El nacimiento de lo que hoy llamamos «cristianismo» es, en su orígenes, un movimiento que forma parte del variado mundo del judaísmo, en concreto, podríamos llamarlo judaísmo mesiánico.

Varios factores llevan a este grupo de seguidores de Jesús a separarse poco a poco y establecer un conjunto de creencias y prácticas rituales (sacramentos) que luego serán los elementos que hoy día nos identifican también como cristianos.

A ello se debe también añadir la necesidad de organizar la forma de vida de las comunidades, diferenciando lo que serán los roles de gobierno dentro de las asambleas, como son los obispos, los diáconos, los presbíteros y además, reflexionar sobre el papel del Espíritu que se manifestaba a través de maestros, profetas y misioneros itinerantes (apóstoles).

El largo proceso que lleva a la aparición de la Gran Iglesia

Todo este conjunto de creencias, estructuras y sacramentos no se desarrollará de forma lineal y tranquila, sino que encontrará también resistencias, en cuanto dentro de lo que llamamos cristianismo antiguo existía un abanico plural de «cristianismos», que luego desembocarán algunos en lo que conocemos como herejías, otros en lo que se llamará la «Gran Iglesia».

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