El Adviento del Señor – I Domingo Año B
Tiempo de Adviento
Empieza el tiempo de Adviento y con él nos viene a la mente la Navidad, es decir, el nacimiento de Jesús. Sin embargo, el Adviento es sobre todo un tiempo pensado no para volvernos hacia el pasado, sino, más bien, para que nos proyectemos hacia el futuro.
La pronta llegada del Mesías
Los primeros seguidores de Jesús tenían en común la expectativa de una pronta llegada del Mesías. Jesús había muerto como un malhechor, en la cruz, recorriendo la vía de la humildad y del anonadamiento, de la cruz y del perdón, de la entrega y del olvido de sí mismo. Con la resurrección, el Padre había ratificado todo lo que él había hecho, sentenciando, así, que Jesús era el hijo amado, hijo porque había vivido imitando lo que el Padre quería. De hecho, en la mentalidad judía, el hijo es aquel que se parece al padre y hace lo que él pide.
Ya resucitado y a la derecha del Padre, ahora los cristianos esperaban el adviento del Cristo, en una perspectiva gloriosa, victoriosa, triunfante, porque Dios lo había exaltado y había puesto todo bajo sus pies. Y es que ellos tenían la seguridad de que su adviento iba a ser muy próximo. Es posible que el mismo Jesús, cuando decidió subir a Jerusalén, imaginara que el Padre iba a intervenir pronto para instaurar su reinado y que su compromiso activo en la ciudad santa hubiera preparado el terreno para su intervención.
El Esposo está cerca, pero parece demorarse
También san Pablo estaba convencido de que Jesús, el Señor, llegaría muy pronto y en sus cartas los transmite a sus destinatarios, exhortándoles a no rendirse, ya que ahora saben que Dios mismo les ha justificado, es decir, perdonado a través del Hijo. Los mismos evangelios presentan el tema de la espera del pronto e imprevisible adviento del Esposo; nadie sabe cuándo vas ser el momento de su llegada y, por esta razón, se exige vigilancia para que no nos pille desprevenidos.
Con el tiempo, la espera se ha hecho siempre más larga y la Iglesia ha pensado bien en comprender que, por un lado, no se podía aparcar el tema del adviento del Señor, mientras que por otro lado ello no podía significar desatender los deberes y los compromisos en esta vida terrenal. Esta espera que podía parecer infructuosa tampoco podía conllevar a un cierto desánimo que llevase a perder la fe. Era necesario, entonces, en este periodo de demora, trabajar para el presente.
El Adviento como compromiso para el presente
De hecho, la espera del adviento del Señor no implica proyectarnos en el futuro, sino significa comprometernos aún más con nuestro presente, personal y colectivo. El “velad”, que aparece en el evangelio de este domingo y que se repite y varios textos del Nuevo Testamento, es la recomendación a no olvidar que las cosas de este mundo son pasajeras y no podemos apegarnos a ellas, haciéndonos sus esclavos, encadenados a ellas hasta perder la libertad que Cristo nos ha donado.
Aún pasajeras, los elementos de este mundo tienen que ver con nuestra existencia y con nuestro estilo de vida. Ellos no nos pueden ser indiferentes, porque son esenciales para construir el reino de Dios y fundar las bases para una sociedad cuyos pilares son la justicia, la libertad, la solidaridad, la verdad, la paz y el amor. El “velad”, entonces, tiene que ver también con no perder esta actitud profética, comprometida, entregada, algo que el día a día y el contexto en el que vivimos puede debilitar y terminar por hacérnoslo olvidar.
Encarnación y divinización
En pocas y escuetas palabras, entonces, esto es el Adviento. Ello no se puede reducir en recordar el nacimiento de Jesús. Limitarnos a esta lectura significa empobrecer la portada profética y transformadora del mensaje de Jesús y su alcance en nuestras vidas. Por otro lado, no queremos decir que no es necesario reflexionar sobre el evento de la Navidad. Ello, además, nos recuerda que Dios siempre está con nosotros, tanto que se hace uno como nosotros para llevarnos a ser uno con él.
Por consiguiente, la misma encarnación es divinización, proceso y evento con el que se quiere expresar que Dios nos hace divinos, nos llama a compartir su ser, su identidad, nos santifica y nos indica la ruta para hacer de nuestras vidas y de este mundo un lugar hermoso, sin violencias, prepotencias y dominio, donde reina la comprensión, el cuidado del otro y el compartir.
Conclusión
Que este tiempo de Adviento sea para todos nosotros un tiempo para poder descubrir los tesoros que llevamos dentro y sacar la valentía para dejarnos transformar por el Espíritu, acoger al Señor en nuestras vidas todos los días y comprometernos cada vez más con nuestra identidad de hijos de Dios, que nos hace reyes, sacerdotes y profetas.
Is 63,16b-17.19b;64,2b-7: ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!
Salmo 79: R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.
1 Cor 1,3-9: Aguardamos la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
Mr 13,33-37: Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa.