El Adviento de Dios – I Domingo de Adviento Año C
El Adviento de Dios como liberación
El Dios de la Biblia se presenta como aquel que viene a liberar a su pueblo de la esclavitud del faraón, quien representa todo aquello que nos ata, impide nuestro desarrollo como personas y nos mantiene en un estado infantil y de sujeción.
Esta liberación no es simplemente fruto de un esfuerzo personal o de un trabajo colectivo. Aunque ambos son fundamentales y no pueden obviarse, la liberación implica también una reconexión con un principio absoluto, una fuente de vida y libertad plena que no somos nosotros mismos, pero que habita en nosotros y a la que llamamos Dios. En esto se encuentra el significado profundo de la palabra Adviento.
Adviento como movimiento de amor y compromiso
El Adviento hace referencia al Dios que va en busca del ser humano, de su creación. Es un movimiento que refleja la tensión entre Creador y criatura, una tensión que habla de unión íntima y armonía en el amor.
Nuestra vida diaria está llena de «advientos»: hechos, palabras, personas, situaciones, e incluso imprevistos que llegan, ya sean deseados o inesperados. Estos nos llaman a adoptar actitudes de acogida, adaptación, paciencia, espera activa y esfuerzo creativo. Porque el Adviento no es un tiempo de pasividad ni de mirar al cielo con la esperanza de que algo ocurra para solucionar nuestros asuntos pendientes. Aunque la liturgia lo marca como un periodo de cuatro semanas, en la vida real el Adviento abarca toda nuestra existencia.
El lenguaje de Dios
El Adviento nos habla de don, de un presente en el presente. Esto implica no solo la acogida fácil de lo que percibimos como bueno, sino también el desafío de aceptar lo que consideramos malo, negativo o dañino. En todos los eventos que vivimos, la Vida —que es Dios— se nos comunica, enviándonos un mensaje que, con el tiempo, debemos aprender a descifrar. Este es el lenguaje de Dios, y para entenderlo necesitamos una actitud de confianza y abandono, convencidos de que nada puede dañarnos realmente.
Este mensaje está presente en la primera lectura, tomada del libro de Jeremías, donde el profeta anuncia que la promesa de Dios se cumplirá. Su pueblo volverá a triunfar y no quedará postrado en la adversidad. Es un mensaje de esperanza, incluso en medio de la dificultad y el sufrimiento, que nos invita a confiar y a no tirar la toalla.
Adviento y éxodo: un binomio inseparable
El Adviento, como comunicación de Dios, está inseparablemente unido a un éxodo personal y comunitario: una salida de nosotros mismos, de nuestras seguridades y esquemas. Solo saliendo podemos abrir plenamente nuestros oídos y sentidos para captar ese mensaje cifrado, esa revelación que nos permite crecer como personas, en la fe y en humanidad. Por ello, el Adviento de Dios no puede entenderse sin el éxodo humano, un éxodo inspirado en Dios, que es amor y vida desbordantes.
Así lo expresa Pablo en la segunda lectura, dirigida a los Tesalonicenses, al desearles que el Señor les haga rebosar de amor mutuo y hacia todos. El mismo mensaje resuena en el Evangelio según Lucas, que invita a los oyentes a no dejarse arrastrar por las pasiones, sino a mantenerse despiertos y en alerta.
Conclusión
El Adviento nos invita a ejercitarnos para reconocer en nuestra vida los dones que recibimos y, a su vez, a convertirnos en don para los demás, a imagen de Dios. Este tiempo litúrgico nos recuerda la importancia de la escucha y el silencio, porque en ellos podemos leer entre líneas el mensaje que Dios nos dirige en los encuentros y desencuentros de cada día.
No necesitamos esperar revelaciones extraordinarias, porque en lo ordinario Dios ya viene y se nos presenta en las personas y experiencias cotidianas. A nosotros, como María, nos toca la tarea fundamental y desafiante de guardar todas estas cosas en el corazón y meditarlas (cf. Lc 2,19). Las grandes obras de la vida no se logran en un solo día; requieren constancia, paciencia, confianza, fortaleza, flexibilidad, valentía, humildad y alegría.
Feliz comienzo de Adviento, hermanos.