La buena imagen (noticia) de Dios- III Domingo T.O. Año C
La imagen de Dios
El evangelio de este domingo pone algunas temáticas sobre la mesa que me parecen muy importantes y que nos cuestionan bastante sobre el tipo de imagen que tenemos de Dios.
En este sentido, el mismo Lucas muestra toda su disposición en hacer una narración de los hechos que conciernen a Jesús que sea la más exhaustiva y auténtica, para que aquellos que luego escucharán el mensaje sobre él, puedan creer y se sientan atraídos por lo que se les cuenta a través del Evangelio.
Lucas nos muestra a Jesús, de vuelta de sus “tentaciones” en el desierto; él se dirige hacia Nazaret, donde había crecido y, una vez dentro de la sinagoga, empieza a leer un paso del profeta Isaías. Al terminar la lectura afirma, delante de los oyentes, que aquel texto se ha cumplido en su misma persona.
Jesús en la sinagoga
Ahora, ¿Qué dice exactamente este paso que Lucas recoge? Así él nos lo transmite: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor».
Lucas, en otras palabras, nos cuenta desde el comienzo de su evangelio que Jesús ha venido para los pobres, los ciegos, los oprimidos, los cautivos, con el fin de anunciar una buena noticia, un tiempo de gracia, de indulto, una nueva oportunidad.
Jesús, el enviado del Padre; él, guiado por el Espíritu, nos da a conocer lo que Dios quiere y es, a saber, que todos los caídos se levanten, que todos los que han perdido su libertad la reconquisten, porque el Dios de Jesús es un Dios que nos quiere alegres, felices, nos quiere ver crecer y madurar, para salir de nuestros complejos y desarrollarnos de forma integral.
Un Dios que rompe los esquemas
El Dios de Jesús, entonces, es un Dios que rompe nuestros esquemas y la imagen que tenemos de él, para que comprendamos que ciertas creencias más que mostrarnos la libertad contribuyen a enjaularnos y nos invita a buscar la verdad sobre nosotros mismos porque sin ella toda nuestra vida se transforma en un autoengaño que nos mantiene esclavos de nuestras creencias y de lo que otros nos dicen que tenemos que hacer.
Es por esta razón que, entre otras cosas, el mensaje de Jesús se llama buena noticia, porque anunciar verdad, amor, perdón, cercanía, libertad no puede que sonar a muy buena noticia y, sin embargo, desde dentro de su comunidad hay personas que muestran todo lo contrario.
El autogol de la Iglesia
Algunas personas, algunos sectores que componen la gran familia de la Iglesia, llamada a anunciar esta buena nueva, se obstina a proclamar todo lo contrario, siempre en el supuesto nombre de Dios.
Entonces, allí va que masturbarse lleva al infierno, que las mujeres no pueden verse a sola con los hombres (¡no conviene para nada!), que estas tienen que dar siempre un paso atrás si hay hombres que pueden hacer las cosas mejor (solo por ser hombres), que la formación significa aprender lo que dice cierto tipo de magisterio más que aprender a adquirir un pensamiento crítico que no solo es bueno a nivel personal sino también para el crecimiento del grupo.
Estos y otros ejemplos, que podrían continuar de forma mucho más larga, detallada y hasta aburrida, vienen desde dentro de la Iglesia, aquella que está llamada a darlo todo para anunciar, para la misión, para dar a conocer a Jesús y que, sin embargo, no convencería a nadie si estos fueran los puntos de partida.
Una imagen necrófora
Más que una buena noticia, los elementos anteriores son, diría yo, una perdición, porque aquellos que se dejan encandilar por estas creencias terminan bastante comprometidos, con un buen lavado del cerebro, dispuestos a actuar, pero no libres para vivir plenamente.
Sería, este, un anti-evangelio, un virus, una enfermedad espiritual y temporal que, desde dentro de la Iglesia carcome a la misma y la debilita, reduciendo el mensaje libertador de Cristo en un brebaje enfermizo y fatal, digno de ser tirado por las alcantarillas, una imagen necrófora, que lleva la muerte consigo.
No me sorprende, pues, que aquellos que se dan cuenta por fin de haber sido formados o, mejor, deformados por estos mensajes, ya no quieres saber más de la Iglesia, porque ella, o mejor, algunos cristianos, en lugar de proclamar la vida, la alegría, la resurrección y el amor, han ido sembrando el miedo, el terror, el dolor, la muerte y quien siembra viento no puede que cosechar tempestad.
Conclusión
En un tiempo de secularización, de indiferencia y a veces hasta de hostilidad hacia la Iglesia, nosotros que nos decimos cristianos, deberíamos plantearnos una pregunta fundamental: ¿seguimos relevantes hoy día? ¿Tiene sentido en el siglo XXI ser cristiano?
Si ser cristiano significa comprender la vida desde el amor, el perdón, la resiliencia, desde la alegría, el disfrute de las cosas sencillas, la capacidad de levantarse si caemos, de aceptarnos tal como somos, siguiendo la huella de Jesús, pues creo que podemos seguir siendo relevantes.
Sin embargo, si seguimos anunciando con rigidez, a través del miedo al cambio, mostrando a un Dios contable y observador, defensor del orden establecido y de los valores de siempre, porque el cristiano no se adapta al mundo, pues, entonces nos veo como momias de museo, vigilantes de sepulcros vacíos, adoradores de un dios muerto porque simplemente ídolo, imagen creada por manos de hombres, que no da vida, insignificante y que lleva al rechazo.