El camino del cristiano – XXI Domingo T.O. Año A

El camino del cristiano – XXI Domingo T.O. Año A

El camino que dura toda una vida

Las lecturas de este domingo muestran varios temas que tratar y así me centraré en tres aspectos concretos.

El camino del cristiano: conocerse a sí mismo

Jesús pregunta a sus discípulos qué piensa la gente de él y, después de escuchar varias respuestas, le pregunta lo mismo a ellos. El objetivo de Jesús es mostrar que el camino no basta con conocerlo, sino que es necesario andarlo. En otras palabras, aquellos que siguen a Jesús están llamados a no quedarse con las prácticas, los ritos, las cosas que hacer, sino con la pregunta fundamental sobre el ser.

De hecho, el capítulo 15 de Mateo empieza con una disputa entre ciertos fariseos y escribas que critican a Jesús porque él y su grupo no respetan las tradiciones de los padres y no se lavan las manos antes de comer. El tema, responde Jesús, no es la limpieza exterior, sino aquella interior; es esta que puede contaminarlo todo, si falla.

El aspecto que resaltar, entonces, no es tanto lo que hacemos, sino con qué intención hacemos lo que hacemos. El camino cristiano, por ende, es un camino de autodescubrimiento personal. Cuanto más me comprendo, más comprendo a los demás, a Jesucristo y al Padre. Parafrasando a San Jerónimo, podríamos afirmar que “el desconocimiento de sí mismo es desconocimiento de Cristo”.

El camino del cristiano: mente y corazón abiertos

Cuando hablo de conocer, no me refiero a su aspecto intelectual. Ser cristiano no se limita a saber las verdades de fe y profesarlas con convicción; las verdades de fe son el comienzo del camino y, como ya he escrito un poco más arriba, el camino no basta con conocerlo, sino que es necesario andarlo. Esto significa que no basta saber, especular, sino que es necesario atreverse a buscar, dudar, forjarse un propio camino, sabiendo que las respuestas no están al alcance de nuestros esfuerzos intelectuales y que ellas son un don de Dios. 

Esto no quiere decir, entonces, que es vano estudiar, leer, reflexionar, sino que todo ello no nos puede tranquilizar, según la dinámica: cuánto más estudio más sé sobre Dios. Dios, de hecho, no es algo que poseer, sino que es la realidad que nos abarca y nos supera y que solo se puede vivir y experimentar en el amor, con una mente y un corazón abiertos a la novedad con la que Dios siempre nos sorprende.

El camino del cristiano: tener la llave del servicio

Los discípulos parecen mostrar un corazón y una mente más abiertos que otros y lo demuestran siguiendo a Jesús; sin embargo, ellos tampoco son inmunes a las equivocaciones y los evangelios muchas veces los describen como aquellos que tienen dificultad en comprender el mensaje del maestro. 

De repente, a pesar de ello, Mateo nos introduce en el tercero y último argumento que voy a tratar: a Pedro, después de su confesión, Jesús le “entrega” las llaves del reino de los cielos, con el poder de atar y desatar. ¿Qué significa todo esto? Significa que aquí se están poniendo en comparación dos paradigmas de vida religiosa: 

Por un lado está la levadura de fariseos y saduceos que hay que vigilar para que no contamine el grupo de los discípulos (Mt 16,6), así como hay que tener cuidado con ciertos escribas y fariseos, porque se sientan sobre la cátedra de Moisés atando cargas pesadas sobre los hombros de los demás, mientras ellos no hacen lo que predican (Mt 23). 

Por otro lado, está la actitud de Jesús (que Pedro y los demás están llamados a imitar), que no se centra en el hacer para alcanzar visibilidad y mérito, sino que mira a liberarnos de todas aquellas ataduras que nos bloquean y no nos permiten ser en plenitud. Atar y desatar, entonces, no significa sentarse en la cátedra de Moisés enseñando con arrogancia, sino vivir como Jesús, que se interesaba por el bien auténtico de la gente que le rodeaba, mirando directamente al corazón de su interlocutor. 

Conclusión: el reto para la Iglesia

Hoy, entonces, la Iglesia está llamada a traducir en actitud de servicio el hecho de “poseer” las llaves del reino de los cielos. Como buena administradora, ella tiene la misión de hacer comprensible y significativa la buena nueva que Jesús ha venido a encarnar. El reino de los cielos no tiene propietario humano y, por ende, no toca a la Iglesia decir quién puede pertenecer a el y quién no puede. Su deber es vivir lo que enseña, mostrando que es posible una sociedad basada sobre la fraternidad, sobre la igualdad, sobre el respeto, para pasar del yo al nosotros, no gracias a normas que observar, sino gracias al amor que hemos experimentado y que brota naturalmente hacia fuera. Porque solo el camino del amor atrae y construye; todo lo demás se lo lleva el viento.

Is 22,19-23: Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David.

Salmo 137: R/. Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

Rm 11,33-36: De él, por él y para él existe todo.

Mt 16,13-20: Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.

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