La seguridad y el miedo – XXVI Domingo T.O. Año B
La búsqueda de seguridad y su importancia
El ser humano, por naturaleza, busca la seguridad. La seguridad da paz, serenidad, y la certeza de poder contar con lo conseguido y establecido. Esto conlleva un menor desgaste de energía y menos estrés. La seguridad puede significar tener una casa, un techo donde dormir, y un dinero con el que contar para vivir, no solo en el día a día, sino también para hacer frente a los imprevistos.
También incluye una red de relaciones de confianza y afecto, como la familia y los amigos, así como un conjunto de valores, creencias y estructuras que hacen la vida más cómoda y sirven de punto de referencia para no sentirnos perdidos.
El miedo a perder la seguridad
¿Qué ocurre, sin embargo, cuando nuestra paz y nuestra seguridad corren el riesgo de desaparecer? Nos invade un sentimiento de ansiedad, aparece el miedo a perder lo que hemos conseguido y entramos en estado de alerta. Nos volvemos más susceptibles, nos ponemos a la defensiva y, por qué no, también agresivos. El intento es proteger lo nuestro, lo que hemos logrado hasta ahora, y la amenaza, real o imaginaria, humana o de otra naturaleza, debe ser neutralizada.
En otras palabras, el miedo, cuando no está bien gestionado, es fuente de conflicto y divisiones. Esto es lo que sucede en las lecturas de este domingo.
Conflictos por miedo a lo externo
La primera lectura, del libro de los Números, y el Evangelio de Marcos nos cuentan historias parecidas, con una dinámica similar. En el primer caso, parte del espíritu que está en Moisés se posa sobre setenta ancianos elegidos. Dos de ellos no están presentes, sino en otro lugar, y estos también, como los demás, empiezan a profetizar. Alguien avisa a Moisés de lo ocurrido y, preocupado, le pide que se les prohíba profetizar. Sin embargo, Moisés responde negativamente, deseando que todos puedan profetizar y que tengan el espíritu del Señor.
En el Evangelio de Marcos ocurre algo muy parecido. Juan le avisa a Jesús de que han visto a un desconocido expulsar demonios en su nombre, y que, al no ser del grupo, le han prohibido hacerlo. Jesús, sin embargo, no se muestra preocupado y corrige esta actitud, enseñando a sus discípulos que no está bien prohibir a alguien obrar el bien en su nombre, aunque no pertenezca al grupo.
Miedo y creencias como mecanismo de defensa
Habría que preguntarse por qué en ambas ocasiones alguien intenta detener a quien actúa fuera del grupo. La respuesta que encuentro tiene que ver con el miedo y con nuestras creencias. Estas últimas actúan como un catalizador para nosotros, que buscamos seguridad. Las creencias las adquirimos a lo largo de nuestra vida y nos sirven de base; son las columnas que sostienen nuestra forma de ser, actuar, pensar y hablar. Si alguien amenaza con cuestionar nuestras creencias, podemos reaccionar de manera muy agresiva.
En un grupo, los miembros comparten ciertas creencias y actúan como un organismo único. Si alguien dentro del grupo comienza a mostrar ideas contrarias o alternativas, lo más fácil es apartarlo, aplicar “protocolos” para que corrija su actitud y, si sigue siendo una amenaza, expulsarlo finalmente. Algo similar sucede si la amenaza es externa. En este caso, los miembros del grupo se unen aún más para neutralizar al agente externo, percibido como una amenaza a la estabilidad del grupo.
La raíz del conflicto: el miedo a lo diferente
En las dos lecturas de este domingo, el deseo de prohibir que otros, desde fuera, actúen como los de dentro es fruto del miedo. Como he comentado antes, nos pasamos la vida buscando seguridad y, cuando la encontramos en un grupo y en sus ideas, todo aquello que ponga en peligro esa seguridad no puede seguir adelante. Actuamos como si nuestro grupo fuera el único y verdadero, y defendemos sus normas y mensajes como si nuestra vida dependiera de ello. Esto nos ocurre tanto con el fútbol, como con los partidos políticos o con la religión.
La agresividad antes el cuestionamiento de las creencias
¡Cuánta agresividad se encuentra en algunos cuando se cuestionan ciertos pilares de su fe! La defensa es total, y para estos creyentes es más importante salvaguardar la doctrina y las ideas que las personas y las relaciones. El miedo al cambio, a perder la seguridad y la paz asociada a ella, nos ciega, nos incapacita para dialogar con la otra persona, para escuchar su versión y encontrar puntos en común.
El miedo, cuando no está bien gestionado, es fuente de división. Nos empuja al odio y a la violencia, nos hace olvidar que enfrente tenemos a otros iguales que nosotros, con familia, hijos, padres y amigos. El miedo, que es útil para ponernos en alerta y evitar riesgos que puedan comprometer nuestra vida, si nos domina puede llevarnos a imaginar peligros que no son reales. Ya sabemos que la mente no siempre distingue entre una amenaza real y una imaginaria.
El mensaje de Jesús: no temer y abrirse al diálogo
Jesús nos pone en alerta y nos invita a no separar, a no dividir, a no encerrarnos en las etiquetas que hemos puesto. Lo que importa no es si la persona que tenemos delante forma parte o no de nuestro grupo; el criterio es otro: el de las obras.
Si el miedo nos asusta y rápidamente nos colocamos las gafas de los prejuicios, Jesús nos invita a no temer, a bajar el nivel de agresividad y a aumentar el de fraternidad, diálogo y apertura mental. Jesús no nos llama a seguirlo para estar en la zona de confort de las verdades que nos calman, sino para emprender un viaje con obstáculos, imprevistos e inseguridades, para dejar el barco y las redes y caminar hacia un futuro desconocido e incierto.
Conclusión
Las lecturas de este domingo, entonces, nos recuerdan que cuando la religión se convierte en fuente de división, ha perdido su objetivo y su función, que es re-ligar, conectar con lo divino y, por ende, con los hermanos. Cuando termina separándonos, entonces, ya tiene muy poco de divino, porque la hemos reducido a una cuestión simplemente humana, que habla más de nuestros miedos e inseguridades que de Dios.