Creer es amar – 4º Domingo de Cuaresma B

Creer es amar – 4º Domingo de Cuaresma B

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.» (Jn 3,14-21)

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. 

Me pregunto cuántas veces se nos habrá dicho que la salvación sólo la consiguen aquellos que creen en Jesús y en su Iglesia. Yo creo que si hiciéramos una encuesta, es muy probable que saldría ganando esta idea, con el consiguiente resultado: los que no creen no están en el grupo de los suertudos, porque sólo dentro de la Iglesia se puede encontrar la verdad y la salvación. En mi opinión, si así lo entendemos, entonces es que se nos está escapando el significado de creer. 

Creer, de hecho, no es simplemente una cuestión de asentir con la boca o con la mente y de llamarnos cristianos, sino que es más bien una disposición a actuar según las enseñanzas y el ejemplo de Jesús. Esto es justo lo que se afirma en el evangelio de Mateo: No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (7,21).

En este sentido, creer es sinónimo de cumplir o de obedecer. Ahora, lejos de representar una actitud de sumisión con respecto a algo o alguien que desde fuera se nos impone y nos dice lo que hacer, obedecer comunica algo más profundo; este verbo, de hecho, viene del latín obedire, ósea un compuesto de ob (delante o hacia, en dirección de) y audire (escuchar). En resumen, obedecer significa escuchar a, hacer silencio y ponerse en dirección hacía quién quiere comunicarnos algo, porque reconocemos la importancia de su mensaje.

Esto lo vemos en nuestra vida diaria, cuando por ejemplo alguien no ha hecho lo que le habíamos dicho y eso ha tenido consecuencias negativas. En estas situaciones solemos decir: “¿Has visto lo que pasa?, ¡es que no me escuchas! Así mismo estamos confirmando que escuchar y obedecer están conectados íntimamente y que creer en Jesús no es simplemente pertenecer a su comunidad, sino que implica escuchar su voz y, entonces, vivir su mensaje, vivir como él.

Si creer, entonces, significa vivir como él, por consecuencia hay que preguntarse cómo vivió Jesús, para así seguir su ejemplo. Así que, leyendo su vida en los evangelios, lo que enseguida salta a la vista es que su forma de vivir es una continua entrega, un continuo donarse a los demás y sin reservarse nada para él, confiando en el hecho que el Padre se preocupa del bienestar de sus hijos y que entonces no vivimos en un universo de escasez, sino más bien de abundancia. En este sentido, toda la vida de Jesús es un existir para el otro, hasta las extremas consecuencias que le llevan a la cruz. Toda su vida, su mensaje y hasta su muerte son expresión de este amor para el Padre y los hermanos. 

Esta vida de donación es la que muestra el verdadero rostro de Dios y Jesús, que ha hecho visible al Dios invisible, encarnándole con su vida, ahora es elevado, o sea glorificado, resucitado, hecho participe de la esfera divina con una finalidad: para que el que cree en él tenga la vida eterna

Ahora se entiende el significado de “creer en él”: quien vive como él, donándose, amando, partiéndose para los demás, éste es aquel que cree y es, como Jesús, elevado, glorificado, porque ha vivido desde el amor, ha vivido una vida divina.

Para el evangelista Juan, vivir en la luz o en la verdad son sinónimos de creer en Jesús, o sea, aquel que vive desde el amor vive una vida plena, llena de luz y de colores, porque iluminada y que, a su vez, ilumina a los demás; es, entonces, una vida en la verdad, es decir, una vida auténtica. 

Esta es la salvación: seguirle significa vivir acorde a su ejemplo, caminar en el sendero que nos ve cada vez más humanos y entonces más divinos, más auténticos y entonces más luminosos, porque amarse a si mismo, descubrirse amados y amar son la vía de la sanación.

En este cuarto domingo de cuaresma deseo a todos nosotros poder encontrarnos en el silencio, escuchar nuestra autentica voz que nos llama a reconocer como todo en esta vida es abundante y que no tenemos que tener miedo a dar, a donarnos, porque el Padre nos ama desmesuradamente y nunca nos hace faltar lo necesario para nuestro bien. En este camino de escucha y contemplación y agradecimiento, el Espíritu nos transforma continuamente, para que nuestra vida sea ya eterna, porque vivida desde el amor.

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