Amar, otro nombre de la eternidad – Cristo Rey del Universo

Amar, otro nombre de la eternidad – Cristo Rey del Universo

El juicio final, una metáfora que nos invita a amar

¿Podrá, acaso, ser más claro el evangelista Mateo cuando nos recuerda las palabras de Jesús sobre lo que se suele conocer como el “juicio final”?

¿Cuál es el criterio para vivir una vida plena, verdaderamente humana y madura? Al mirar el evangelio de este domingo, no hay rastros de elementos religiosos, prácticas y devociones vinculadas al culto, sacrificios y promesas hechas a un Dios o divinidad.

Lo único que da sentido y valor al fin de alcanzar una vida plena, esto es el amor. Y el amor que se dona gratuitamente, sobre todo a aquellos que no están en condición de poder devolver nada. Así se da de comer al hambriento, de beber al sediento, un techo al forastero, ropas al desnudo, consuelo y cercanía al enfermo, ayuda y cariño al encarcelado.

Estas categorías son, desde luego, típicas del tiempo de Jesús, pero no exclusivas de su período y se podrían buscar más y nuevas personas marginadas por la sociedad del consumo y de la opulencia. Así como estas indicaciones no están dirigidas simplemente a los discípulos de Jesús, sino que están escritas para todas las naciones. Tienen, pues, un valor universal.

Amar muestra el rostro de Dios

Así afirma Victor Hugo en “Los Miserables”: “Dios está detrás de todo; pero todo oculta a Dios. Las cosas son negras, las criaturas son opacas. Amar a un ser es hacerlo transparente”. Y así lo afirma Jesús, cuando dice: “cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.

Dios está en todo y en todos y el amor es su forma de comunicarse y de revelarse, de hacerse transparente. Cuando amamos y lo hacemos gratuitamente y sin condiciones, estamos haciendo presente a Dios, no solamente en nuestra existencia, sino también en la existencia de aquel a quien nos dirigimos.

Alinearse con nuestra verdadera esencia

Sigue Victor Hugo: “El porvenir pertenece aún más a los corazones que a la inteligencia. Amar, he aquí la única cosa que puede ocupar y llenar la eternidad. El infinito necesita lo inagotable”. ¿Qué significa esta frase sino la misma que recoge Mateo: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Aquel que ama está alineando su vida con su verdadera esencia, en cuanto nacemos, somos y existimos como acto de amor y hechos para amar.

Todo aquello que nos hace amar más y mejor, entonces, nos potencia, nos eleva hacia una mejor forma de humanidad, saliendo de lo fácil que es actuar egoisticamente, algo que nos envilece y nos embrutece, arrastrándonos, en casos extremos, hacia abismos desde donde es difícil salir.

Castigo y vida eterna, reflejos de nuestro estilo existencial

¿Qué es, entonces, ese castigo eterno y esa vida eterna? No serán, acaso, otra manera de decir que amar de forma genuina significa abrirnos a la verdadera vida, representa haber descubierto la clave de la plenitud? Mientras que su opuesto, el egoismo, el miedo, la incapacidad de dar y entregarse es en sí mismo un castigo que, no solo infringimos a los demás, sino que fundamentalmente afecta a nosotros mismos, a nuestra existencia y a su sentido más profundo.

Pobre de mí si solo soy capaz de amarme a mí mismo, de mirar simplemente a mis intereses, olvidándome de aquellos que me rodean. Me miro al espejo, creyéndome una persona de éxito, mientras, sin embargo, vivo en la ilusión, en las formas, en las apariencias, engañándome a mí mismo. Creo haber comprendido todo, haber descubierto las reglas del juego, porque con indiferencia, violencia y dinero sigo adelante y, por que no, mejor que antes. Sin embargo, no me doy cuenta de que mi barco va a la deriva, de que he perdido la brújula que me conduce hacia la luz, mientras inexorablemente navego hacia la noche, hacia el abismo.

Conclusión

Las palabras que este domingo nos recuerda Mateo, entonces, son una invitación para todos: ateos, agnósticos, indiferentes y creyentes de todos las religiones y espiritualidades. No importa de dónde tú vengas, hacia dónde tú vayas, a qué Dios rezas y en qué idiomas lo invocas. Lo que importa es, más bien, la persona que tienes a tu lado: el familiar, el amigo, el anciano, el desconocido, el migrante, el pobre, el enemigo. Eleva a Dios tu alabanza y tu agradecimiento llevando a todas esta personas en tu corazón, amándolas como él te ama. “En esto se resume toda la ley y los profetas” (Mt 7,12), porque amar es hacer vibrar la música divina que resuena dentro y fuera de nosotros y que espera pacientemente ser descubierta para componer, así, una gran sinfonía.

Ez 34,11-12.15-17: A vosotros, mi rebaño, yo voy a juzgar entre oveja y oveja.

Salmo 22: R/. El Señor es mi pastor, nada me falta.

1 Cor 15,20-26.28: Entregará el reino a Dios Padre, y así Dios será todo en todos.

Mt 25,31-46: Se sentará en el trono de su gloria y separará a unos de otros.

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