El Espíritu, fuerza de la Iglesia – Pentecostés Año B

El Espíritu, fuerza de la Iglesia – Pentecostés Año B

El Espíritu, el don del Resucitado

El cuarto evangelio, el de Juan, nos dice que el Espíritu es el don del Resucitado a su comunidad. Jesús, el Señor, sigue estando con nosotros también gracias al Espíritu. 

Y así como el Espíritu es el amor entre el Padre y el Hijo, la relación y entrega del Uno al Otro, sin condiciones, así el Espíritu es el colante que da unidad a la comunidad de los seguidores de Jesús. 

Así dice san Pablo a los Corintios: Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

La Iglesia, comunidad una y plural

Lejos de ser un bloque uniforme y granítico, la Iglesia desde su nacimiento ha sido y es plural, en cuanto está formada por una gran variedad de miembros, cada uno con sus características, con sus luces y sombras y con sus experiencias. Ello significa que no puede existir en la Iglesia la opción del pensamiento único.

Jesús es el Maestro y el Señor que en su recorrido humano nos demuestra lo importante que es saber pensar con la propia cabeza, creciendo en libertad interior, en espíritu crítico, no para hacer polémica vana, sino para mostrar cuáles son las razones y los factores que permiten una sociedad y un estilo de vida a favor de la maduración integral de la persona.

El Espíritu habla a la comunidad

Estos factores y estas razones no son permanentes, sino que cambian según la categoría del espacio y del tiempo, así que es la comunidad concreta que tiene el deber de dejarse iluminar por el Espíritu y, discerniendo sus directrices, encontrar la forma más adecuada de vivir en el hoy el estilo de Jesús.

Esto implica la colaboración de todos aquellos que forman parte del pueblo de Dios. No es solo tarea de los presbíteros o, usando un término más frío, de la jerarquía, sino que también los religiosos y los laicos están llamados a poner de su parte para dialogar y, juntos, escuchar al Espíritu.

De hecho, es el Espíritu que suscita los ministerios (los distintos roles dentro de la comunidad y, en concreto, los de gobierno de la misma) y es el mismo Espíritu que suscita los carismas, es decir, los dones que ofrece a la comunidad para su crecimiento, para la misión y para el bien común.

Todos somos responsables, bajo el Espíritu

Aquellos que afirman que, en la Iglesia, la autoridad está en mano de aquellos que han recibido la ordenación sacerdotal y que los demás solo están llamados a colaborar o cooperar, no han entendido muy bien que significa una comunidad; ésta claramente necesita de un responsable que guíe y se dedique a su crecimiento, pero todos sus miembros son tan responsables como éste, cada uno desde su posición, experiencia y capacidades.

La característica de la Iglesia, entonces, es su diversidad en la unidad, porque son muy diferentes los miembros que la componen entre si y porque hay variedad de sensibilidades y de caminos de fe dentro de ella. Es por esta razón que la comunidad cristiana está llamada a vivir en la escucha y en el respeto, en la tolerancia y la paciencia, en el diálogo y en la comprensión, porque su fuerza y su riqueza está justo en su pluralidad.

Es obvio que todo sería más fácil si hubiera un solo modo de vivir, de pensar, de sentir, de creer; ello haría más sencilla la realidad, pero también más pobre, humanamente. Así como la vida se manifiesta de múltiples formas, ¿por qué no debería ser lo mismo en el tema de la fe y de su forma de vivirla?

La Iglesia como lugar del encuentro y del diálogo

En una sociedad que nos acostumbra a pensar en el sujeto, en el individuo, en su bien particular más que en el colectivo, trabajar en grupo nos resulta muy difícil y esto se ve ya desde pequeños, en la escuela. Es por esta razón que nos resulta complicado hacer nuestra la dinámica eclesial, en la que estamos llamados a no dejar nadie atrás, a cuidar de nuestros hermanos, a saber esperar y comprender, a saber ponernos en la piel del otro y, en otras palabras, a vivir la lógica de la encarnación: así como Dios se pone en el lugar del humano, de la misma forma a mi toca ponerme en la piel del otro, intentando intenderlo.

Se trata de buscar más las cosas que nos acomunan que las cosas que nos separan, porque estas, la mayoría de las veces, saltan a los ojos y no necesitan ser detectadas, así como nos resulta muy natural encontrar a diario las razones para quejarnos y no para estar agradecidos.

En pocas palabras, dejarnos guiar por el Espíritu significa estar dispuesto a sumar y no a restar, estar dispuesto a construir, a esforzarnos, a donar, a contribuir al crecimiento de la comunidad. Lo fácil es quejarnos, destruir, despreocuparnos, abandonar, echar la culpa a los demás.

Conclusión

Pentecostés, sin embargo, no es un día de nuestro pasado, sino que es el día a día en el que el Espíritu sigue presente en nuestras vidas y nos pide un esfuerzo para hablar el común lenguaje del amor que mira a edificar y no a derruir, que mira al bien común y no al interés propio, que nos invita a no defender nuestro “orgullo” herido, sino a mirar lo que de verdad es el bien del otro y de la comunidad.

El Espíritu se describe como llama, porque es el combustible que nos calienta, nos da fuerza y energía. Él es el motor para que la Iglesia pueda seguir adelante en su camino de reformas, para ser cada vez más testigos del Resucitado.

Deja una respuesta