Tesoro en vasijas de barro- Santiago Apóstol, patrono de España
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: ¿«Qué deseas?».
Ella contestó: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda».
Pero Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?».
Contestaron: «Podemos».
Él les dijo: «Mi cáliz lo beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mi concederlo, es para aquellos para quienes lo tiene reservado mi Padre».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra los dos hermanos. Y llamándolos, Jesús les dijo:
«Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo.
Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos». (Mt 20,20-28)
Dice Pablo a los corintios: “Hermanos, llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”. Nosotros somos esa vasija de barro, preciosa, bonita, útil, pero muy frágil. Solemos creernos fuertes y aspiramos a ser lo mejor, porque nos sentimos dignos de los puestos más altos, de los mejores reconocimientos, cada cual en el ámbito donde se cree más fuerte.
Es lo que pasa a Santiago y a Juan, los hijos de Zebedeos. Ellos aspiran a estar a la derecha y a la izquierda de Jesús, cuando llegue el momento de gobernar sobre los demás. Al fin y al cabo es la tentación que probó Jesús en el desierto: “El diablo llevó a Jesús a una montaña muy alta y le mostró todos los reinos del mundo con toda su grandeza. El diablo le dijo:—Te daré todo esto si te arrodillas y me adoras” (Mt 4, 8-9).
En este caso, sin embargo, ni ellos tienen las agallas de pedir tal gloria directamente a Jesús, sino que es su madre la que está dispuesta a perder la cara para que sus hijos tengan un buen futuro. Como siempre, hasta las acciones más bonitas se van marchitando si el objetivo principal es engordar nuestro ego.
Los demás diez se indignan con los dos hermanos. ¿Acaso ellos también querían ocupar los sitios más importantes en el futuro reino que Jesús iba anunciando? Pues, creo que si. Se escandalizan por las pretensiones de Juan y Santiago, por lo que osan pedir, por su desfachatez; sin embargo, ellos aspiran a lo mismo. Es la ley del espejo: crítico a los demás, sin darme cuenta de que lo no me gusta del otro es exactamente lo que también yo soy y que no consigo ver de mi. En otras palabras, dice Jesús en Mt 7,4: ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la pajita que tienes en el ojo”, mientras que en el tuyo hay una viga?
Que bonito sería si, en nuestro ambiente de trabajo, en las instituciones, en la política por ejemplo, se mirará no a competir para conseguir los primeros puestos, coste lo que coste, sino a competir en ser más generoso, benévolo, servicial, honesto, humilde, preocupándose de los demás y no sólo de lo mío. Un poco más de todo esto en nuestra vida y en nuestro alrededor para que las cosas funcionaran un poco mejor. Pero esto significa dejar ir, soltar, dejar que muera una parte de mi, con el consiguiente dolor por esta pérdida. Sin embargo esto también es la pasión y muerte que cada uno de nosotros está llamado a vivir, en vista de nuestra transformación interior, la resurrección del aquí y ahora.
Volvamos ahora a Pablo: somos vasijas de barro que llevan un tesoro, recordábamos hace poco. Somos de barro porque nuestro yo caprichoso e infantil siempre quiere los primeros sitios y toda la gloria para él. Sin embargo, llevamos un tesoro por dentro, porque en este barro se esconde la verdad sobre nosotros: nuestra pasta es divina y se hace visible justo a través y gracias a este barro. En otras palabras, no podríamos sacar a relucir este tesoro que Dios nos ha dado sino fuera gracias al barro de lo que estamos hechos.
En otras palabras, Kant nos recuerda que la paloma vuela gracias a la resistencia del aire en su cuerpo. Ella podría imaginar que sin esta resistencia volaría más libre y ligera, pero en realidad se equivoca. Es gracias al viento en contra que ella puede mantenerse en vuelo y recorrer el cielo, consiguiendo comida y cobijo. De igual manera, es gracias a las resistencias que encontramos en nuestro dia a dia que podemos hacer brillar el tesoro que nos ha sido entregado. Es a través de nuestros condicionamientos físicos, psicológicos, sociales, personales y de la gente que nos rodea que podemos usar nuestra libertad para que Dios haga en nosotros grandes cosas, como ha podido hacer en Jesucristo, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros.
Jesús, hombre como nosotros, se ha dejado transformar por la acción del Espíritu y ha sacado a la luz el tesoro divino que llevaba dentro. Santiago, hombre como nosotros, también se ha dejado transformar por la fuerza del Espíritu. Se dio cuenta que no estaba siguiendo a su maestro, sino simplemente su afán de poder y gloria. A través de un lento camino de muerte interior, resucitó a vida nueva, hasta ser capaz de entregar su vida como Jesús, para el bien de muchos. Hoy es el patrón de España.
Nosotros también, como Jesús y Santiago, hombres y mujeres del siglo XXI, estamos llamados a dejarnos transformar por el Espíritu. Somos este tesoro de Dios que se manifiesta a través de las fragilidades de esta vasija de barro. Que no nos agobien las fragilidades de lo que estamos hechos. Sólo aparentemente son un estorbo y nuestro yo orgulloso querría que desaparecieran. Sin embargo sí sabemos usarlas bien, son ellas que nos permiten volar alto y alcanzar la altura que el Padre tiene pensada para nosotros; solo así podremos vivir una vida plena y libre, de la misma forma que la alcanzaron Jesús y el apóstol Santiago.