El otro es mi centro – VI Domingo T.O. Año B

El otro es mi centro – VI Domingo T.O. Año B

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.» 

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»

Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo, se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.  (Mc 1,40-45)

Después de haber curado a la suegra de Pedro y recorrer la Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios, Jesús se encuentra con un leproso. Es probable que nos encontremos fuera del centro habitado, porque los leprosos no podían quedarse en el poblado. De hecho, así afirma el Levítico: «Cuando alguno tenga una inflamación, una erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la cabeza. El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: «¡Impuro, impuro!» Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y tendrá su morada fuera del campamento.»

Con el término “lepra” aquí se hace referencia no simplemente a los leprosos, sino también a todas aquellas enfermedades de la piel que tenían como consecuencia la salida de fluidos corporales a través de la piel. En el imaginario judío, Dios había creado el mundo con un orden perfecto, donde cada cosa ocupaba su sitio; el desajuste de este orden divino significaba ir en contra de lo establecido por Dios en su creación. Ahora, el hecho de que las paredes del cuerpo (la piel) no fuesen capaces de retener lo que tenía que estar en el interior del mismo es una clara manifestación de un desorden que puede afectar a toda la comunidad. Aquel que sufre esta situación, entonces, ya deja de ser puro, no puede quedarse con los demás, los Santos, y es expulsado de la comunidad, hasta que se restablezca el orden y vuelva a la normalidad.

Jesús, como buen judío, está al tanto de todo el “protocolo” legal, religioso, ritual y social que acompaña el ser leproso, sabe que no le es permitido tocar al enfermo, porque el también se volvería impuro y excluido de la comunidad. Su actitud, sin embargo, no transmite esta preocupación, sino más bien otra: se compadece de su situación, o sea, siente como suyo el sufrimiento del otro.

El sabe bien que tiene delante a un impuro, pero, esta etiqueta no lo aleja de él, no lo encierra en sí mismo mirando a otro lado, sino que se siente interpelado por el otro. Ve al otro sufriendo y separado de los demás y quiere hacer algo para sanar esta herida y esta fractura.  

Jesús detecta que hay un desorden; éste pero no es moral, como creían los que vinculaban la enfermedad como consecuencia de algún pecado. El desorden existe porque una persona sufre por la enfermedad y por ser excluida de las relaciones. El sufrimiento y la falta de amor y comprensión son, entonces, los que generan este caos en la creación y no la enfermedad como tal o un supuesto pecado.

Jesús decide que no puede quedarse a mirar y sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio». Con este acto, Jesús deja claro un mensaje fundamental: él, que ya estaba predicando por todos los pueblo de la Galilea la buena nueva de un Dios de amor y no de condena, muestra como al centro de su interés está el ser humano, en cuanto reflejo e imagen real del Padre que nadie ve. 

En este reino que Jesús anuncia, el bienestar de Dios coincide con el bienestar del hermano. Si este sufre es Dios mismo que sufre y cuando Jesús se compadece es porque Dios se compadece del sufrimiento de un hijo suyo. La ley, civil y religiosa, sirve para dar orden a nuestra vida, pero cuando se trata del bienestar humano, aunque de uno sólo, entonces es siempre éste que se transforma en el centro y no la ley.

De repente, con un gran giro teológico, Marcos da la vuelta a la situación; el leproso, ya sano, se reintegra en la comunidad, mientras que ahora es Jesús que se ve fuera de los centros urbanos. El que estaba excluido ahora está dentro y el que antes estaba dentro, ahora tiene que estar a las afueras de los pueblos, en las zonas deshabitadas.

El que ama y se pone al servicio, cuando lo hace de forma auténtica, pone al centro no a sí mismo sino al que ama y sirve. El otro, entonces, es mi centro. Esto es lo que hace Jesús, para enseñarnos como es su Padre y nuestro Padre y para enseñarnos que así como hace él, también nosotros estamos llamados a hacer lo mismo. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir (Mc 10,45).

Deseo para todos nosotros que podamos dejarnos tocar por la Fuente del Amor. Sentirnos amados nos permitirá amar de la misma forma con la que somos amados primero, para así ver en el otro no un desconocido o un peligro o un enemigo del que defendernos, sino una persona con su dignidad, con sus problemas, con sus heridas y su historia que necesita ser aceptado, ayudado, y amado.

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