¿Has venido a acabar con nosotros? – IV Domingo T.O.
Escucha aquí el evangelio del domingo
Jesús está enseñando en sábado en la sinagoga y consigue fascinar a sus oyentes, no simplemente por lo que dice, sino por su forma de explicar, su carisma, sus argumentos y la seguridad que transmite enseñando. No olvidemos que algunos versículos atrás se nos contó la bajada del Espíritu sobre Jesús bautizado por Juan Bautista. La autoridad de Jesús, dicho de otra forma, deriva directamente del Espíritu del Padre que ahora vive en él.
De repente el evangelista nos presenta otro personaje, un hombre poseído por un espíritu negativo. Es un claro caso de endemoniado. Evidentemente era normal en la época de Jesús que las personas pudiesen caer bajo una posesión tanto positiva como negativa. El poseído era aquel que mostraba una conducta extraña o violenta y que la sociedad interpretaba como señal de una suplantación parcial o total de su voluntad, por obra de una entidad espiritual. El texto nos lo confirma, porque el hombre de repente se pone a gritar, luego se retuerce y grita otra vez.
La falta de una adecuada integración social y cultural del individuo, junto a otros factores como una cierta incapacidad de manejar las emociones y los pensamientos, puede exponer un sujeto ya débiles a los efectos negativos de la realidad que le rodea, desencadenando un trastorno en la conducta que puede tener distintos grados de intensidad y que algunas culturas pueden interpretar como posesiones demoníacas o de espíritus impuros.
Así que Marcos construye una escena en la que se nos presentan dos posesiones: por un lado Jesús, lleno del Espíritu Santo, que le hace totalmente libre para cumplir la misión del Padre, ser pescador de hombres; por otro lado tenemos a este pobre hombre de la sinagoga, poseído por un espíritu impuro, que no le permite ser plenamente humano, que limita su libertad llevándole a una no-vida, una existencia de aislamiento, abogada a una lenta muerte personal y comunitaria.
Ahora vamos a intentar actualizar lo que para nuestra cultura puede representar el endemoniado. ¿Cuándo, nosotros, podemos encontrarno en situaciones en las que nuestra libertad es mermada? Algunas veces podemos creer que nuestro pasado nos limita. Las vivencias que hemos tenido, la educación recibida, los estudios que hemos hecho es fácil que puedan contribuir a crear una imagen de nosotros que ahora nos atrapa y de la que es difícil salir.
También nuestra falta de confianza en nosotros mismos puede ser otro factor, así como el querer complacer a las personas hasta anularnos en la ilusoria convicción que podemos gustar a todo el mundo. También nuestro orgullo o nuestros pensamientos, nuestras emociones y pasiones pueden limitar nuestra libertad y voluntad, si no somos capaces de detectar todo esto y educarnos, leyendo lo que pasa dentro de nosotros.
Estos son sólo algunos de los factores leves que pueden limitar nuestra existencia, nuestra capacidad de vivir en plenitud. Es claro que estos elementos, sí interactúan de forma conjunta, y en colaboración con otros aspectos psicológicos, físicos, o de presión social, por ejemplo, pueden desencadenar ciertas “dolencias” más graves que se psicosomatizan , reduciendo aún más el grado de nuestra libertad.
No es este el lugar para profundizar en estos ámbitos, también porque el tema va más allá de mis conocimientos. Pero lo que quiero comunicar es que también hoy en día existen casos de personas que, en sus respectivos grados de intensidad, viven con una libertad reducida. Diría, además, que todos nosotros no somos totalmente libres en nuestros pensamientos, palabras y obras.
Dentro de esta reflexión sugerida por el evangelista, Jesús se nos presenta como el libertador, el pescador de hombres, aquel que nos rescata de una situación que parece beneficiosa para nosotros (zona de confort), pero que en realidad, si miramos con más atención, nos perjudica. Es por eso que el endemoniado grita y se rebela: se cree a gusto en su situación y cree que la intervención de Jesús va a acabar con todo aquello que representa su “seguridad”.
Si el pescador, por su beneficio personal, saca a los peces de su ambiente vital, dándoles la muerte, Jesús es otro tipo de pescador, que saca a los hombres de su situación para devolverles a la vida, no para su beneficio, sino para el nuestro.
Es por eso que todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.» Su autoridad no es simple palabra, como parece ser las de los demás maestros, sino que se hace real, efectiva en la vida de los que se cruzan con él.
Deseo para todos nosotros que podamos dejarnos transformar por el mensaje renovador de Jesús, para que acabe con nuestras pequeñeces que nos atan y no nos permiten vivir de forma auténtica, para así también ser nosotros pescadores de hombres, sanadores heridos llamados a sanar.