¿Dónde estás? II Domingo de Adviento C – Inmaculada Concepción

¿Dónde estás? II Domingo de Adviento C – Inmaculada Concepción

El Adviento como metáfora de la vida

Las lecturas de este segundo domingo de Adviento, coincidiendo con la fiesta de la Inmaculada Concepción, nos presentan dos actitudes diferentes, representadas por dos personas: Adán, por un lado, y María, por el otro.

En ambos relatos, Dios toma la iniciativa: de forma “metafórica” se acerca a la criatura, y esta experimenta su adviento, pero las respuestas son radicalmente distintas. Adán, al sentirse buscado, se esconde. Sabe que ha actuado mal, que sus acciones no están en armonía con su ser a imagen de Dios.

¿Dónde estás, Adán?

Adán ha querido probar, seguir lo que su mente y corazón le dictaban, pero ahora se da cuenta de que se ha equivocado. Equivocarse, en sí mismo, no es malo; es parte del aprendizaje humano, siempre que sepamos extraer enseñanzas de nuestras experiencias. Sin embargo, Adán escucha que Dios le está buscando, que le llama con la pregunta: “¿Dónde estás?”. Ante esto, el miedo se apodera de él. No sabe qué hacer y opta por desaparecer, volverse invisible. Prefiere no asumir la responsabilidad de sus actos y trata de escabullirse.

Con la espalda contra la pared, ya no puede ignorar lo sucedido, pero intenta una última estrategia: seguir jugando al escondite. Frente a la conciencia de haber sido descubierto, en lugar de asumir su parte de responsabilidad, busca trasladar el peso de sus acciones a otros. Así comienza una pequeña «escena teatral», en la que Adán se viste de víctima y pretende convencer a Dios de que fue engañado por la mujer, que, además, fue presentada por el mismo Dios como compañera. Eva, por su parte, adopta la misma actitud: culpa a la serpiente, que con su astucia logró embaucarla.

Una humanidad empobrecida

Adán y Eva representan a una humanidad que, aun siendo imagen de Dios, no sabe expresar su filiación divina. Su vida está marcada por la escasez; el otro, o el Otro, se perciben como competidores en la lucha por la supervivencia. Todo se reduce a aprovechar las oportunidades para obtener el máximo beneficio, incluso si ello implica dañar a los demás. Ser humano, ¿dónde estás? En esta dinámica de avidez, ambición y egoísmo, el final del camino es la autodestrucción.

El miedo y una relación desequilibrada con la realidad hacen que Adán y Eva vivan en alerta constante, percibiendo al otro como una amenaza de la que hay que defenderse. Lo esencial es protegerse a sí mismos, aunque ello implique mentir, esconderse, usar a los demás como objetos o apropiarse de cualquier recursos para obtener ventajas. En esta lógica no hay lugar para la gratitud ni para el reconocimiento del don, ya que todo se entiende como una extensión del propio ego. Así, lo percibido se transforma en algo que puede y debe ser poseído.

¿Dónde estás, María?

En contraste a todo esto, encontramos a María. Probablemente en su juventud, quizás en plena adolescencia, María es una chica muy joven que, de repente, se ve envuelta en una situación imprevista, inesperada y comprometedora. También en este relato, Dios se hace presente a través del ángel Gabriel, quien anuncia a María (y a los oyentes-lectores) lo que está por suceder. Pero, ¿dónde estás tú, María?

María no se esconde ni tiene nada que ocultar. Aunque es evidente que se siente desbordada por la situación y se sabe vulnerable e indefensa —por su doble condición de joven mujer embarazada y desposada—, no busca culpables ni excusas para eludir la realidad que se le presenta.

El evangelista Lucas no nos narra todo el proceso que María pudo haber atravesado. En su relato, los hechos están condensados y se presentan en un breve espacio de tiempo. Esto podría dar la impresión de que todo ocurre rápidamente, pero debemos entender que el objetivo de Lucas no es ofrecer una crónica detallada, sino un relato de fe sobre quién es María y, aún más, quién es Jesús.

Una humanidad rica y plena

¿Dónde estás, entonces, María? Ella está presente para sí misma y para la realidad que la rodea. No busca huir de su situación; intenta comprenderla (“¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”). Sin embargo, hay cosas que se escapan a nuestra comprensión, porque el Misterio es una realidad que nos envuelve y nos define. De este modo, María opta por una aceptación creativa: no se limita a decir “Hágase en mí según tu palabra”, sino que añade: “Aquí está la esclava del Señor”, lo que puede interpretarse como: “Aquí estoy, aquí me tienes para dar la talla”.

Conclusión

La vida, entonces, se nos presenta con sus eventos, que, para el creyente, son Dios mismo que se manifiesta y se comunica. La existencia nos interroga: “¿Dónde estás?”. La liturgia de este domingo, por consiguiente, nos ofrece dos modelos de humanidad. Uno, representado por Adán, enfrenta las dificultades buscando huir, salvarse a costa de otros. El miedo, el victimismo, la agresividad y el egoísmo son rasgos de esta humanidad enferma, incapaz de mirar en profundidad y de dejarse transformar.

El otro modelo lo encontramos en María. Aunque hecha de carne y hueso, con sus propios miedos y limitaciones, María elige no dejarse vencer por ellos. Opta por confiar y aceptar. Sabe que nada puede dañarla verdaderamente, porque todo es una oportunidad para crecer y ser fermento para los demás.

Esta humanidad, la de María, es la que se abre al amor transformador, al amor que acoge lo nuevo que llega (Adviento), que genera creatividad y vida (Navidad). Es una humanidad que vence el miedo y el egoísmo, que enfrenta los desafíos con valentía y confianza, convencida de que Dios no es una realidad externa, sino profundamente entrelazada en lo más íntimo del nuestro ser. Esta vida, que es Dios, cada día nos hace la misma pregunta: “Y tu ¿Dónde estás?”, para que elijamos la opción de humanidad que más nos hace crecer.

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