La fe y el miedo- XIX Domingo T.O. Año A

La fe y el miedo- XIX Domingo T.O. Año A

La fe y el miedo de Elías

La liturgia de este domingo pone en relación el profeta Elías y la figura de Pedro. Elías, el gran profeta para la tradición judía, se había enfrentado a cuatrocientos cincuenta sacerdotes de Baal con una fe inquebrantable. Seguro de tener a Dios de su lado, estaba convencido de que Él le habría ayudado a desenmascarar la falsa fe de los sacerdotes paganos, como nos relata 1Re 18. 

Sin embargo, frente a las amenazas de muerte de parte de la reina Jezabel, Elías ahora se asusta y busca salvar su vida. El profeta, tan valiente contra tantos sacerdotes paganos, ahora quiere acabar con su vida, temeroso por la venganza que la reina quiere cumplir contra él. Y, sin embargo, el Señor no lo abandona: lo alimenta y lo conduce hasta el monte Horeb, donde se manifiesta no en la tormenta, no en el terremoto o en el fuego, sino en “un susurro de brisa suave” o, según una traducción más fiel, “un hilo de silencio sonoro”, que le devuelve la confianza. 

La fe y el miedo de Pedro

Ahora vamos al evangelio de Mateo. El texto de la travesía del mar de Galilea se encuentra en el capítulo 14. Este empieza con la decapitación del Bautista, a saber, en un clima de persecución, al que sigue el milagro de Jesús que multiplica cinco panes y dos peces haciendo que sus discípulos den de comer a más de cinco mil personas, símbolo de una comunidad que da alimento y del banquete eucarístico que se hace cada vez más numeroso.

Sin embargo, ahora el Señor se despide y Pedro con los demás discípulos se encuentran en el barco (la iglesia), solos, de noche, con vientos contrarios y temen, porque Jesús no está con ellos y porque está muy lejos. 

Podemos ver aquí elementos históricos de una comunidad que en algún momento ha estado separada de Jesús, porque él ha ido a rezar y también podemos encontrar el resumen de las experiencias pospascuales de la comunidad de Mateo, azotada por las adversidades, (los vientos contrarios y la noche) y que siente que su Señor está lejos de ellos, porque ha salido al Padre y no se sabe cuándo va a volver.

La respuesta de Mateo

¿Cómo responde Mateo? Jesús nunca está lejos de sus discípulos. Antes de que ellos pidan socorro, Él ya está allí, listo para salvarles. Aunque parece estar lejos, él está muy cerca, porque no abandona a los suyos. No obstante Pedro, la iglesia, parece hundirse en el mar, allí está su Señor que viene a agarrarle de la mano y a llevarle otra vez al barco, donde ahora amaina el viento. 

Elías y Pedro/la iglesia, entonces, parecen compartir una misma suerte: tan valientes en los momentos de éxito, contra los sacerdotes de Baal y después de la multiplicaciones de panes y peces, tienen miedo cuando llega la noche, cuando se presentan los momentos de dificultad. Y dudamos. El miedo, que nos empuja a estar en alerta, si se desborda nos bloquea y desconfiamos.

Fobos, el miedo.

La mitología griega nos enseña que Fobos, el miedo, es hijo de Afrodita, la diosa de la belleza y del deseo y de Ares, dios de la guerra. De hecho, según la Real Academia Española, el miedo es el “recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea”. Pensar que algo que yo tengo puedo perderlo, puede hundirme o sacar mi parte más violenta para evitar que ocurra lo que se teme, cueste lo que cueste.

Sin embargo, el miedo en si es bueno, porque es la forma que nuestro cuerpo tiene para darnos un aviso sobre algo que parece no funcionar. El tema está en nuestra reacción y en la forma con la que percibimos las situaciones y construimos la realidad según las predicciones que nosotros mismos nos hacemos. Dice, de hecho, el filósofo Epícteto que “no son los hechos lo que nos perturban, sino nuestra interpretación de los mismos”.

Conclusión

Mateo lo tiene claro: los creyentes no son superhombres que no tienen miedo, sino que están llamados a hacer como Jesús que busca momentos para estar a solas con el Padre y abandonarse en Él, para recobrar fuerza, sabiduría y confianza, sabiendo que tener fe significa ser consciente de que el Señor siempre está a nuestro lado, que nunca está lejos de nosotros,  pase lo que pase, como afirma Pablo a los Filipenses: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias” (4,4-6).

1Re 19,9a.11-13a: Permanece de pie en el monte ante el Señor.

Salmo 84: R/. Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación

Rm 9,1-5: Desearía ser un proscrito por el bien de mis hermanos.

Mt 14,22-33: Mándame ir a ti sobre el agua.

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