Profeta a la manera de Jesús – XIV Domingo T.O. Año B
Jesús, un profeta poco acogido en su pueblo
El evangelio de este domingo nos muestra con Jesús lo que también pasa hoy día entre nosotros. Él, conocido por su trabajo, por su origen y su vida en Nazaret, es testigo de como la gente de su pueblo no se deja tocar por su palabra, porque ellos ya le conocen, saben quién es y que de él no pueden aprender nada bueno, novedoso y beneficioso.
Juicios y prejuicios en nuestras relaciones
Es lo que pasa en nuestras vidas todos los días. En nuestras relaciones, actuamos gracias a unos juicios sobre las personas que conocemos y pensamos conocer. Actuamos a través de la imagen y las expectativas que hemos construidos en relación con esta o aquella persona y no es raro que, en lugar de relacionarnos con ella, lo estamos haciendo a través de la imagen que de ella tenemos.
Si, además, nos encontramos con un desconocido, entonces allí se añade un factor nuevo, lo que llamamos prejuicios. El prejuicio es un juicio que atribuimos a una persona antes de conocerla y que es el fruto de nuestros aprendizajes y conocimientos personales y sociales. Estos criterios nos llevan a crearnos una imagen de esta persona extraña y nos dan la posibilidad de seleccionar nuestra forma de comunicarnos con ella, abriéndonos más o menos, según el tipo de valoración previa que hemos hecho sobre ella.
Todos somos misterio
Todo esto es normal, es humano y es común a todas nuestras vivencias y no tiene nada de malo. Pero es importante ser conscientes de estos elementos que juegan en nuestras relaciones y pueden condicionarlas si no somos capaces de detectarlos y gestionarlos.
No podemos, de hecho, olvidar que el otro que tenemos en frente, aunque llevamos años conociéndole, sigue siendo un misterio y hay partes de él que ni nosotros ni él conoce. A esto hay que añadirle que el Espíritu no habla solo a través de las personas que gozan de nuestro aprecio. Por suerte para todos, el Espíritu habla a través de aquellos que él quiere y toca a nosotros tener esta sensibilidad espiritual bien entrenada para reconocer su “tono” de voz y su presencia.
La verdad no tiene dueño
También san Benito lo afirmaba en su regla: Siempre que en el monasterio haya que tratar asuntos de importancia, convoque el abad a toda la comunidad, y exponga él mismo de qué se ha de tratar. Hemos dicho que todos sean llamados a consejo porque muchas veces el Señor revela al más joven lo que es mejor.
De esta forma, la frase de san Benito nos recuerda que el don de profecía es un carisma que el Espíritu entrega a todos, a los bautizados y a los que no lo son, a los laicos como al clero, a los “buenos” como a los “malos”, porque la verdad no es propiedad exclusiva de nadie.
Descubrirse profeta
Por ende, el don de profecía habita en nosotros y toca a cada uno saber descubrirlo, sacarlo a la luz y, con valentía y con la ayuda del Espíritu, saber denunciar aquello que no construye el bien y anunciar y enseñar lo que nos guía a la plenitud y al bien-estar. Hoy, más que nunca, en nuestra Europa secularizada, necesitamos sacar el talante de profeta que llevamos dentro, para despertar lo mejor que cada uno tiene en su interior, porque el reino de Dios es un proyecto que solo se puede construir con la ayuda de todos.
Por otro lado, la segunda lectura, de Pablo a los corintios, nos recuerda que si todos estamos llamados a ser profeta, a imagen de Jesucristo, ello no se debe a nuestros méritos personales, por ir mucho a misa o rezar mucho o por ser aquel cura, aquel obispo importante o ese laico muy comprometido. La fuerza, la luz y la creatividad vienen del Señor y toca a nosotros dejar que ellas broten, florezcan y brillen en nosotros.
El profeta deja trabajar el Espíritu
Ser profeta, entonces, significa haber descubierto el Señor en nuestras vidas, comprender su acción en nosotros y también darnos cuenta de nuestras debilidades, de nuestras limitaciones, además de nuestros talentos. El Espíritu trabaja de forma silenciosa y, con la humildad y la alegría de brotan de la Resurrección, él nos moldea si nos dejamos llenar de su presencia, neutralizando el ego que, sin embargo, quiere siempre estar en primera fila.
Nuestro ser profeta brota, entonces, de un corazón tocado por el amor de Dios y que se da cuenta que nada es imposible, allí donde el Señor quiere construir un presente más humano, más fraterno, más justo y más pacífico.
Conclusión
En pocas palabras, las lecturas de este domingo nos recuerdan que el Señor, profeta y maestro, no se reduce solo a esto, así como nosotros no somos solo lo que hemos sido hasta ahora, sino que albergamos dentro más talentos por descubrir y uno de estos es el carisma del profeta.
Este carisma no va en busca de aplausos y prestigio, sino que se centra en sanar y mejorar desde dentro hacia fuera el mundo personal y social del profeta, el cual tiene que estar dispuesto también a ir contracorriente para que puedan botar las semillas del bueno, del bello, de la verdad y del amor.