Del pastor y sus ovejas – 4º Domingo de Pascua B
En aquel tiempo dijo Jesús: «Yo soy el buen Pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estragos y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo Pastor. Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre.» Jn 10, 11-18
Creo necesario empezar por la imagen del pastor y las ovejas: porque imaginarnos, hoy día, como ovejas puede parecer un poco sorprendente, puesto que conlleva el riesgo de hacer pasar al creyente como aquel que no piensan por sí mismo y que delega su libertad, entregándola al líder o ideología dominante. Hay que tener cuidado, entonces, a la hora de acercarnos a los textos antiguos, como puede ser en este caso el evangelio de Juan y evitar así interpretar el mensaje con nuestros criterios actuales.
Este texto fue escrito para un público determinado de un tiempo y unos lugares muy lejanos a nosotros que bien entendían la figura del pastor y su rol en relación a las ovejas. De hecho, es muy probable que entre los que escuchaban estas palabras, a caballo entre el I y el II siglo d.C., había algunos pastores que sabían perfectamente de lo que se estaba hablando.
Volvemos a nuestro evangelio. Aquí Jesús se define como el buen pastor, es decir como aquel que hace todo lo que está en su poder para que sus ovejas estén protegidas, a salvo, perfectamente cuidadas. No abandona a sus ovejas, no las olvida, no las trata como mercancías, porque conoce personalmente a cada una de ellas, son el centro de su interés, tanto que está dispuesto a arriesgar su vida por ellas.
Yo soy el buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre. En este tiempo de pandemia, esta frase es particularmente importante. El Padre y el Hijo se conocen el uno al otro de forma plena, total; de la misma forma el buen pastor conoce a cada uno de nosotros de una manera particular y total, más y mejor de lo que podemos saber nosotros de nosotros mismos.
Él sabe exactamente de qué pie cojeamos, de qué pasta estamos hechos, qué es lo que necesitamos y nada le es desconocido. Esto conlleva dos consecuencias fundamentales:
a) La primera es la libertad: ya no necesitamos fingir, aparentar, mostrar lo que no somos de cara a la galería, porque Él ya sabe todo sobre nosotros. Esto no debe crear temor, sino sólo sensación de libertad. Esto no debe llevar al sentido de culpa, sino a la aceptación de sí mismo y a quererse tal como somos, tal como Él nos quiere. No se trata de extirpar lo que no nos gusta de nosotros, sino más bien de acogerlo, nombrarlo, gestionarlo para llegar a un equilibrio interior, que es lo que nos hace ser adultos.
b) La secunda consecuencia es que ya Él sabe perfectamente lo que necesitamos, nuestros anhelos y deseos más profundos así como nuestros miedos y preocupaciones que nos quitan el sueño, a veces. Y si lo experimentamos como ese pastor que cuida de nosotros, entonces es necesario que entendamos que Él ya está poniendo todo en marcha para nuestro bien-estar, mucho antes de lo que podemos hacer nosotros mismos. Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? (Mt 6,26).
Entonces, justo en esta época de pandemia, dejemos de tener tanto miedo; dejemos de escuchar sólo noticias de los medios de comunicación, que no paran con sus boletines de afectados y muertos. Hemos entrado ya en un vórtice de negatividad tan grande que ahora hasta tenemos miedo si algún desconocido se acerca más de la cuenta, como si fuese un apestado que terminará infectándonos. Desde luego que tenemos que ser prudentes, en todos los aspectos de nuestra vida, pero también confiar en una Vida, en un Dios que se nos muestra como Aquel que nos cuida y todo hace para nuestro bien.
Porque éste buen pastor todo dispone para que podamos “pastar” en verdes praderas y beber aguas frescas y cristalinas. Pero ¡cuidado! He dicho que Él dispone todo; sin embargo toca a nosotros buscar los alimentos que mejor nos sientan y las aguas más refrescantes. Aquí está la diferencia entre las simples ovejas y los creyentes. Porque estamos llamados a tomar en serio nuestra vida, en todas sus facetas, dejando al lado la imagen que a veces tenemos de Dios, la de una divinidad de mitología o de cuento de hadas que de vez en cuando aparece en el escenario de nuestras vidas y pone una solución “mágica” a nuestros problemas.
No es así que actúa el Dios cristiano. Más bien, como antes he dicho, Él todo prepara para que nosotros pensemos y actuemos para el bien-estar nuestro y del prójimo. Él es el Amor que nos quiere ver de pie, despiertos, agradecidos, consciente de nuestra dignidad y de la de nuestros hermanos. Pero para que esto ocurra, tenemos nosotros que ayudar a otros a ponerse de pie, a despertarles de una vida dormida, a acompañar a otros en el camino para que descubran su valor y agradezcan por todos los dones recibidos.
Ya no funciona con Dios la dinámica de pedir para recibir. De hecho, sólo si empezamos a dar, entonces es cuando empezamos también a recibir. Sólo así podemos descubrir estas verdes praderas que Él ya tenía preparadas para nosotros y que hasta ahora no habíamos sido capaces de ver; y éstas fuentes refrescantes que no conseguimos encontrar y que sin embargo siempre habían estado allí, delante de nosotros y que se nos habían escapado continuamente.
Para este cuarto domingo de Pascua, entonces, deseo para todos nosotros poder activar todos nuestros sentidos para ser capaces de ver las huellas de este buen pastor que nos señalan el camino para nuestra libertad y felicidad; para poderlo descubrir con y en nosotros en los momentos más duros y desoladores; para, en fin, experimentar ese amor que nos levanta y nos transforma en pastores capaces de orientar a los que se han perdido y de ser luz para quién se encuentra en la oscuridad.
Feliz semana.