De lo humano y de lo divino – XV Domingo B

De lo humano y de lo divino – XV Domingo B

En aquel tiempo, llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto. 

Y añadió: «Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.» 

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Mc 6,7-13

Como el Señor, también nosotros estamos llamados a cumplir sus obras. Para que esto sea posible, es necesario que también nosotros estemos en la condición de “resucitados”, seres humanos nuevos, conscientes de nuestra condición divina. De hecho, no hay lugar ni circunstancia donde poder estar lejos de Dios. Así como no se puede vivir lejos de la vida, de la misma manera no hay forma de vivir excluyendo a Dios.

Caminamos, dormimos, jugamos, cocinamos, peleamos, estudiamos, trabajamos y en todas las cosas que hacemos Dios está profundamente unido a nosotros. En realidad, ni siquiera es necesario que lo busquemos, porque Él ya nos ha encontrado. Sólo es necesario darnos cuenta de que él habita en lo más profundo de nuestro ser. 

Una vez hecha esta experiencia y comprendida esta realidad el paso siguiente es dejar que Él tome el control de este templo, deshaciéndonos de todos aquellos elementos del ego y de todas aquellas estructuras que nos dan seguridad: es el completo abandono, en la total confianza de que todo lo que nos ocurre es lo mejor para nosotros. Todo se vuelve perfecto, de hecho, cuando dejamos a un lado nuestras expectativas y nos dedicamos a vivir lo que ocurre como un instrumento para nuestro crecimiento interior. De lo contrario, cualquier cosa que pase y que no se amolda a nuestros esquemas es causa de dolor y malhumor.

No es casual, entonces, que el Señor envíe a sus discípulos sin pan, ni túnica de repuesto, sin alforjas ni dinero y solo con sandalias y un bastón. Con esta forma de hablar tan extrema y profética, Jesús no nos está diciendo que no hay que hacer uso de todo lo que está a nuestro alcance para realizar su Palabra; claro que si, pero, no son estos medios lo que permiten su cumplimiento, sino nuestro abandono confiado que poco a poco nos configura y nos transforma en otro Cristo. Es él, de hecho, que afirma: «Padre, para ti todo es posible. Líbrame de esta copa, pero no hagas lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mc 14,36).

Abandonar la (ilusoria) idea de poder controlar los acontecimientos y dejarnos conducir por la vida nos permite hacernos más pequeños, pero a la vez más grandes, porque dejamos espacio a la acción de Dios. De esta forma, lo divino que está en nosotros deja de estar escondido y ya no necesitamos buscarlo porque se muestra de forma clara, subiendo en superficie. Ahora somos transparencia de Dios, porque Él actúa a través de nosotros. Ahora somos seres nuevos y auténticos, viviendo una vida plena, resucitados.

Es así que es posible entender lo que decía Jesús en la última cena: “Os aseguro que el que crea en mí hará también lo que yo hago, e incluso cosas mayores” (Jn 14,12). Como Jesús, también nosotros estamos llamados a dejarnos moldear por la vida para llegar a ser lo que ya somos, imagen de Dios. Sólo así podremos echar a los demonios y curar a los enfermos. 

¿Qué significa echar a los demonios? Significa colaborar para que se deshagan los nudos del odio, del rencor, de la venganza y de todas aquellas situaciones que separan a las personas de sí mismas y de los demás. Y ¿qué significa curar a los enfermos? Significa echar una mano a cualquier persona que necesite nuestra ayuda para volver a ponerse en pie y recuperar una vida hasta ahora vivida a medio gas.

Esta semana el evangelio nos recuerda que somos llamados a desbloquear todas las potencialidades divinas que nos han sido concedidas, que ya tenemos y parece que hemos olvidado. A lo largo de este recorrido, los demás nos ayudarán a nosotros como nosotros a los demás, siendo cada uno la cara visible de Dios para el hermano. Es por eso que el Señor envía a sus discípulos de dos en dos, porque la fe es un camino que es más bonito cuando se recorre en compañía. Con el otro se crece y hacia el otro se va. Porque como dice Ángel Silesius: “Si crees que verás a Dios y su luz algún día, eres un loco, porque nunca lo atraparás si no lo ves hoy”.

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