La paradoja del cristianismo – Jesucristo Rey del Universo
La paradoja del cristianismo
Lo que me fascina del cristianismo es su capacidad de acoger y hacer suya la paradoja y expresar su íntima unidad: cielo y tierra, divino y humano, gracia y libertad, vida y muerte, tiempo y eternidad, plenitud y vaciamiento, infinito y finito. Las Escrituras transmiten un mensaje que, muchas veces, parece contradictorio, provocando un cortocircuito en el cerebro, órgano que, por naturaleza, procesa muy bien lo lógico y se guía por el principio de no contradicción.
Desde esta forma de proceder, según la paradoja, la fe cristiana nos habla de la realidad de Dios, misterio insondable e inabarcable, y, por consiguiente, de la realidad de las criaturas, ya que estas están hechas a imagen del Creador y llevan en su ADN ese rastro de misterio y contradicción.
La paradoja con Jesucristo, rey del Universo
Esta paradoja se encuentra, por ejemplo, en el evangelio de este último domingo antes del Adviento, en el que se celebra la solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Aunque el término rey, aplicado a Jesús, puede sonar extraño y hasta absurdo según las categorías reales a las que estamos acostumbrados —poder, privilegio, lujo y reflejos mediáticos—, debo confesar que me encanta que se le defina como rey. En esta definición se encuentra la paradoja que desintegra y descompone nuestras estructuras de pensamiento y acción.
La paradoja en el cuarto Evangelio
El Evangelio de Juan es particularmente hábil en mostrar diálogos y escenas que parecen sacados del teatro del absurdo, donde la paradoja y la incomunicabilidad son pilares fundamentales. Por ejemplo, el evangelista sitúa a Barrabás y a Jesús en un contraste evidente para plantear la pregunta fundamental: ¿quién es el verdadero hijo del Padre? (Barrabás significa «hijo del Padre»).
Pilato y Jesús: dos lógicas diferentes
De manera similar, Juan contrapone a Pilato y a Jesús, mostrando dos lógicas de poder completamente distintas. Mientras Pilato tiene autoridad para soltar o crucificar, es decir, para dominar y subyugar a las personas, Jesús tiene el poder para liberar, porque su autoridad está al servicio del bien de todos los que lo necesitan.
Ambos tienen autoridad, pero la han recibido de diferentes fuentes. Pilato la ha recibido del César para controlar, gobernar y acrecentar el poder de Roma. Jesús, en cambio, ha recibido su poder del Padre para liberar, sanar, cuidar, levantar, servir y devolver la luz a quienes viven en las tinieblas.
Ambos son reyes, pero con lógicas diametralmente opuestas. Pilato solo puede gobernar si tiene frente a él personas que obedecen sus órdenes. Jesús, en cambio, forma personas libres, rompiendo las cadenas que atan para que puedan ser plenamente humanas en el amor.
La segunda venida
La paradoja del cristianismo también se manifiesta en lo que llamamos la segunda venida de Jesucristo. Desde un punto de vista humano y de fe, sabemos que nacemos como fruto de una decisión libre y fundamentada en el amor, que tiene su origen en la acción eterna del Padre y se hace concreta y tangible a través de nuestros padres.
Un Dios de libertad y amor
Si la libertad y el amor son nuestro punto de partida, también son nuestro punto de referencia en el presente y nuestra meta en el futuro. Esta realidad, que la Iglesia conecta con la “segunda venida” del Señor, se expresa en la unión definitiva de cielo y tierra, de lo divino y lo humano, que en Jesucristo se realiza de forma perfecta y anticipada.
El Padre, que nos ha creado y nos da nuestra esencia más íntima para ser libres, también nos orienta con su Espíritu para que, desde lo profundo de nosotros mismos, podamos hacer brotar la vida y el amor que vemos brillar de manera excelsa en Jesús y en su humanidad.
En Él vivimos sin fin
Sí, venimos de Él, vivimos en Él y a Él vamos, atraídos por la fuerza del Espíritu que dinamiza nuestro ser. Esto significa que la segunda venida del Señor representará la plenitud de esta unión entre el Creador y su criatura, entre lo divino y lo humano, que ya experimentamos en el presente, aunque de manera incompleta, porque somos finitos y limitados.
Todo esto ayuda a comprender la afirmación de Jesús a Pilato cuando dice que su reino no es de este mundo. Todo lo que vivimos aquí es pasajero, caduco y relativo, en cuanto expresa relación con Dios. Frente a este mundo efímero, la primera lectura nos habla de un reino eterno, que no pasa: la realidad de Dios, misterio insondable de don y perdón, expresado en la dinámica de la resurrección, donde la vida no tiene fin. Este es nuestro origen, este es nuestro destino.