque eso lo quiero para mí”(cf Lc 1,38).
El evangelista, entonces, nos muestra a una María osada, valiente, que no se deja bloquear por el miedo a lo que pueden decir o pensar los demás y también una mujer que no se deja convencer enseguida, porque ella pregunta, quiere respuestas, quiere entender, no esconde sus dudas y deja que su cerebro funcione, porque la fe necesita de la ayuda de la razón: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1, 34).
María seguramente era una mujer humilde («He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» – Lc 1,38), pero era también una mujer que tenía ideas claras, con una personalidad fuerte y dispuesta a plantar cara a la gente y al mismo Jesús, allí donde lo creía conveniente. En el cuarto evangelio, de hecho, vemos como María se enfrenta a Jesús, en las bodas de Cana de Galilea y fuerza a su hijo para que haga uno de sus signos, en cuanto el vino de la fiesta se había terminado (cf Jn 2,1-11).
El mismo Jesús no era una persona que se callaba. Su carácter a la vez firme y humilde, su fe total en Dios y su capacidad de vencer el miedo, para que se cumpliera a través suya el proyecto del Padre, no eran simples cualidades que habían aparecido así, de la nada; creo poder decir que su madre tuvo mucho que ver en esto.
Y aquí la vemos ahora, embarazada, con un futuro cuesta arriba, seguramente confundida por la novedad y porque, de hecho, tiene que replantearse muchas cosas. Pero Lucas no nos la presenta abatida, sino todo lo contrario: “se levanta”, como resucitada, en pié, con la cabeza alta. Si Jesús es presentado como el hombre libre, también María es la mujer libre, desprendida de sí y decidida a hacer de su vida una obra divina. No se levanta simplemente para si misma, sino con el objetivo de servir allí donde puede ser de ayuda, porque Isabel también está embarazada y seguramente agradecerá su presencia y su soporte.
María no es una chica famosa y no cumple gestos heroicos, como tampoco viene de una ciudad importante. Lo mismo se puede decir de Isabel y Zacarías. Éste, aunque sacerdote, no era rico ni vivía en Jerusalén. José, aunque de la casa de David, era un hombre común, ni ilustre ni de palacio. Pero todos estos personajes, presentados por Lucas, ponen su vida a disposición del proyecto de Dios, un plan muchas veces imprevisible y que desconcierta pero que, si es acogido, transforma las vidas y las relaciones y lo hace en el día día.
El evangelio de este domingo, entonces, nos recuerda como todo nos precede como un don. Ante todo, este don se presenta como vida que irrumpe, que desbarata los proyectos humanos; luego se realiza como eventos de esta vida y que se presentan inesperados, escondiendo un gran potencial. Estos “imprevistos” son la dinámica de Dios, el Espíritu que con su soplo siempre hace nuevas todas las cosas, porque la vida es un continuo florecer y reinventarse.
Cuando somos como María y entramos en este flujo, en esta corriente de V(v)ida, entonces nosotros también gestamos con Dios su plan creativo. Creativo de creación: creación hacia dentro, como transformación interior, capacidad de hacernos templo de Dios, encarnación del Hijo en nosotros, continua conversión y disponibilidad al Dios con nosotros. Y, también, creación hacia fuera, como capacidad de hacernos luz para los demás, de llevar paz y alegría allí donde vamos, de saber donar nuestro tiempo y nuestros talentos para ayudar a quien mas los necesita.
Cuando esta creación interna y externa se alinean, cuando el hacer humano se hace uno con el hacer divino, es entonces cuando el Señor puede visitarnos en plenitud, porque el Espíritu puede así actuar libremente, permitiendo transparentar lo divino escondido en nosotros. El Dios que habita en nosotros se manifiesta, a saber, sobretodo en las relaciones: Isabel al oír el saludo de María, María al encontrar a la dueña de la casa, Isabel.
Deseo para todos nosotros, entonces, entender este tiempo de Adviento como muestra de lo que es toda nuestra vida: oportunidad llena de oportunidades para dejarnos moldear por el Espíritu, a fin de poder crecer en valentía, amor y sabiduría y así, juntos, ayudarnos a construir un mundo más humano, relaciones más auténticas, un presente más fecundo, abierto y disponible al dinamismo sanador de Dios. El Dios que estaba en lo alto de los cielos, ahora se muestra como Aquel que está en medio de nosotros, aún más, en nosotros, y que levanta a las personas que Le acogen, para que éstas se hagan uno como Él es Uno.
Para profundizar (en italiano):