Que “venga tu reino” es nuestra responsabilidad – I Domingo de Adviento
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» (Mc 13,33-37)
Empieza este domingo la primera de las cuatro semanas de adviento que nos preparan a la Na(ti)vidad.
No me voy a parar aquí en explicar lo que ya sabemos: que el 25 de diciembre es una fecha convencional, que el adviento es no sólo preparación al nacimiento de Jesús, sino sobre todo a su próxima llegada. Así que volvamos al evangelio.
Aquí Marcos nos cuenta como por tres veces Jesús repite el verbo “velar” dentro de un contexto concreto: la historia de un hombre que se va de su casa y deja el cuidado de esta en manos de sus empleados.
Esta historia me recuerda a otra historia, la del libro del Génesis, donde Dios crea a Adán y Eva y deja en sus manos la responsabilidad de cuidar de toda la creación (Gn 1,27-28).
Hay que recordar un hecho importante: Marcos está escribiendo su evangelio sobre el 72 d.C., es decir, aproximadamente unos 40 años después de la muerte de Jesús. Los cristianos llevaban esperando desde hace mucho esa tan deseada venida de Jesús en la gloria, para dar punto y final al proyecto del Padre.
Desafortunadamente el tiempo pasaba y nada de lo esperado ocurría. Muchos cristianos, desilusionados, abandonaban la comunidad, otros se ponían muy nerviosos no sabiendo qué hacer.
En este contexto hay que leer estos versículos del evangelio de este domingo.
Jesús se ha ido (el hombre que se va de viaje y deja su casa) pero ha dejado a sus discípulos una tarea concreta: seguir la obra del maestro, la de crear ese reino de los cielos que tantas veces el Nazareno anunciaba como ya presente. Una nueva sociedad, no ya fundada sobre el poder, el egoísmo y el éxito, sino sobre el servicio, el amor y el compartir.
En esta sociedad no hay diferencias entre hombres y mujeres, porque a ambos Dios les hizo a su imagen y semejanza (Gn 1,26).
En esta sociedad hay que trabajar para que los pobres y los olvidados recobren su dignidad y salgan de una situación deshumanizante, que las mismas reglas del juego socioeconómico han ayudado a crear.
En esta sociedad ya no hay distinción entre lo sagrado y lo profano, porque el Espíritu está en cualquier lugar pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch 17,28), así que no hay personas de primera y de segunda clase, porque Dios no hace diferencia alguna entre sus hijos y ama a todos por igual, hagan lo que hagan.
Lo que pasaba a los primeros cristianos nos pasa a nosotros también. Ya a muchos el mensaje de Jesús no le dice nada, no le transmite ningún valor añadido. Nos hemos adormilado, estamos anestesiados tal vez bajo el ritmo de una vida que a veces nos parece fuera de nuestro control y que no dominamos.
Muchos vivimos como apagados: hacemos las cosas por costumbre o porque así nos han enseñado o porque así se ha hecho “toda la vida”.
Le hemos dado el “off” a nuestra creatividad, olvidando que Dios nos ha hecho co-creadores, porque a nosotros nos toca la tarea de cuidar esa casa común en la que vivimos.
El adviento, entonces, no es tanto tener la mirada en el cielo, en espera de que alguien venga desde fuera a solucionar los entuertos que vivimos.
Nadie sabe el día y la hora. Nadie sabe si eso va a ocurrir y cuándo, no es de nuestra incumbencia.
Es nuestra, sin embargo, la tarea de crear una verdadera familia, donde los hermanos no son sólo los de sangre, donde reine el amor y la compasión, donde la competitividad se conjugue con la cooperación.
Centrémonos en lo que hay que hacer, entonces, y no en lo que vendrá.
Centrémonos en lo que cada uno por separado y en comunión con los demás podemos hacer para tutelar este mundo que se nos ha dado, para cultivar esta tierra y no destrozarla, para cuidar con cariño a las personas que la vida nos pone alrededor.
Centrémonos de esta forma en hacer ya presente al Dios con nosotros, y haremos que el futuro se haga presente, hoy y ahora.
Con esta nueva actitud, nuestra vida se transformará totalmente y terminará siendo como la de Cristo; nosotros seremos un otro Cristo, haciendo de un probable e incierto futuro, un concreto y maravilloso presente.
Feliz comienzo de Adviento.