La realidad más allá de lo visible – X Domingo T.O. Año B

La realidad más allá de lo visible – X Domingo T.O. Año B

La realidad y lo visible

¿Quién es el hombre de fe? ¿Quién es el creyente? Es aquella persona que tiene los pies bien enraizados en la tierra, pero con la mirada que la traspasa, yendo más allá de ella. Esto, con otras palabras, es lo que afirma Pablo en su segunda carta a los Corintios: Pues la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria, ya que no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo que no se ve; en efecto, lo que se ve es transitorio; lo que no se ve es eterno.

Pablo nos alienta a no quedarnos en la superficie de los hechos y a ser pacientes y sabios, yendo hacia las capas más profundas de la realidad, aquellas que a primer vista no se ven, porque se nos escapan y que, sin embargo, nos desvelan lo que es la realidad en su ser más auténtico, más allá de los ruidos y de las fáciles distracciones.

Los engaños de nuestros sentidos

A diario, de hecho, podemos hacer experiencia de todo ello: nuestros ojos y sentidos nos dicen que el sol se mueve, aparece por el este y desaparece por el oeste y, sin embargo, nada de esto es cierto, porque es la Tierra que se mueve y permite que nuestros sentidos sean engañados.

Otras veces nos pasa con una persona que parece seca, muy competitiva, agresiva y, sin embargo, son recursos que ella está usando para esconder lo que es en lo más profundo de su ser, una persona muy dulce y que necesita del cariño de los demás, que ha sido educada en ser supercompetitiva con ella misma, que no sabe cómo romper con estos esquemas y se defiende construyendo esta coraza y la usa como rol social.

Que decir, además de nuestra capacidad de imaginar nuestro mundo como el único mundo, a saber, que todo se debería concebir, hacer, decir y pensar según nuestros criterios y categorías. Pero, basta con mirarnos un poco a nuestro alrededor, estudiar lo que nos rodea y echar un ojo por el telescopio para ver que no solamente yo soy uno entre ocho mil millones de seres humanos, sino que la Tierra misma es una mota de polvo en comparación con el Universo. Creo ser el centro de todo, pero en realidad no lo soy.

El engaño desde Adán hasta ahora

Fijarnos en lo que se ve y dejarnos engañar no es solo parte de nuestra vida diaria, sino que descubrimos que la Biblia nos relata la misma experiencia: así nos cuenta la primera lectura, que nos presenta las consecuencias de lo que llamamos “pecado original”. Aquí Adan y Eva, símbolo de la humanidad, se dejan engañar por la retórica de la serpiente, la de un Dios que es celoso de su “poder”, que le tiene miedo al hombre y por eso no quiere que actúe libremente, comiendo del fruto prohibido. 

La primera lectura, en otras palabras, nos recuerda lo fácil que es equivocarnos en la elección de los criterios y de las metas “vitales”: lo que debería darnos plenitud termina por coincidir con la satisfacción de los deseos de los sentidos (el árbol era bueno para comer…), con el dejarse guiar por los criterios de la belleza, de la apariencia y de la exterioridad (…apetecible a la vista…) y con la búsqueda de lo que da poder y control (…y excelente para lograr sabiduría).

La realidad y su fondo en Dios

La realidad, en su esencia y en su profundidad, sin embargo, no se “mide” y comprende quedándonos en la superficie, en lo que es pasajero y transitorio, porque hay algo que la identifica y nos identifica y que está a la raíz de todo, en el fondo, lo que Pablo llama un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas.

Mientras nuestra mente nos tiene continuamente entretenidos y, mejor dicho, ocupados con sus monólogos interminables que tienen que ver con compararnos con los demás y con sus bonitos discursos interiores para machacarnos o machacar a otros, la fe en Jesús nos propone otro camino: nos recuerda que somos amados por lo que somos, no por lo que hacemos, aparentamos y decimos. 

Esta realidad no se hace efectiva solo hacia nosotros, sino que es tan real también de parte de Dios hacia los demás, hecho que nos invita y nos llama a reproducir hacia nosotros mismos y hacia los hermanos esta misma relación que Dios tiene con cada uno de nosotros; por esta razón, es imprescindible desmarcarse de los factores saboteadores que tienen origen en nuestra manera de pensar común, la cual suele seguir la norma que dice: con los buenos seré dócil y con los demás que no los son les daré su merecido.

La voluntad de Dios, es decir, nuestra meta y plenitud

En segundo lugar, el evangelio nos recuerda un elemento fundamental para todos nosotros y que Jesús así comenta: Estos son mi madre y mis hermanos. El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre.

¿Qué es hacer la voluntad de Dios? ¿No será, acaso, el interrogarnos en profundidad para descubrir a lo largo de nuestra vida lo que nos hace sentir plenos, satisfechos, contentos de nosotros? Realizarse como persona, como hijo de Dios es nuestra meta y ello conlleva crecer, pasar por momentos de crisis y de saltos en adelante que no siempre son comprendidos y aceptados por la gente que nos rodea.

El evangelio de este domingo, de hecho, nos cuenta como la madre y hermanos de Jesús no alcanzaban a entender las razones que llevaban Jesús a hablar y actuar de aquella manera, pero cuando comprendemos ciertos valores que para nosotros son innegociables, entonces traicionarlos es ir en contra de nosotros mismos y complacer a los demás no es una buena razón.

Conclusión

En resumen, las lecturas de este domingo nos llaman la atención sobre varios puntos y nos preguntan: 

  1. ¿Qué criterios y metas he encontrado hasta ahora? ¿Están vinculados con el tener, el hacer, el aparentar?
  2. Estas metas y criterios, ¿me dan paz interior y me hacen sentir bien conmigo mismo y los demás o alimentan la competición y la comparación?
  3. ¿Estoy ejercitándome a crear un buen diálogo interior conmigo o me machaco y me dejo machacar?
  4. ¿Consigo o me ejercito a mirarme y mirar al mundo con otros ojos, para no quedarme simplemente en lo que perciben mis sentidos, sino que voy más allá, comprendiendo lo que hay detrás de los gestos, de las palabras, de los silencios de los que me rodean? Y, finalmente,
  5. ¿Me ejercito a ver y experimentar todo lo que vivo como un don, una oportunidad que se me da para crecer, para aceptar y amar, para aportar mi granito de arena, con lo que soy, incluido mis sombras, al fin de construir un mundo mejor?

Empezando a cruzar este sendero, que es el camino del creyente, complicado pero rico de experiencias, podremos decir con Jesús que nuestra familia ya no se queda en el pequeño círculo de los lazos de sangre, sino que se hace universal, católica, relación abierta a todos aquellos que quieren salir de la pequeña jaula que nuestra mente y nuestro ego nos han querido construir.

Imagen de Fabián Camargo Pimiento

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