«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» – XXI Domingo Tiempo Ordinario

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» – XXI Domingo Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» 

Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»

Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» 

Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» 

Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.» 

Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Este domingo Jesús nos pregunta directamente y sin medias tintas: «¿quién dices que soy yo?».

Como los discípulos, también nosotros estamos llamados a contestar y a verificar qué idea nos hemos hecho de Jesús y de Dios en general. 

Pedro, que fue el primero en tomar la palabra, contestó diciendo que él era el Mesías, el Hijo del Dios vivo; pero aunque recibe la enhorabuena de Jesús, por la respuesta acertada, él mismo les prohíbe decir a nadie más que era el Mesías. 

De hecho, nada tenía Jesús del carácter político de Mesías que los discípulos le habían atribuido, pensando que habría liberado Israel de la invasión romana. Pero la imagen de hace dos mil años puede que no se aleje mucho de la imagen que hoy en día nos hacemos de Dios. 

Muchos de nosotros, cristianos, seguimos pensando en un Dios que nos mira desde arriba, controlando y modificando el curso de los eventos, al que rezamos para que nos cure de una enfermedad o nos libere de la pandemia, al que acudimos para encontrar un trabajo o superar un examen. 

Es un Dios que interviene en los acontecimientos mundanos, el mismo Dios en el que se basaba la fe de los judíos en tiempos de Jesús: que enviaba enfermedades y castigos a los malos, premiaba y salvaba a los justos, que te escuchaba si hacías rituales y sacrificios y que tenías que tener a tu lado en cualquier batalla, sangrienta o no, para no estar en el bando perdedor. 

En esta óptica, este Dios interviene para enviar a su Hijo en el mundo y salvarnos del pecado original, hecho que tiene su significado teológico pero ningún fundamento histórico y científico. Todos sabemos que no nacimos perfectos y luego fuimos hacia atrás por la desobediencia de Adan y Eva. Somos seres en evolución hacia la plenitud. Vamos hacia adelante. Hoy somos mejores que ayer (o al menos, eso intentamos).

¿Y si dejáramos por un momento a un lado la idea de un Dios que interviene desde fuera, un Dios que está allí listo para sacarnos las castañas del fuego, un Dios que a veces parece una deidad tribal que me defiende a mi y a mi grupo a costa de los demás? 

Qué distinto sería todo si ahora empezáramos a pensar en Dios no como un Ser, sino como el fundamento de todo ser, que se hace presente no desde fuera, sino desde dentro de los acontecimientos, operando desde dentro de las mismas leyes naturales que rigen el mundo y todo el Universo. 

Un Dios que no interviene cuando lo llamamos es un Dios que deja de ser ese juguete que nos hemos creado para que haga y deshaga a nuestro antojo. 

Ese Dios, ahora, nos llama a tomar las riendas de nuestra vida, sabiendo que Él no está fuera de nosotros, sino en nosotros, o mejor, nosotros estamos en Él. Todo lo que necesitamos para vivir, pensar, decidir, actuar, todo ya lo hemos recibido de Él desde siempre y ¡lo tenemos!. Está dentro de nosotros porque somos reflejo de Dios, hechos a su imagen y semejanza.

A lo mejor ya no necesitamos a un dios tribal que haga las cosas por nosotros. A lo mejor es la hora de pasar de una fe infantil a una fe adulta. A lo mejor es la hora de tener experiencia de Dios de una forma nueva. Un Dios que siempre es el mismo y que Jesús nos ha mostrado como el Amor, la Vida, la Plenitud.

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