¿El final de los tiempos? – XXXIII Domingo T.O. Año B
¿El final de los tiempos?
Nos acercamos al final del ciclo litúrgico y la Iglesia nos presenta unas lecturas complejas relacionadas con temas escatológicos, o sea, el final de los tiempos. Estas lecturas emplean un lenguaje e imágenes comprensibles para los oyentes de hace casi dos mil años, pero que quizás nos resultan lejanos o difíciles de entender hoy en día.
Por eso, intentaremos resaltar algunos puntos que nos ayuden a captar el mensaje central de las lecturas de este domingo, y a la vez, señalar ciertos elementos que, si se toman al pie de la letra, pueden llevarnos a una visión equivocada y hasta perjudicial de Dios y su mensaje.
La primera y última lectura nos hablan del final de los tiempos. Ambas introducen el tema refiriéndose a momentos de angustia y catástrofes, característicos del género apocalíptico. A menudo vemos elementos de este tipo en algunas películas: se aproxima una invasión alienígena o un desastre natural, y aparecen personajes que anuncian el fin de los tiempos e invitan a la conversión.
A imagen de Dios…
Por otra parte, cabe señalar que, desde el principio de la historia, siempre ha habido sufrimiento, guerras, y desastres naturales. Esto nos lleva a interpretar que el imaginario apocalíptico busca recordarnos la importancia de no bajar la guardia, de estar vigilantes, y de no vivir de manera superficial. Nos invita a tomar en serio nuestra existencia y comprometernos con lo que somos: imagen de Dios.
Surge, entonces, una pregunta natural: ¿Cómo es Dios para entender qué significa ser su imagen? La segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, responde a esta cuestión. El autor sagrado afirma que Jesús ofreció su vida como sacrificio, y nuestra fe nos dice que Jesús es la imagen verdadera del Padre, porque quien ha visto a Jesús ha visto al Padre.
…en la humanidad de Jesús
Así, Jesús, a través de su vida, enseñanzas, obras, pasión, muerte y resurrección, nos revela al mismo Dios: un Dios cercano a su creación, que elige hacerse como nosotros y que está dispuesto a todo, incluso a morir, si eso sirve para sacudirnos y abrirnos los ojos para cambiar de actitud.
Si Dios, en Jesús, se muestra como un amante incondicional hacia sus criaturas, entonces, ser su imagen significa que nosotros también estamos llamados a entregar nuestra vida con generosidad. La última cena nos lo recuerda: Jesús se identifica en el pan y el vino, símbolos de una vida entregada y agradecida, y nos invita a hacer lo mismo que él, conformando nuestra humanidad a la de Dios, que es Jesús.
Imágenes del final de los tiempos: la resurrección
La primera lectura nos presenta la imagen de cuerpos enterrados que se levantan: una forma de expresar lo que conocemos como la resurrección. Sin embargo, es importante no entenderla como un volver a vivir en el mismo cuerpo y bajo las mismas circunstancias. Tampoco debe interpretarse de forma cronológica, como si los cuerpos resucitaran en un momento específico de la historia de la humanidad.
De hecho, la resurrección es una transformación que nadie ha experimentado para contárnosla de regreso. Podrías decir que Jesús sí lo hizo; sin embargo, la experiencia que los discípulos tuvieron de la resurrección nos sugiere que ellos tampoco pudieron describirla con exactitud, pues se trata de una realidad que supera nuestras categorías de espacio y tiempo y nuestras capacidades de comprensión e imaginación.
Los evangelistas tampoco logran describir claramente si el Resucitado tiene cuerpo o no. Por un lado, nos narran que entra en el Cenáculo con las puertas cerradas, pero también que quiere que Tomás toque sus heridas y que en otras ocasiones come con sus discípulos. Los evangelistas intentan transmitir a sus oyentes que el Resucitado es el mismo Jesús que murió crucificado, no alguien diferente. Esto podría explicar el énfasis en su cuerpo y en las señales de la crucifixión.
El libro y los elegidos
Otro tema es el del libro con los nombres inscritos o los elegidos que son llamados de los cuatro puntos cardinales. Estos elementos no sugieren que existen unos predestinados “salvados” y otros no, sino que todos somos llamados por el Señor a estar con Él, ya que Él no abandona a nadie. Sin embargo, algunos corresponden a esta llamada gratuita, y la primera lectura los define como “sabios” y como aquellos que enseñan la justicia.
Los sabios
¿Quiénes son estos sabios? Jesús nos lo recuerda al hablar del hombre que construye su casa sobre la roca o que vende todo para comprar el terreno con el tesoro escondido. El sabio es quien ha descubierto a Dios como fundamento, principio y fin de su vida, y que responde con radicalidad al amor gratuito que recibe de esta Fuente del ser.
Los que enseñan la justicia
¿Y quiénes son aquellos que enseñan la justicia? Recordemos Lucas 3, 10-14, donde Juan el Bautista responde a la gente que le pregunta: «Entonces, ¿qué debemos hacer?». Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido». Unos soldados igualmente le preguntaban: «Y nosotros, ¿qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga»
Todos aquellos que viven y promueven una vida fundamentada en la solidaridad, la fraternidad, la ayuda mutua, que luchan contra abusos y opresiones, que se esfuerzan por un mundo más justo y pacífico, y que se comprometen por el bien de la comunidad, ellos enseñan la justicia. Tenemos varios ejemplos como Manuel Roseta, Ernest Lluch, Óscar Romero o Martin Luther King.
Conclusión
¿Qué mensaje podemos extraer, entonces, de estas lecturas de tono apocalíptico? Que la vida es un regalo, limitado en el tiempo, y que ese regalo está para que lo reconozcamos, seamos agradecidos y pongamos nuestros talentos al servicio de una sociedad más justa y fraterna, respetuosa del entorno, que empuje a sus miembros a desarrollarse como personas. Nuestra vida es parte de la eternidad que ya estamos viviendo y, por ello, estamos llamados a vivirla con las mismas ganas de plenitud en el amor, que encuentran en Jesús su máxima y más clara expresión.